Un país sin muñecas
Las saudíes tienen que esconder su personalidad bajo un manto negro que les cubre de la cabeza a los pies
La mujer se ha convertido en el elemento más contradictorio de la sociedad saudí. Confinada a los límites de la casa y la familia, vive en una sociedad en la que ni tan siquiera comparte el mismo espacio vital que el hombre. La ola de bienestar económico generada por el petróleo va introduciendo, sin embargo, poco a poco, usos y formas que chocan con una tradición que la postergaba además a la ignorancia y la sumisión.
De momento, la revolución feminista queda lejos y en los controles aduaneros de fuera de su país tienen que seguir exigiéndolas que se levanten el velo para verificar su identidad.A Arabia Saudí se llega en ocasiones antes de coger el avión. "Cuando acudí a retirar mi visado al consulado saudí en El Cairo", relata una occidental que ha viajado recientemente al reino arábe, "el guarda de la puerta no me dejó entrar. 'Mujeres no', dijo dirigiéndose a mi marido, mientras le franqueaba el paso. Lo curioso vino después, cuando el encargado de los visados se percató de que se requería mi firma. Mi marido le dijo que yo estaba esperando fuera y que me iba a llamar. Á lo que, con cara de sorpresa le respondió: 'Pero, ¡es una mujer!".
Esta sociedad, a medio camino entre un paternalismo tirano y una abierta discriminación, cierra el paso a cualquier opción de la mujer que no sea el matrimonio y la maternidad. Más aún, la aparta a un gueto femenino de bancos para mujeres, piscinas separadas, secciones de autobús delimitadas, vidas, en definitiva, quebradas por la ausencia de realidad. En Arabia Saudí está prohibido que las mujeres conduzcan automóviles, entren en algunos comercios (como tiendas de música, por ejemplo), se alojen en hoteles -salvo en compañía de su esposo-, acudan a restaurantes -salvo en compañía de su esposo-, y esto a su vez en determinadas salas, las llamadas family room o de familia.
Minoría privilegiada
Más que por ley -no hay leyes en este país que aun en el siglo XX se rige por la religión-, por costumbre o tradición, la mujer no realiza un trabajo remunerado fuera del hogar. "No hay nada en nuestra religión que lo impida", explica el viceministro de Educación Superior, Abdelaziz N. Orraya, "se trata más bien de una dificultad física; nuestras creencias impiden el contacto directo de hombres y mujeres que no formen parte de la misma familia". Orraya, que se formó en Estados Unidos y cuya esposa ejerce de profesora en la universidad femenina de Riad, reconoce sin embargo que "los hábitos sociales pueden acomodarse".La señora del viceministro, que se comunica con sus colegas masculinos por medio de ordenador o de un sofisticado sistema de circuito cerrado de televisión, forma parte de una minoría privilegiada, cuyo ámbito profesional se limita a la atención a mujeres en la enseñanza y la medicina sobre todo, o a los medios de comunicación para las más avanzadas. Siempre, claro está, con las limitaciones que impone tener que acudir a visitar a una paciente acompañada del padre, porque no pueden tomar solas un taxi o conducir un vehículo. "Tenemos un chófer", reconocen dos locutoras de la Radio Nacional saudí cuando se les pregunta cómo se las arreglan para ir al trabajo.
Como oscuros fantasmas, enteramente cubiertas de negro, caminan anónimas y sin capacidad para singularizarse. "Hemos hecho bajar para vosotros una vestidura para que cubra vuestra desnudez y para ornato", reza el Corán. Peto a las mujeres de Arabia Saudí el ornato les está prohibido, al menos en público. La Sociedad para la Protección de la Virtud y la Erradicación del Vicio se ocupa, entre otras cosas, de que tanto nacionales como extranjeras vistan de acuerdo con sus normas. Todo es provocación en este país, hasta el pecho de la Barbie Superstar, una muñeca que hace las delicias de miles de niñas en todo el mundo. Se entiende así la singular advertencia previa al viaje del sponsor (garante o persona que se responsabiliza de la visita de un extranjero): "Juguetes con forma de figura humana (muñecas), pueden ser confiscados en la aduana". Lo demás, como siempre en este país, queda a discreción del funcionario; desde el que se complace en manosear lujuriosamente la muñeca, descubierta en los brazos de una niña, hasta el que la mutila con sadismo ante los lloros incontenibles de su pequeña propietaria.
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