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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Muerte en la cárcel

EN LA noche del 13 al 14 de marzo de 1978, el recluso anarquista Agustín Rueda moría en los sótanos de la cárcel de Carabanchel, abandonado de toda asistencia médica, tras el brutal apaleamiento a que fue sometido por un grupo de funcionarios. El hecho de que hayan transcurrido casi 10 años hasta que los presuntos culpables del aquel ignominioso suceso comparezcan ante la justicia es ya de por sí todo un escándalo. Pero, como en una especie del túnel del tiempo, los españoles de hoy pueden vislumbrar, a través de la representación judicial que ahora se celebra, las cosas terribles que sucedían en este país hace sólo una década.El exagerado espacio de tiempo que transcurre desde aquella trágica noche hasta el momento de sentar en el banquillo a los acusados del sádico aquelarre en que fue sacrificado Agustín Rueda -10 hombres apaleando en una habitación aislada, con porras de goma, a siete reclusos y ocasionándoles graves lesiones, y la muerte a uno de ellos- no puede ser achacado exclusivamente a la normal lentitud con que actúa la justicia española. El sumario fue concluido. menos de dos, años después del suceso. Pero lo más incomprensible es que hayan transcurrido más de siete años desde entonces hasta la comparecencia a juicio de los presuntos responsables. La opinión pública tiene derecho a saber qué o quiénes han entorpecido la celebración de la vista oral. Y una investigación sobre los fiscales y magistrados encargados del caso serviría para aportar alguna luz. Una idea de la escasa colaboración -por no llamarla, lisa y llanamente, obstrucción- que con frecuencia se ofrece a la justicia desde otras áreas del Estado en supuestos como el que acabó con la vida de Agustín Rueda es la tardanza del entonces director de Carabanchel -hoy en el banquillo- en comunicar los hechos al juez de guardia y la incompleta información que le suministró sobre lo sucedido. Incidencias de este tipo, en las que el llamado honor corporativo se convierte en escudo protector de actuaciones individuales, aun de las más abominables, se produjeron en más de una ocasión a lo largo del proceso de investigación sobre la muerte de Rueda. La saña demostrada por varios funcionarios de Herrera de la Mancha con el recluso Alfredo Casal, uno de los apaleados en Carabanchel, muestra a qué aberraciones pueden llevar las actitudes corporativistas. Este grupo de energúmenos obligó a dicho recluso a comerse materialmente los recortes que conservaba sobre sus declaraciones ante el juez.

Quienes hoy se sientan en el banquillo para dar cuenta de los innobles hechos sucedidos hace 10 años en la prisión de Carabanchel tienen derecho a la presunción de inocencia y a beneficiarse de las garantías constitucionales para un proceso justo. Todo lo contrario de lo que se hizo con el preso preventivo Agustín Rueda, al que se le castigó con la muerte al margen de todo proceso y sin darle opción alguna a defenderse. Ante un sistema penitenciario que hacía posible las torturas, las vejaciones de todo tipo e incluso la muerte, la población reclusa española se rebeló con violencia en los primeros momentos de la transición. La ley general Penitenciaria promulgada en 1979 y su desarrollo normativo han pretendido sustituir aquel sistema con otro más humanitario desde la perspectiva de que el preso no deja de ser persona aunque esté privado de libertad. Pero el proceso de cambio en las prisiones se ha enfrentado con fuertes resistencias de grupos de funcionarios, y desde determinados sectores de la sociedad se ha confundido interesadamente la humanización de la vida carcelaria con un ensalzamiento irresponsable del recluso.

Sin duda, las cárceles españolas han cambiado a mejor desde la época en que vivió y murió Agustín Rueda. Sin embargo, el reciente informe del Defensor del Pueblo, tan poco apreciado por los estamentos oficiales, constituye una denuncia implacable de las graves carencias de las prisiones actuales. Si se persiste en cerrar los ojos ante los síntomas alarmantes y no se pone remedio a tiempo, la situación puede deparar sorpresas desagradables que retrotraigan el mundo carcelario a épocas pasadas.

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