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Tribuna
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Las técnicas gansteriles del islam

Existe, evidentemente, un elemento político en el ataque a los Versículos satánicos, que ha matado y ofendido a los buenos si bien revoltosos musulmanes de Islamabad, aunque sugerirlo puede ser peligrosamente blasfemo. El ayatolá Jomeini está probablemente en el derecho que se ha otorgado de exhortar al asesinato de Salman Rushdie, o de cualquier otro por el mismo motivo, dentro de su propia tierra santa. El ordenar a los ofendidos hijos del profeta que maten a Rushdie y a los directores de Penguin Books, en territorio británico, equivale a un jihad. Es una declaración de guerra contra los ciudadanos de un país libre, y eso representa un acto político. Debe ser contestado con una declaración de desafío igualmente directa, si bien menos mortífera.El islam, como el calvinismo ginebrés, acepta el principio teocrático. La ley del Estado es la ley de Dios: no hay crímenes de cuño puramente secular. Si se atrapa a un ladrón se le corta la mano que ha robado, porque así lo dice el Corán. (El Corán también recomienda la piedad, gracia en la que Jomeini insiste más bien poco).

El Reino Unido ha permitido que la virtud secular de la tolerancia prevalezca sobre el rigor religioso. Esto explica por qué a nuestros musulmanes se les permite el libre ejercicio de su fe siempre y cuando su código de comportamiento no atente contra la ley civil. Aquí no queremos que se corten manos. Por esta razón no queremos matanzas rituales de ganado, aunque tengamos que soportarlas.

Tengo la impresión de que pocos musulmanes de los que están protestando en el Reino Unido saben de forma directa contra qué están protestando. Sus ¡mames les han dicho que el señor Rushdie ha publicado un libro blasfemo y que debe ser castigado. Responden a ello con una docilidad de ovejas y una agresividad de lobos. Olvidan lo que los nazis hicieron con los libros -o tal vez no lo olviden: después de todo, algunos de sus correligionarios nan aprobado el holocausto- y deshonran un país libre al negar la libre expresión imponiendo como venganza sus hogueras.

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No tienen derecho a exhortar a la destrucción del libro del señor Rushdie. Si no les gusta la sociedad secular, que corran a los brazos del ayatolá o de cualquier otro farisaico guardián de la estricta moralidad islámica. No pueden gozar de los privilegios de un Estado teocrático en una sociedad que, como ya sabían cuando entraron a formar parte de ella, garantiza la tolerancia absoluta de todas las fes siempre y cuando no atenten contra el principio mismo de la tolerancia.

Lo que es válido para el Reino Unido también es válido para Estados Unidos. Lo que una sociedad secular piensa del profeta Mahoma es cosa suya, y la razón, aparte de la ley, no permite interferencias agresivas corno la que ha traído la deshonra y la muerte a Islamabad.

Parecería lógico reclamar que todo el cuerpo de la literatura antiislámica en inglés fuera puesta en manos de los incendiarios musulmanes: las Obras de las guildas de la Edad Media, por ejemplo, en las que Mahoma aparece -al igual que en los Versículos satánicos- como Mahound, una fuerza ateísta vagamente identificada tanto con el rey Herodes como con el demonio. Si los musulmanes quieren atacar la visión cristiana o humanista del islam reflejada en nuestra literatura, encontrarán parodias peor intencionadas que la del señor Rushdie.

Más les valdría fijarse, por ejemplo, en el Rubaiyat de Omar Jayyam, de Edward Fitzgerald. Pero a nadie le interesa este tema, ya sea desde el punto de vista histórico o el filosófico.

Hay un oportunismo político un poco excesivo en la elección de este libro recién publicado, que ni Irán ni Pakistán leerían aunque pudieran. Uno duda de la sinceridad de una protesta de segunda mano y que no ha sido justificada mediante la discusión, el pensamiento, o algo más intelectual que arrojar piedras y encender cerillas.

En mi opinión, no hay que cuestionar la forma en que la teocracia islámica trata sus asuntos dentro de su propio territorio. Pienso de Jomeini lo mismo que pensaba de Hitler antes de 1938: tal vez no me guste su política interior, pero no tengo razones, fuera de las puramente humanitarias, para protestar. Creo que estoy en mi derecho de lamentar que tanto su acero de fundamentalismo islámico como el fundamentalismo cristiano igual de intolerante de América del Sur no hayan conservado nada de las sutilezas medievales de Averroes, por una parte, y de santo Tomás de Aquino, por otra. Y la religión tampoco solía ser tan tosca. Y estoy aún más en mi derecho de lanzar invectivas contra una agresividad que le niega a una sociedad libre su privilegio de permitir a los ciudadanos que digan lo que piensan sin temor a brutales represalias.

No creo que ni siquiera nuestros musulmanes británicos estén ansiosos por leer esta gran reivindicación de libre expresión que es la Aeropagítica de John Milton. La República de Oliver Cromwell proponía amordazar a la Prensa, y Milton contestaba diciendo que, en efecto, la verdad debe declararse a sí misma en su lucha encarnizada contra la falsedad. Mahoma es presumiblemente lo bastante grande como para anunciar una victoria espiritual sobre las desnaturalizaciones tanto de los teólogos como de los escritores. El islam llevó a cabo una vez una lucha intelectual. Ahora prefiere hacer que corra la sangre. Parece haber perdido su principal fuerza sólo para recurrir a tácticas gansteriles. Esto es indigno de una religión de tanta importancia.

Uno se pregunta si se debe permitir que incluso las grandes religiones, aun defendidas sinceramente, prevalezcan sobre aquellas creencias seculares que ya no le deben nada a la teología -la tolerancia, la caridad, el sentido del humor y una gran dosis de buena voluntad- Hay algo no muy agradable en una fe que decreta tan fácilmente el asesinato.

Preferiría con mucho que Jomeini discutiera racionalmente con el infiel Oeste al estilo de los grandes árabes de la Edad Media. Pero, en lugar de discutir, ha declarado una guerra santa contra la discusión. Su insolencia es un insulto al islam.

Traducción: Hugo Wyatt.

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