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El Barça alcanzó la final de la Copa de Europa

Robert Álvarez

El Barcelona demostró ayer frente al Aris de Salónica uno de los aspectos menos conocidos y valorados de la grandeza de su baloncesto. Superó una de esas incómodas situaciones en las que se debe hacer frente no sólo a la calidad del rival sino también a una cierta predisposición a la megalomanía provocada por haber sido situado en el punto de referencia de la Copa de Europa.El equipo azulgrana se lo jugó ayer todo a pesar de que en la apuesta la contrapartida fue sólo el pase a la final. El riesgo fue terrible, pero valió la pena. Sus jugadores, ganen o pierdan la final de mañana, se demostraron a sí mismos y a los numerosos seguidores que les apoyaron, que saben hacer frente a situaciones tan dramáticas, tan decisivas y tan importantes para el futuro como la de ayer.

Ambos equipos consiguieron poner en práctica un baloncesto extremadamente cerebral, midiendo todas y cada una de las acciones, con poco margen para el error y prácticamente ni una sola frivolidad. El Aris impuso un ritmo más lento del habitual para reducir los daños que podía causarle una transición rápida del Barcelona. Datos que lo avalan: hasta el minuto 7, el Barcelona no logró su primera canasta en contraataque, y hasta el minuto 8 no se produjo la primera pérdida de posesión de balón.

El partido se mantuvo igualado hasta el minuto 12 (26-25). Hasta ese instante, los griegos mantuvieron una buena resolución en ataque con Vrankovic y Galis repartiéndose los puntos. El Barcelona se atascó al principio ante la obligación de realizar constantes ataques estáticos. Esas dificultades las superó gracias a la captura de cinco rebotes ofensivos y a que explotó con efectividad el punto débil más palpable del equipo griego: su quinto hombre, bien fuera Lipiridis, Katsoulis o Filipou.

El dominio del Barcelona fue revelándose paulatinamente por la, fuerza de los hechos, pero sin ninguna premura por parte de sus jugadores. La gran defensa de Solozábal y Costa que se convirtieron en imanes que enloquecían la brújula de Galis, la labor de Jiménez con una determinación infinita tanto en el rebote como en su marcaje a Jones, la buena selección de tiro de Epi y Crespo, la inteligencia de Wood para ayudar a Norris y Ferrán a defender a Vrankovic y la completísima actuación de Norris abrieron hueco en el marcador hasta el 40-26 del minuto 16.

El equipo griego, pese a sus carencias ya conocidas de no saber actuar con el marcador en contra y de ser fiel reflejo de un país donde el baloncesto es la desmesura y el gusto por el exceso, añadió el problema de que Jones estuvo desacertado en el tiro y desasistido por sus compañeros. La primera parte finalizó con un 45-36 en el marcador

La reanudación resultó un tiempo adicional para la exhibición del equipo azulgrana que en el minuto 26 ya dominaba por 21 puntos (62-41). Los griegos lanzaron prácticamente la toalla al ver cómo su defensa se derretía una y otra vez ante las acometidas del Barcelona.

Los jugadores azulgranas no buscaron ya otra opción que la de esperar el momento oportuno para rematar la faena. En ese empeño permitieron, al arriesgar en exceso en determinados lanzamientos, que el Aris intentase un último esfuerzo por cambiar la situación, 65-52 (minuto 28).

Pero era ya demasiado tarde, máxime cuando sucedía lo lógico en las ocasiones en que se fuerza tanto la máquina. Vrankovic cometía su cuarta falta personal y eso, unido a que el Aris renuncíó definitivamente a jugar con dos pivots, visto el inútil esfuerzo de Lipiridis y Katsoulis y el mal estado físico de Filipou, acabó por convertirse en un lastre demasiado pesado para jugar frente a un equipo como el Barcelona que, a partir del minuto 29 (71-54), ya no volvió a gozar de una ventaja inferior a los 17 puntos y a disfrutar de una renta máxima de 29 puntos (93-64).

A pesar de los indicios, del triunfalismo incluso de las ideas apriorísticas, nadie pensaba que el Barcelona fuera actuar como una apisonadora.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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