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Grasas

La preocupación preestival por perder peso hace tiempo que traspasó la escena de lo particular para convertirse en categoría social. A estas alturas, sin enibargo, el hecho trasciende el orden de lo social para erigirse en un fenómeno unido al devenir del cosmos.El interés que ha cundido sobre muy diversos aspectos de la biosfera no ha recaído aún sobre el adelgazamiento masivo, pero es obvio que no podrá mantenerse esta laguna indefinidamente.

Sin llegar a cálculos precisos, cientos de millones de habitantes cuentan con algún familiar que en la actualidad tiene a uno, al menos, de sus miembros haciendo un esfuerzo alimenticio o gimnástico de cara al veraneo. Esto, evidentemente, conlleva cambios en los transportes de grasas y proteínas, en la ordenación del tiempo, alteraciones en los de los metabolismos, en la distribución espacial de masas y sinergias, en la formación de los cuerpos y en sus formidables residuos, etcétera. Extendidas las modificaciones hacia amplias zonas del planeta afectadas por trastornos parecidos, no es exagerado esperar consecuencias de valor. Sólo la súbita reordenación del peso global que se registra en estas fechas sería motivo para suscitar alguna clase de atención científica.

Se conjugan, además, en los procesos de adelgazamiento factores de índole termodinámica, circulatoria, de la dinámica de fluidos y demás, necesarias en cualquier reflexión general sobre el reparto de energía. La meteorología, la flora, los datos de la biosfera no permanecen inmunes a unos trastornos que, de otra parte, no cesan de crecer y pueden considerarse acumulativos. Piénsese, sin más, en lo que puede acarrear a cualquier medio físico verse sometido a sacudidas de pérdida y aumento, según la temporada, de millones y millones de toneladas de grasa. Ello, a lo largo de décadas y en una sucesión progresiva. El clima, los seísmos, las inundaciones, por no hablar del firmamento, han cambiado su comportamiento notablemente, y acaso sería el momento de no cerrar más los ojos a la evidencia.

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