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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La hora de Aznar

LA VICTORIA de la candidatura del Partido Popular (PP) en las repetidas elecciones de Melilla, y sobre todo la torpeza con que algunos socialistas enfurruñados están digiriendo la pérdida de ese mágico escaño 176, ha tenido efectos euforizantes sobre el principal partido de la oposición en vísperas del congreso a celebrar el próximo fin de semana en Sevilla. La entronización de José María Aznar como sucesor de Fraga es el principal objetivo del mismo. Cuenta para ello el nuevo aspirante con mayores posibilidades de éxito que los dos candidatos a recibir esa herencia, Hernández Mancha y Marcelino Oreja, que lo intentaron antes. No sólo porque el fundador estará en Galicia atendiendo a otros menesteres, sino porque ese alejamiento favorecerá la renovación de los equipos dirigentes, acabando con las canonjías que venían lastrando al partido conservador desde su nacimiento.Aznar ha sabido rodearse de gentes tanto o más inteligentes que él, lo que ya revela talento. Su esfuerzo por fabricarse una biografía de persona moderada, abierta a la modernidad y tolerante en materia de costumbres -sobre el divorcio y el aborto, por ejemplo- choca con el hecho de que él se: afilió en fecha tan temprana como 1979 a un partido que en aquel momento era cualquier cosa excepto moderado, moderno y tolerante. Pero la voluntad es lo que cuenta, y la de centrar su mensaje parece claramente establecida.

Si el PSOE consiguió mantener el apoyo de la mayoría del electorado en 1986 -es decir, una vez finalizado el encantamiento peculiar e irrepetible de 1982- fue por su capacidad para acreditar ante los sectores moderados de la población que su presencia en el Gobierno era garantía de estabilidad, mientras que en aquel momento un Fraga que había sido reticente a aspectos fundamentales de la Constitución, que quería cambiar el diseño autonómico, defendía la reinstauración de la pena de muerte y era beligerante en materias de costumbres plenamente asumidas por la sociedad española.

La apuesta de Aznar por la moderación lo es ante todo por tranquilizar a ese sector de las clases medias que ven con desconfianza toda desmesura, incluso las verbales. Y en este terreno todavía falta la prueba de la práctica, sin que quepa atribuir valor de tal al éxito de Melilla, por las peculiaridades de la consulta. A favor de Aznar juega la evolución psicológica producida en sectores de la juventud, mucho más conservadora, según revelan diversas encuestas, que la generación que hoy ocupa el centro de la pirámide de población. Y el hecho de que esos valores de derechas -pero moderados y democráticos- se ven reforzados por la evolución producida en los países que ahora mismo están estrenando libertades políticas en el Este de Europa y en otras partes del globo.

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