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GUERRA EN EL GOLFO

Los motivos de Sadam

La invasión, 'salida natural' para el poderoso, inactivo y peligroso Ejército iraquí

Irak tiene el Ejército más poderoso de Oriente Próximo. Es todo un poder, tal vez el único que puede amenazar al dictatorial y personalista de Sadam Husein. El alto el fuego en la guerra de¡ Golfo alcanzado el 20 de agosto de 1988 dejó a este impresionante aparato militar sin un enemigo directo, si se exceptúa Israel. La invasión de Kuwait constituye una salida natural para este potencial, tanto más peligroso para el régimen de Bagdad cuanto más inmóvil. Pero hay además otros motivos que, en una primera aproximación, pueden explicar el estallido del conflicto.El Estado judío se ha encargado de dejar muy claro en los dos últimos años -e incluso antes, cuando (junio de 1981) destruyó la central nuclear de Tanmuz- que no toleraría la más mínima finta agresiva de su enemigo, y la historia de los últimos 42 años demuestra con creces que la distancia entre el dicho y el hecho es muy corta en Israel. Por este frente, Irak tiene motivos para que sus preocupaciones sean defensivas antes que ofensivas.Pero Kuwait no es Israel. El poder del emirato petrolero es económico, no militar. Y su padrino y protector teórico, Estados Unidos, parece más propenso a lanzar aguijonazos de avispa (Granada, Libia, Panamá ... ), que a comprometerse en guerras de desgaste como la de Vietnam, que concluyó en desastre. Ni siquiera está del todo claro por donde van los intereses norteamericanos en este asunto.

Más información
Tropas iraquíes ocupan Kuwait en un ataque relámpago

Sadam Husein se lanzó en 1980 a una guerra abierta con Irán que pretendía que fuese relámpago y victoriosa, por la supuesta debilidad de la recién implantada república islámica, y terminó perdido en un pantano del que casi era imposible salir, aunque la derrota nunca estuviese en el horizonte inmediato.

Cuando callaron las armas, el empate teórico fue una derrota para los dos bandos, y por supuesto para Irak, que gastó 150.000 millones de dólares en los ocho años de conflicto y que, agobiado por una deuda externa de 70.000 millones de dólares (aunque la mitad, con los países del Golfo como acreedores, probablemente no se pague nunca), apenas si podía hacer frente a las batalla de la reconstrucción con los poco más de 15.000 millones de dólares anuales procedentes de la venta de petróleo.

El 'distrito' de Kuwait

Porque, además, el petróleo estaba, barato. Kuwait (y no sólo Kuwait; también, y sobre todo, Arabia Saudí, que ayer no las tenía todas consigo) se saltaba las cuotas fijadas por la OPEP y hacía posible que llenar el depósito de gasolina fuera barato en Occidente y que el grifo de los petrodólares soltara un caudal desesperantemente escaso para Irak. Kuwait, precisamente Kuwait, ese pequeño emirato que los nacionalistas iraquíes siempre han considerado como distrito de la provincia de Basora, un distrito que rezuma crudo y dólares, y que, para mayor escarnio, tiene todo el mar que le falta a Irak.

El líder iraquí está convencido de que el único camino para alcanzar o mantenerse en el poder es el de la fuerza. Así lo revela una biografía plagada de atentados, conjuras, purgas, amena zas a países vecinos, represión de la minoría kurda y obsesión por el fortalecimiento militar.

Se trata de un historial en el que no está claro que tenga cabida siempre la justicia, pero del que en todo caso parece excluida la clemencia. Así lo prueba la ejecución, por espionaje, del periodista británico de origen iraní Farzad Bazoft (el pasado mes de marzo) y del sueco de origen iraquí Jalil Melidi Saleh Nearny (julio). El perdón a su propio hijo, Udai, que mató a palos a uno de sus guardaespaldas, más parece nepotismo que magnanimidad.

La fascinación por la fuerza de Sadam Husein, de 53 años, se simboliza en el monumento a la victoria, un gigantesco arco de triunfo, en Bagdad, cuyos dos brazos de bronce armados de espadas que se levantan hacia el cielo representan a los del líder. Una potencia agresora ante la que nada podía hacer Kuwait, con sus 20.000 mercenarios frente a un millón enemigos. Parece que a Sadam no le basta ya con el culto a la personalidad de que es objeto en su propio país, en el que su nombre, y su imagen, se multiplica por carreteras, calles, escuelas, libros, periódicos, vestidos y hasta relojes. Una visita a Irak es un inevitable e interminable recorrido por un museo de motivo único y obsesivo. Los muros de la reconstruida Babilonia están repletos de ladrillos en los que se cantan las loas del nuevo Nabucodonosor, aunque también le gusta compararse con Hamurabi (autor del código más antiguo que se conoce) y buscar sus raíces en Alí, el yerno de Mahoma, con el que le liga un árbol genealógico que se exhibe en el museo del monumento a los mártires.

El gran designio de Sadam Husein es ostentar la hegemonía del mundo árabe, por encima de su hermano enemigo (el presidente sirio, Hafez el Asad) y del país que la monopolizó durante décadas (Egipto). La lucha por hacer realidad la utopía de la unión árabe es el cauce para estas aspiraciones que, como la propia invasión a Kuwait, pueden tener un fuerte componente de huida hacia adelante.

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