Vitor Roque, el lujo y la rabia
Hay acuerdos y precios fuera de mercado que en un primer momento se nos venden como ganga para terminar ahogando la salud económica del Barça
Uno se da cuenta de que el Barça no se encuentra muy católico (construcción popular que nos remite a la buena salud física, mental y espiritual de cualquier persona o entidad) cuando lo ocurrido estos días con las monjas clarisas de Belorado y su autoproclamado duque imperial, el excomulgado Don Pablo de Rojas Sánchez y Franco, nos lleva a mapas mentales comunes en los que uno intercambia personajes de ambas tramas, la del club catalán y la Pía Unión Sancti Pauli Apostoli (no confundir con el Sankt Pauli alemán, que es todo lo contrario), y las dos obras funcionan a la perfección con unos pequeños ajustes de nada.
Si no han visto las fotografías del tal Don Pablo, deberían buscarlas. Nos remiten a lo que muchos entienden qué es el Barça actualmente como club, ya no digamos como institución: un lugar en el que abusar del lujo y la ostentación con la tranquilidad de que la factura siempre la paga otro. Así se permite uno sirvientas con cofia y mayordomo, por poner un ejemplo de actualidad. O marcos dorados y un piano antiguo, elementos que aparecen en las instantáneas publicadas estos días sobre el falso obispo.
En can Barça, esos excesos podrían traducirse en nombres propios, nombres y apellidos de fichajes recientes, por ejemplo. Incluso no tan recientes, pero sería rizar demasiado el rizo del contexto. También en cantidades de dinero absurdas, en acuerdos y precios fuera de mercado que en un primer momento se nos venden como ganga para terminar ahogando la salud económica del club a los pocos meses de completarse el tinglado: es el caso de Vitor Roque, de su agente, de los informes que se redactaron para ficharlo y de los que, parece ser, se han vuelto a redactar para acelerar su marcha.
No seré yo el que decida si el delantero brasileño tiene o no tiene nivel para jugar en el Barça: solo faltaría. O quien calcule con cierta solvencia cuánto dinero debería haber pagado el club por un futbolista de 18 años representado por André Cury, hombre de larga tradición dentro del club no exenta de polémica, pues llegó a estar en nómina del mismo mientras la oposición, hoy gobierno, se preguntaba, públicamente, para qué y a cuenta de qué. Pero supongamos que el chico vale la pena, a fin de cuentas, ha jugado dos ratos y ha metido dos goles: lo que en todo este embrollo merece la pena determinar es cómo se llega a la conclusión de que el club debe invertir 40 millones de euros en un futbolista que el entrenador actual (anteayer futuro exentrenador, motu proprio) ha descartado de un plumazo para lo que queda de temporada y la que viene.
Nos prometió Laporta en su regreso que, con él al frente de la nave, perder tendría consecuencias. A estas alturas parece evidente que no se refería a las derrotas deportivas, pero resultaría de enorme tranquilidad para todos, quiero suponer, el comprobar que un presidente se preocupa especialmente por no perder dinero. O por no perderlo a espuertas, como todo parece apuntar que podría ocurrir en el fichaje de Roque. ¿Cómo se ficha en el Barça? ¿qué filtros pasa una inversión como la realizada? ¿qué controles se activan para evitar los intereses personales de los implicados? Son preguntas que merecerían respuestas para no sentirnos todos como unas pobres monjitas a las que un falso obispo utiliza a su antojo para seguir viviendo como Dios. Porque eso sí que daría mucha rabia.
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