_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

24 horas y media

Cené en tierras de Barbastro, y algo acalorado por excelentes vinos somontanos (reserva vitivinícola para paladares exigentes en la década de los noventa) me lancé a la carretera dispuesto a que los radiofonistas de la noche me hicieran compañía. Dieciséis contactos ministeriales en 24 horas. ¿Qué he oído? ¿Se trata de una nueva superproducción de la Basinger y Rourke? Afino el aparato y no, no se trata de una loca huida adelante de sexo y coca-cola a cargo de dos sex-symbols, sino de un alarde de seducción ministerial emprendido por Manuel Fraga Iribarne en Madrid. Dieciséis encuentros con ministros en poco más de 24 horas, sin contar ya contactos partidistas para hablar de Naseiro, Sanchis, todo lo que les cuelga, las comidas y algunas cabezadas para reparar los desastres corporales de tanta actividad.Hemos asistido a una exhibición fraguiana que me ha recordado, y pido perdón por la grosería (absténganse de seguir leyendo los menores de edad y de memoria), los alardes de aquellos atletas sexuales de barrio, hambrientos mozos que presumían de haber prolongado el mambo mucho más allá del mambo número 5, 9. 10, 12, 15, 16... Dieciséis mambos en 24 horas son muchos mambos y, una de dos, o don Manuel ha visitado a los ministros como visitan algunos médicos W seguro o los ha sometido a un ametrallamiento verbal de¡ que les resultará difícil reponerse.

Que nadie se extrañé si algún ministro ingresa en la UVI y Felipe González se ve forzado a ampliar la remodelación ministerial para cubrir las bajas. Supongo que los creadores de imagen de don Manuel han pretendido perpetuar el mito de su capacidad de trabajo y omnipresencia. Pero a mí me ha sonado a apuesta de mocetón de pueblo, bailarín de mambos, clavador de clavos o comedor de guindillas. Tampoco al Caudillo podían seguirle cuando se le disparaba el motorcito pescador de truchas o de atunes.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_