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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El medio y el mensaje

LA ELABORACIÓN de un nuevo Estatuto de RTVE parecía constituir una de las ofertas más sugestivas de la apertura política propuesta por Felipe González en el discurso de su tercera investidura como presidente del Gobierno. Pues bien, pocos meses después de ofrecerla, la mayoría parlamentaría socialista ha decidido dejar las cosas como están. No sólo no habrá un nuevo Estatuto de RTVE en esta legislatura, sino que se aplaza sine die su imprescindible reforma, sobre todo en lo referente a los aspectos del actual que más contribuyen a hacer de la televisión estatal un órgano informativo transido de sectarismo y transgresor de los criterios de pluralismo, imparcialidad y objetividad a los que le obliga su condición de medio público.El partido del Gobierno parece no considerar prioritario el objetivo de profesionalizar al máximo la única oferta televisiva pública que llega a todos los españoles. Tiene prisas por ocupar un poco más este medio informativo, que ya controla sobradamente. Uno de los acuerdos a que ha llegado con el Centro Democrático y Social (CDS) contempla la inclusión de espacios mensuales fijos en TVE dedicados a las formaciones políticas, a semejanza con lo que ya ocurre con las confesiones religiosas, y de los que saldrá más beneficiado el partido del Gobierno, de acuerdo con los criterios de proporcionalidad al uso. Aunque no son los únicos que comparten la idea, no es casual que hayan sido precisamente esos dos partidos los que la han adoptado.

Tanto el PSOE como el CDS llevan años obsesionados con la idea de que sus mensajes no llegan, o llegan deformados, a la opinión pública. La famosa distinción entre opinión pública y opinión publicada ha sido convertida por los socialistas en bálsamo consolador de las amarguras de no sentirse tan queridos como creen merecer. Suárez se apuntó también hace años a esa teoría para explicar la desafección de un electorado desconcertado por sus giros ideológicos: el problema, explicó, era que la prensa había deformado el significado de su pacto con la derecha meses después de haberse erigido en campeón del progresismo.

Aun admitiendo que el problema exista, no parece que la idea de hacer llegar su mensaje libre de intermediarios sea muy brillante. Pensar que en una sociedad compleja, marcada por la existencia de todo tipo de asociaciones que la vertebran, los partidos políticos han de disponer de una forma específica de comunicación diferente a la de sindicatos, patronales, organismos culturales, clubes de fútbol o entidades gremiales, parece poco verosímil. Por lo demás, los partidos disponen ya de aventajadas plataformas de proyección política y social, acordes con su relevante papel institucional. En primer lugar, el Parlamento, principal caja de resonancia de la. vida política del país. También las campañas electorales, que cuentan con una financiación específica.

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En las discusiones recientes sobre el abaratamiento de los costes de tales campañas se ha sugerido, con acierto, la posibilidad de garantizar un mayor acceso de los partidos a los medios públicos de comunicación, y a la televisión en particular, incluyendo la emisión de debates entre candidatos. Pero pretender extender a todo el año esa posibilidad reservada a los periodos electorales es una exageración que sólo puede provocar el hastío ciudadano. ¿De verdad piensa alguien que con la plural oferta actual de programas televisivos la gente va a renunciar a ver una película por seguir unos espacios que, habiendo sido preparados por los propios partidos, no serían ya de información o debate, sino de mera propaganda? ¿No se han enterado de que comienza a haber problemas con la publicidad convencional porque la gente cambia de canal en cuanto salen los anuncios?

Pero lo más grave de este tipo de propuestas es la confusión que traslucen sobre el papel específicamente mediador de los medios en las sociedades democráticas. Una concepción que, por lo que tiene de intervencionista, rememora peligrosamente la existente en sociedades de corte autoritario. Si el medio es el mensaje, apropiémonos de él, parecen cavilar quienes añoran una relación de signo populista y plebiscitario con el ciudadano, siendo así que es precisamente la mediación profesional lo que otorga credibilidad a ese mensaje, diferenciándolo de la propaganda o de la mera publicidad.

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