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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Descalabro en Japón

TRES SEMANAS después de sufrir una derrota histórica en los comicios municipales de Tokio, el Partido Liberal Demócrata (PLD), que hasta ahora ha dominado sin contrincantes la escena política japonesa, ha vuelto a recibir un varapalo de considerables proporciones. En las elecciones celebradas el pasado domingo para la renovación parcial de la Cámara alta, los liberales han perdido más de la mitad de sus escaños y, con ella, la mayoría absoluta. Aunque conservan el control político en el país gracias a la amplia mayoría que mantienen en la Cámara baja, por primera vez en tres décadas han perdido el cómodo dominio de que habían venido disfrutando. Precisamente en esta comodidad reside el secreto del descalabro: al socaire de un poder automáticamente renovado año tras año, ha germinado toda clase de escándalos financieros, de corrupciones y abusos que han terminado por desgastar su estructura de poder.El Gobierno liberal ha recibido su segundo voto de castigo en menos de un mes. Cabe preguntarse si tal resultado se repetirá en las elecciones generales a la Cámara baja que necesariamente tienen que celebrarse antes de fin de año. Si así fuere, los japoneses habrían apartado de un plumazo a sus líderes tradicionales, con un voto tan punitivo, además, que la nueva derrota haría prácticamente inevitable la desmembración del PLD.

En una sociedad tan conservadora como la japonesa se hace dificil concebir que el país esté hoy preparado para provocar un vuelco político significativo. Se diría, más bien, que ha empezado un lento proceso de renovación política que, merced a un largo trámite de gobierno de coalición, de formación y ruptura de sucesivas alianzas políticas, ha de llevar a Japón a una configuración más moderna de su estructura de poder. Si no fuera una humorada, podría sugerirse que ha empezado en Tokio un proceso a la italiana: viendo a Giulio Andreotti encabezar una nueva coalición romana en estos días, se comprende lo relativo del paso del tiempo y lo aún más relativo de cualquier evolución política.

Los japoneses son aficionados al voto de castigo, pero sin exceso. Y es muy posible que, a la hora de la verdad, tras las elecciones a la Cámara baja que tendrán lugar en otoño, el PLD consiga mantener un cierto control político de la situación. Es cierto que el gran vencedor de los sucesivos enfrentamientos electorales está siendo el partido socialista, cuya presidenta, Takako Doi, ha sabido aprovechar con enorme habilidad el desgaste. producido en los liberales por los escándalos financieros y la impopularidad de algunas medidas fiscales. Sin embargo, varios de sus puntos programáticos más importantes, tales como la intención de romper el tratado de cooperación defensiva con EE UU o su compromiso de disolver el Ejército, asustan a muchos votantes.

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De esta incertidumbre se beneficia una tercera formación, de centro izquierda, conocida con el nombre de Rengo y constituida hace unos años por una federación de sindicatos privados decepcionados por la política extrema que seguían sus mentores naturales, los socialistas. En poco tiempo, el número de sus afiliados ha sobrepasado los cinco millones y, en las elecciones del pasado domingo, once de sus doce candidatos resultaron elegidos.

De los graves problemas a los que se enfrentan los liberales, uno de los más serios -y que condiciona todos los demás- es la gerontocracia del partido que, tras 34 años en el poder, ha sido incapaz de propiciar la renovación de sus dirigentes. La edad media de los grandes santones del PLD es de 75 años, y aunque en el horizonte empieza a despuntar la estrella del joven secretario general, Ryutaro Hashimoto (51 años), es pronto para que pueda pensarse en él como inmediato sustituto de Uno, que anunció ayer su dimisión. Con ello, no hizo sino sacar las conclusiones de un rechazo popular creciente. Tradicionalmente, en Japón los liberales han conservado el poder, pese a que escándalos y dificultades derrocaran a un Gobierno tras otro, simplemente cambiando de primer ministro. Un santón sustituía a otro y el temporal era capeado una vez más. En esta ocasión, sin embargo, la fórmula ha dejado de ser válida: al rechazo al político se ha unido el rechazo al partido. El PLD aún manda, pero el panorama ha dado un giro de 180 grados.

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