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Cuatro muertos y centenares de heridos durante la celebración de la victoria de la RFA

La expedición futbolística de la República Federal de Alemania (RFA) llegó hacia las tres de la tarde al aeropuerto de Francfort. Los jugadores y su entrenador, Franz Beckenbauer, recorrieron el camino hasta el centro de la ciudad en deslumbrantes automóviles. La multitud se agolpó a lo largo del camino portando banderas alemanas -también alguna italiana- y brindando con grandes jarras de cerveza. En la noche del domingo, grupos de neonazis estropearon la fiesta con que se celebraba el triunfo en la Copa del Mundo. Cuatro muertos, centenares de heridos y otros cientos de detenidos fue el resultado de unas horas de delirio colectivo en las que se desplegaron símbolos nazis en Berlín, Hamburgo, Dortmund, Francfort y Colonia.

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"Me alegro del triunfo de nuestra selección. Es evidente que ha sido superior en un partido indigno de una final. Pero creo que lo único fresco que ha aportado este campeonato ha sido Camerún". Así, con exquisita diplomacia y algo de humor, se expresaba el ministro de Asuntos Exteriores de la RFA, Hans Dietrich Genscher, el hombre que se ha especializado ultimamente en apagar los fuegos levantados por el proceso de unificación alemana.Pero, aparte de Genscher, los políticos alemanes han mantenido una absoluta discreción, casi sería mejor decir un total silencio, ante el triunfo de su selección. Ni el canciller, Helmut Kohl, presente el domingo en Roma, ni el presidente, Richard von Weizscker, que fue el encargado de entregar el trofeo a los vencedores, hicieron comentarios públicos sobre el asunto. Otro tanto sucedió ayer en el Ayuntamiento de Francfort, donde fueron recibidos los miembros del equ ipo a su vuelta de Italia.

Una noche trágica

Pero la alegría de ayer no logró apagar los ecos de una noche trágica. En Berlín Oriental -paradójicamente, aun capital de un país que ni siquiera llegó a la fase final del campeonato- fue donde más a sus anchas actuaron las hordas neonazis. Varios centenares de jóvenes enmascarados, con las cabezas rapadas, vestidos de cuero y armados con palos, se dedicaron primero a destrozar todos los cristales de los escaparates de la céntrica Alexanderplatz para dirigierse después a la elegante avenida Unter den Linden y dedicarse a la busca y captura de todo aquel que pudiera parecer extranjero.

Grupos de vietnamitas, restos de la ayuda internacional practicada por el anterior régimen comunista y que últimamente se habían adueñado del negocio del cambio de moneda en el mercado negro, fueron rápidamente identificados y perseguidos al grito de "extranjeros, a las cámaras de gas". Solo la rapidez de los asiáticos y la decidida actuación del portero de un hotel, que les permitió entrar en el edificio y se enfrentó después a los neonazis, les permitió salir ilesos de la fiesta.

Los policías de la RDA, a quienes este tipo de incidentes les viene completamente nuevo, ya que están acostumbrados a otra clase de control sobre la población, no hicieron absolutamente nada para enfrentarse a las hordas neonazis, llegaron siempre tarde a los lugares conflictivos y no realizaron ni siquiera un arresto. En la otra parte de la ciudad, en el popular barrio de Kreuzberg, donde se concentra la mayoría de la emigración turca, también se produjeron ataques a ciudadanos extranjeros.

En Hamburgo se produjo una de las situaciones más curiosas que se pueda imaginar. Más de 500 neonazis intentaron una operación de pillaje y saqueo en el barrio de la Hafestrasse, sede de los grupos autónomos y alternativos, enemigos acérrimos,de la extrema derecha. La policía, ayudada por los propios habitantes del barrio, contra los que se ha enfrentado en multitud de ocasiones, hizo frente común contra los agresores. El resultado, sin embargo, fue bastante trágico. Cientos de heridos, muchos de ellos por arma blanca, entre los que se encontraban numerosos agentes; decenas de coches incendiados y centenares de detenciones.

En Colonia, donde el entusiasmo callejero superaba al del tradicional carnaval, las víctimas no provinieron de la violencia, sino de los litros de alcohol ingeridos. Un joven murió tras romper con la cabeza el cristal de la ventana del tranvía en que viajaba y encontrarse con que un semáforo se la cercenaba.

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