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Tribuna:ANTE EL 31º CONGRESO DEL PSOE
Tribuna
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Socializar el mensaje, ganar el futuro

Es cierto que no todos los objetivos perseguidos en 1982 se han conseguido todavía, pero es también verdad que lo esencial del proyecto sigue en pie y, lo que es más importante, que sigue con voluntad de ganar el futuro, de conseguir la regeneración y la profuda reforma que España necesita.Los artículos y comentarios que se han producido ante el 31º congreso del PSOE nos presentan un partido maduro que atraviesa por un profundo e intenso debate sin el riesgo de descomponerse o, si se me permite la expresión, ucedizarse, mal que pese a quienes, desde el rencor o el propio fracaso, despachan las posiciones mayoritarias del PSOE como felipistas, oficialistas u otros istas, sin detenerse en mejores interpretaciones.

Resulta paradójico, por lo demás, que se ataque al partido socialista por haber conseguido y consolidado algo en lo que han fracasado otros a diestra y siniestra, esto es, una mayoría estable de militantes que apoya un proyecto político y un liderazgo claro. ¿Dejarían de criticar si el PSOE estuviera dividido y acéfalo? ¿No será que muchos de aquellos que lo critican abrigan la secreta y vana esperanza de presenciar en el PSOE los espectáculos vistos en UCD, PCE, AP o PNV en los últimos años? Claro que cualquier ocasión es buena para atacar al partido socialista y al Gobierno, y ninguna parece adecuada para elogiarlos o, siquiera, defenderlos. Porque pareceria que hacer elogios a la labor del Gobierno fuese delito de lesa democracia, y, por contra, atacar o descalificar, aunque sea burda o groseramente, la gestión del Ejecutivo fuera, en sí, un aval de veracidad y honradez.

La realidad parece ser lo contrario: se necesita hoy un gran valor ético y personal para hacer desde fuera un comentario favorable a la gestión socialista si no se quiere padecer terminantes descalificaciones o ser acusado de las más oscuras connivencias.

Grupos y castas

Hay muchas explicaciones a este fenómeno, una de las cuales se deriva de la tenacidad con que el Gobierno ha ido removiendo, silenciosa pero eficazmente, a los grupos y castas que desde multitud de instituciones, organismos y centros de poder han querido perpetuar la dominación que espúriamente les dio el franquismo. Dicho de otra manera: la soberanía popular, que en la primera etapa de la transición se había limitado al Parlamento, ha ido transmitiéndose poco a poco a capas de la sociedad persuadidas de que la democracia era, sin más, un cambio de fachada. Se trata además de una política que, para ser eficaz, tenía que hacerse como se ha hecho, sin grandes alharacas, sin muchas presunciones y sin una publicidad que poco tiene que ver con la transparencia.

Aquellos sectores que antes gozaban de sus privilegios y hoy se consideran damnificados no podían reaccionar violentamente en una España que ha cambiado mucho y en la que se practica una política alejada de toda provocación y abocada a combatir causas manifiestamente injustas.

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Por ello, las dos únicas salidas eran, bien resignarse a colaborar con las instituciones democráticas -lo que algunos han hecho-, bien desestabilizar a un partido y a un Gobierno mediante campañas de Prensa en las que todo valía: acusaciones no probadas de corrupción, invenciones sobre determinados comportamientos en la vida personal de los-socialistas o intentos de dividir al propio partido...

Naturalmente, no me estoy refiriendo a las críticas legítimas sobre los errores o los fracasos del Gobierno, o a sus enfrentamientos reales con la UGT, o al contenido de aquellos artículos y editoriales cuya inspiración está en la lógica de una sociedad libre y pluralista. Me refiero, claro, a los que hablan, escriben o actúan con manifiesta mala fe, a los que critican una decisión y criticarían la contraria, a los que atacan una decisión porque quienes la han adoptado son socialistas y no conservadores.

Es cierto, sin embargo, que se han producido algunos comportamientos por parte de determinados cargos públicos, medios o altos, que no se han correspondido con lo que se entiende como la ética socialista, pero han sido contadas excepciones duramente criticadas en el seno del PSOE y del Gobierno, y tratar de descalificar a éste o aquél por actitudes aisladas es un abuso que debe ser rechazado con absoluta contundencia.

Imputaciones injustas

Por otra parte, el PSOE ha sufrido ya campañas de este tipo desde los tiempos de Pablo Iglesias, acusado tan reiterada como engañosamente por la Prensa de la época de gustar del lujo o confundir a los obreros, como ocurrió con Prieto o Negrín. Y entonces, como ahora, algunos socialistas se sumaron gustosamente a tales campañas. Y la historia demostró -como lo demostrará hoy el paso del tiempo- cuán injustas eran y son tales imputaciones.

Por fortuna, los sondeos de opinión confirman ahora lo que las elecciones han venido determinando desde 1982 y a pesar del desgaste que supone la tarea de gobierno: que el PSOE es el partido que cuenta con mayor apoyo popular; que la segunda fuerza política está a no menos de 15 puntos de diferencia, y que Felipe González es el dirigente que la mayoría de los españoles prefiere como presidente del Gobierno. Ésta es la verdadera desesperación para los medios de la caverna antigua y los nuevos reaccionarios. Ello quiere decir que la mayoría distingue entre la verdadera información y la propaganda que difunden ciertos grupos de presión, y que esta mayoría, aun cuando esté descontenta con algunas decisiones del Gobierno, sigue apoyando el proceso de transformación y cambio iniciado en diciembre de 1982.

La mayoría, entiendo, no quiere que este proceso retroceda o se detenga y sí quiere que se acelere, que se haga más redistributivo y más social, para que mayores sectores de la población se beneficien de los logros económicos que ha conseguido el Gobierno. Y ésta es, a mi juicio, la mejor explicación para aclarar la ausencia de una alternativa fuera del PSOE, un partido que es absolutamente responsable de generar, en este su 31º congreso, un nuevo mensaje de ilusión y de esperanza.

La reflexión a partir de la cual deben girar nuestros debates tiene que tener presente la necesidad de insistir más en la lucha contra el paro -con la indispensable colaboración de sindicatos y empleadores-, de fortalecer la batalla contra el terrorismo y de dedicar más atención a la igualdad de la mujer y a aquellos sectores más desfavorecidos de la sociedad que la ideología neoliberal condena a la desesperación. Asumir la autocrítica con lo que se ha hecho mal o no se ha hecho y elaborar un proyecto de futuro al servicio del pueblo y con el pueblo nos permitirá avanzar en la conquista de una sociedad más justa y, en definitiva, más libre.

Luis Yáñez-Barnuevo es secretario de Estado para la Cooperación Internacional del Ministerio de Asuntos Exteriores y presidente del Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI). Es delegado al 31º Congreso del PSOE.

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