El Capricho de Osuna: un jardín ilustrado
Un rincón del siglo XVIII a un paso de Barajas
Pocas oportunidades tienen los madrileños de entretener paseos por un auténtico jardín. El parque de El Capricho es uno de los contados ejemplos de territorio acotado por el hombre en función de una idea y una determinada concepción del mundo. Este rincón del siglo XVIII sobrevive como por milagro entre la autopista de Barcelona, la carretera de Barajas a Torrelaguna y la urbanización conocida como Alameda de Osuna.
Hoy, dominados por la prisa, nos damos por bien servidos si próximo a nuestro domicilio existe un parque en el que puedan transitar los cochecitos de los bebés, repasar nostalgias los ancianos y algún arriesgado practicar el paso ligero.Además del Botánico, el Campo del Moro, el Retiro, los jardines de Sabatini, la Fuente del Berro y la siempre montaraz Casa de Campo, existe el que quizá sea máximo ejemplo en cuanto a narrarnos el espíritu de una época y permanecer fiel al momento histórico en el que fue concebido. Se trata de El Capricho de Osuna, un rincón de extraordinaria belleza no muy lejos del ruidoso aeropuerto de Barajas.
María Josefa Alfonso Pimentel Téllez de Girón, condesa-duquesa de Benavente y duquesa de Osuna, personaje extraordinario que entre otras amistades se procuraba la del compositor Haydn, contrató en 1787 en París los servicios de Jean Baptiste Mulot, jardinero que había trabajado en el Petit Trianon. A él se debe el primer diseño del Capricho, luego completado con las aportaciones de su compatriota Pierre Provost. Esto explica la contemporaneidad del Capricho, ajustado a la moda paisajista entonces imperante en Europa. Naturalmente, esa moda respondía a los atisbos prerrománticos que afloraban en el arte, y a las ideas que sobre la naturaleza y la relación del hombre con ella extendían Rousseau y demás redactores de la Encyclopédie.
Se llega al Capricho por el antiguo camino del Ramal, hoy una carretera de menos de dos kilómetros, flanqueada de pinos Y cipreses, que es una buena preparación para las sorpresas que esperan traspasado el recinto. Nada más hacerlo nos encontramos a mano derecha con el parterre de los obeliscos, dividido en dos campos de duelo o entrenamiento de esgrima. En ellos, dejando claridad y espacio crecen magníficos chopos rodeados de lilas. Es el espacio de mayor regusto romántico. Continuando de frente nos acercamos a la entrada principal del palacio, ante la que se extiende otro pequeño jardín de carácter más formal, al gusto francés de finales del XVIII.
Descubriendo sorpresas
Pero el Capricho no fue concebido para ser recorrido de acuerdo a un trazado, sino para perderse por sus senderos y cañadas e ir descubriendo sorpresas. Unas de tono neoclásico, como el templete de Baco o la plaza de los emperadores, y marcadamente prerrománticas otras, como la estatua de Saturno y los rincones apropiados para la lectura, la meditación o el placer.Quienquiera que le pusiese nombre no hizo sino nombrar una obviedad. En el pabellón de baile, en el que según la tradición madrileña se celebraban orgías que harían palidecer a la modernidad, o en la casa de los Viejos, de construcción rústica, pero cuyas paredes interiores albergan pinturas atribuidas a Goya, o en el jardín familiar, que, siguiendo la tradición italiana del giardino secreto, está separado del resto por un desnivel y un muro, transcurrió parte de la historia ilustrada de este país. Palacio y jardín eran anejos a una gran finca de explotación agrícola -el territorio que hoy ocupa la urbanización-, modélica en la aplicación de nuevas técnicas de cultivo. De esa vecindad quizá provengan algunas edificaciones del propio jardín. El Abejero, rodeado de especies aromáticas, o las caballerizas, de las que salieron los primeros ejemplares equinos que habrían de formar la Escuela Española de Equitación de Viena.
Coronando la parte este del jardín, fundido en un entomo de total sentido paisajista, se encuentra el lago artificial, con su embarcadero y el canal de paseo que desemboca en un pequeño laberinto de ladrillo. No es difícil imaginar aquí a las damas subiendo a las diminutas barcas decoradas, para cortejar, leer o cotillear bajo sus sombrillas, mientras, galantes y redichos -como exigía la época-, los caballeros paseaban en torno.
Toda la leyenda del ducado de Osuna, con su retahíla de amores y fortunas, de prodigalidades y ruinas, vivió parcialmente entre estos muros. Especial recuerdo en la memoria popular se le concede a Mariano Téllez de Girón y Beaufort, quien al heredar insospechadamente el ducado a la muerte de su hermano, acaecida en el camino del Ramal al correr al encuentro de su amada, vivió como uno de los pocos dandys que esta península ha dado, derrochando en sus casas de París, Madrid y San Petersburgo -donde era embajador ante el zar- sus 8.000 ducados de renta. Murió arruinado en su castillo de Beauraing (Bélgica), y se cuenta que su reciente esposa lo hizo incendiar para cobrar el seguro. Sic transit gloria mundi.
La historia de España, tantas veces truculenta, había de otorgar al Capricho un último protagonismo. Durante la guerra civil el general Miaja estableció en su subsuelo su cuartel general. Para lo cual fueron excavados túneles y galerías de gran extensión, que han llegado hasta hoy. Las entradas al bunker se encuentran a la izquierda del palacio, y en algunas partes del jardín asoman torretas de ladrillo, que no son más que respiraderos del antiguo arsenal y refugio. Esto explica que los restauradores hayan encontrado sobre los muy exquisitos trompe-oleil del palacio y el pabellón de baile inscripciones de todo tipo, como: "Aquí estuvo Benjamín, 1938". Amén de otras de jaez menos notarial y más escatológico.
El jardín está en estos momentos en restauración, así como la mayoría de sus edificios, aunque su recorrido está abierto los fines de semana.
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