Varga Llosa, político
LA CONFIRMACIÓN de la candidatura del escritor Mario Vargas Llosa a la presidencia de Perú ha vuelto a suscitar la polémica sobre el papel de los intelectuales en la política. Vargas Llosa, militante comunista en su juventud, defensor del castrismo más tarde, se presenta en nombre de una coalición conservadora, lo que contribuye a dar al debate unos perfiles peculiares. El autor de La casa verde rompió con el castrismo a comienzos de los setenta, a raíz del caso Padilla. Desde entonces su pensamiento político se ha ido diferenciando del dominante entre los escritores latinoamericanos de su generación en el sentido de cuestionar con igual énfasis las dictaduras de derecha y las de izquierda. La alternativa según la cual era inevitable optar entre Castro y Pinochet ha sido denunciada por él como una falacia que escondía un fondo paternalista (y hasta sutilmente racista cuando procedía de intelectuales europeos que considerarían inaceptable tal planteamiento en sus propios países). Su controversia con Günter Grass sobre ese asunto serribró el desconcierto entre sus admiradores, pero cuatro años después -y a la luz de acontecimientos como la perestroika y los recientes de China- muchos de ellos reconocen ahora que el peruano llevaba fundarrientalmente razón. La generación europea de los sesenta, educada, como el propio Vargas, en el marxisrrio santriano, se lo pensaría hoy dos veces antes de seguir otorgando al fundador de Temps modernes el papel de héroe en su famosa polémica con Albert Camus. Como éste, Vargas Llosa sostiene que la igualdad se mide fundamentalmente en términos de libertad, considera a la democracia como una condición para el progreso y rechaza la contraposición entre países preparados y no preparados para la libertad.En 1987, tres años después de haber rechazado la posibilidad de ser primer ministro de un Gobierno presidido por el conservador Belaúnde Terry, Vargas Llosa se vio propulsado al primer plano del debate político a raíz de su oposición a la nacionalización M crédito propugnada por el socialdemócrata populista Alan García. Su actitud ante esa cuestión puede suscitar reservas, especialmente por la identificación lineal que plantea entre nacionalización de la banca y pérdida de las libertades democráticas. Pero los sarcasmos e innobles insinuaciones con que se ha pretendido descalificar su actitud resultan manifiestamente injustas. Porque no es imprescindible compartir las actuales convicciones políticas del peruano para reconocer el valor cívico que ha demostrado al oponerse con igual energía al gorilismo militar y al mesianismo homicida de Sendero Luminoso; y para atreverse a discrepar del consenso establecido en el medio, intelectual latinoamericano al que pertenecía y en el que podía haberse instalado sin riesgos. El pensamiento crítico se manifiesta por su carga de disidencia respecto a los dogmas, prejuicios y pautas imperantes en el propio medio. Y en ese sentido, y tal vez sin pretenderlo, Vargas Llosa ha resultado más consecuentemente sartriano, en lo que hace al compromiso de¡ intelectual crítico, que muchos de los discípulos oficiales del autor de Las manos sucias.
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