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Tribuna:LAS RELACIONES HISPANO-BRITÁNICAS
Tribuna
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A Dios rogando y con el mazo seduciendo

En esto de Gibraltar, a ver si nos enteramos, hay que mantener la presión: abrir la verja fue un error y lo que opinen los llanitos no tiene importancia. El espectacular desprecio, rayano en el racismo, que encierra esta afirmación asombra por su ceguera. Y es aún más triste que, para buscarle fundamento, se recurra al recuerdo de las excelsas prácticas democráticas del franquismo. No es, ciertamente, modo de seducir a los gibraltareños. Tampoco es usual, a finales del siglo XX, la práctica de prescindir de poblaciones enteras sin su consentimiento. Y, sin embargo, es intolerable que exista aún una colonia británica en suelo español. Es ofensivo que hoy, cuando está a punto de acabar la primera visita oficial a España de un primer ministro británico, Margaret Thatcher trate con Felipe González, su socio comunitario y aliado militar, del futuro de nuestras relaciones y en ellas figure todavía con preeminencia el pequeño problema de una colonia irritantemente establecida en territorio español.Decimos los españoles que es necesario recordar a los británicos que su título sobre Gibraltar está consagrado en el Tratado de Utrecht que dió lugar al establecimiento de la colonia. Dice nuestro presidente del Gobierno que el Reino Unido debe recordar que la soberanía sobre la roca es británica y no gibraltareña; con ello sugiere que es injusto que la Constitución de Gibraltar de 1969 ponga la determinación del futuro en manos de los llanitos de modo que, mientras éstos no manifiesten su conformidad a integrarse en España, la colonia no nos será devuelta. Pero es que no es injusto. Porque lo que establece el Tratado de Utrecht es que, sólo en caso de que el Reino Unido quiera enajenar la Roca, ésta deberá necesariamente sernos devuelta; el modo por el cual los británicos lleguen a tomar la decisión es cosa de ellos y Londres parece querer utilizar el de la consulta a los pobladores. Lo que, claro, no pueden hacer los gibraltareños es convertir la manifestación de su voluntad en un proceso de autodeterminación para acceder a una independencia que les está vedada.

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Simultáneamente, preguntarle a Margaret Thatcher por qué no equipara los casos de Gibraltar y Hong Kong es poco razonable. Hong Kong es un arrendamiento a plazo (1997) y Gibraltar fue cedido por el Tratado de Utrecht sin limitación de tiempo. Incidentalmente, puede preguntarse en voz baja lo que han hecho los chinos para hacer inevitable la restitución de Hong Kong: en los últimos años, se han movido tanto que han llegado a controlar la colonia británica, sus finanzas, su población, su crimen, su industria de la construcción. Pero es un argumento a utilizar con la boca chica, porque los españoles no tenemos la voluntad o la capacidad de amenaza y coacción de que dispone Pekín.

Se dice que es preciso encontrar rápidamente soluciones a un problema que es intolerable. Nuestro Gobierno quiere hacerlo y, desde 1982, ha dado muestras de paciencia y generosidad. Y de firmeza, como ocurrió en torno a la discusión del uso conjunto del aeropuerto. Lo único que es preciso que comprenda es que la solución no llegará de la mano de una discusión Gobierno a Gobierno.

Cumplir lo pactado

La negociación Londres-Madrid tiene que circunscribirse a dos extremos solamente: vigilancia permanente por parte de España de que se cumplen escrupulosamente los acuerdos internacionales y de que el Reino Unido no se extralimita en sus atribuciones coloniales; y exigencia de que Londres cumpla cuanto ha pactado en uso de sus atribuciones soberanas. Por ejemplo, si el ministro principal de Gibraltar, Bossano, bloquea la puesta en marcha de la utilización conjunta del aeropuerto, Londres, en uso de su autoridad metropolitana, debe imponerle el acuerdo que firmó, se supone que legalmente y con pleno conocimiento de causa, como miembro de la CE y socio de España.

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Todo lo demás, todo lo que atañe a la Roca como entidad con habitantes y con preocupaciones de futuro, con problemas y, hasta hace poco, con claustrofobia, debe ser tratado por España con los gibraltareños. Nos pongamos como nos pongamos (y para ello ni siquiera es preciso aludir a la firmeza de Thatcher), Gibraltar no será español hasta que lo quieran los llanitos.

¿Qué quiere decir esto? Que tenemos que ponernos a colaborar seriamente con Gibraltar para avanzar pacíficamente en las soluciones de integración, la última de las cuales sería la de la nacionalidad. ¿Cómo es posible que Bossano no haya venido aún a Madrid? Eso sí, ha estado en Canarias averiguando cómo podía hacer negocios con el archipiélago. El concepto de que si viene a Madrid sólo puede hacerlo para visitar el ministerio de Asuntos Exteriores es ridículo, No tiene que venir a moverse con el sector oficial sino a que le ofrezcan inversión económica en los centros financieros. La reintegración de Gibraltar a España se producirá cuando todo el Campo de Gibraltar se haya desarrollado equilibradamente. No hay más que una forma de hacerlo: constituyendo una entidad autónoma para el desarrollo del Campo en la que no intervengan más que los del Campo, andaluces locales y llanitos, y a través de la que se puedan canalizar inversiones españolas y británicas. Sólo cuando todos comprendan las ventajas de la solidaridad habrá empezado la única solución posible al problema de Gibraltar: la humana.

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