_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La piedra

Manuel Vicent

Aquel tipo llevaba una piedra atada al cuello y todos los días la sacaba en brazos a pasear. Tenía un agujero en el centro por donde pasaba la soga de cáñamo y tal vez esa piedra había sido una pequeña rueda de molino y aunque pesaba más de cuatro arrobas el tipo andaba con ella por la acera sin jadear. La gente del barrio ahora lo veía pasar cada mañana con toda naturalidad y algunos lo saludaban llamándole por su nombre, pero no fue así en el primer momento. Cuando este hombre apareció cierto día en la calle atado a una piedra muchos se quedaron pasmados. Creían que se trataba de un suicida, de un provocador, de un penitente cualquiera. Luego esa visión se hizo cotidiana y con el tiempo hasta los niños que jugaban en la plazoleta lo tomaron por un héroe anodino. El tipo no estaba desesperado del todo. En ocasiones reía a carcajadas, celebraba ,aniversarios, firmaba documentos, bailaba con su novia. No obstante, la insólita pasión por la piedra acabó acaparando su vida por completo. Al principio daba con ella sólo un par de vueltas a la manzana, pero muy pronto una fuerza interior le obligó a llevarla a la oficina y después a tomar una copa en el bar de moda. Nunca supo por qué le ocurría precisamente a él una cosa tan extraña. Apenas sonaba el despertador de madrugada, el tipo se ponía de forma automática la soga al cuello y el fuerte tirón que experimentaba en el gaznate al dirigirse al cuarto de baño le despertaba bruscamente. Al instante recogía la piedra depositada en la alfombra y ya no se separaba de ella en toda la jornada. Se encontraba solo en el mundo, de modo que al final tuvo que amarla y el trance se produjo cuando él quiso incorporarla a sus sueños. Una noche la llevó a bailar a una sala de fiestas. La rueda de molino le colgaba de la nuca con una soga de cáñamo y abrazado a ella en medio de la pista a oscuras, bajo la melodía de un bolero, el hombre vislumbró el fondo del mar lleno de corales, peces fosforescentes y algas muy líricas. Aquella sala de fiestas era tan fastuosa que el hombre decidió no salir de allí jamás.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_