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¡Antonio Gala abandona el teatro!

En un principio no podía creerlo, pero la noticia fue abriéndose paso hasta alcanzar un gran relieve, generalmente en la voz de su ilustre protagonista. Sí, sí, era cierto. No se trataba de uno de esos rumores que a veces circulan como aquellos heraldos negros de César Vallejo -"¡Hay golpes en la vida tan fuertes! ¡Yo no sé!"- y que luego reciben, dichosamente, el mentís de la vida. ¡Efectivamente. Antonio Gala había decidido abandonar el teatro! ¿Qué pasará, se pregunta uno, para que Antonio Gala lo abandone?. Pues, efectivamente, no se trata tan sólo -y él nos lo confirma con un deje de melancolía en la vez- de una trivial infidelidad narrativa, sino que aquí está la cosa expresada con la debida gravedad: se va a escribir una novela desde el abandono, dizque irreversible, del teatro. Es una noticia y hasta un notición, a poco que se me apure: ahí es nada, en un mundo en el que raramente se nos informa sobre la vida de los escritores, a no ser para contarnos que han muerto. Algo mejor van las cosas en otros campos artísticos, como la tauromaquia, el deporte o la canción: nunca más veremos las verónicas o los volapiés de este o aquel maestro del mundo del toro, o el futbolista fulano se va de copas por las noches, o tal estrella de la canción está triste porque su hija se ha enamorado de un perito agrícola. Pasando del mundo de los artistas al de los cómicos, alguna vez sentimos también ligeros escalofríos cuando nos enteramos de que tal o cual cómico o cómica se retiran de la escena: ¡abandonan el teatro! ¿Y dejas, pastor santo, tu grey en este valle hondo, oscuro? Qué se le va a hacer, aunque sea duro, efectivamente, que los artistas más queridos por el pueblo vayan abandonándonos en este valle hondo, oscuro.Ahora, Antonio Gala abandona el teatro y nosotros nos hemos enterado. La noticia es mala, porque quien abandona el escenario es un escritor muy notable, y es buena, porque la cosa es noticia, y no estamos acostumbrados a que tales hechos del mundo de la cultura lo sean en unos media que generalmente nos informan sobre los mínimos movimientos de, por ejemplo, los dirigentes políticos, sobre quienes nos enteramos de que, por ejemplo, se han rascado una axila en Guadalajara, mientras que movimientos de cierta envergadura social, como decenas de miles de ciudadanos vascos (es un ejemplo) que circulan durante unas horas por las calles de Bilbao en demanda de libertad de expresión o de una negociación política -y de lo uno y lo otro al mismo tiempo, y por las mismas razones-, apenas merecen un cuartillo de página en los periódicos más objetivos y democráticos. Sobre los hechos culturales, ya se sabe que quienes nos movemos en estos territorios lo hacemos, en general, con la preciosa holgura del secreto, y pocas son las veces en que alguien se interesa por nuestros fichajes y otras venturas o desventuras, lo cual está muy bien, porque facilita ciertas condiciones para el trabajo llamado creador; pero no deja de ser llamativo que cualquier estornudo de un futbolista sea ampliamente registrado y multiplicado en los amplios tiempos y espacio que la radio, la Prensa y la televisión dedican al fascinante mundo de los deportes, mientras que multitud de artistas y escritores apenas consigue unas líneas de atención en esos medios, si no es -como antes decíamos- cuando se mueren o, en los mejores de los casos , cuando alguna institución más o menos municipal o espesa les otorga eso que suele llamarse un galardón.

Ciertamente somos miles y miles quienes nos dedicamos a estas tareas del arte y la literatura, y sería de lo más tonto reclamar para el curso de nuestras vidas una atención particular que también merecerían, y tantas veces con mayor motivo, todas las gentes entre las que cada día se dan decisiones como la de abandonar la metalurgia -o ser abandonado por ella- y dedicarse a la busca de viejos cartones y chatarras; pero también es verdad que, por ejemplo, el estreno de un drama nuevo es un hecho que, en principio, podría presentar algún interés público y alguna expectación en un mundo en el que tan fueirtemente resuenan no ya los actos deportivos, sino también su reparación y consecuencias, en todo un cortejo multicolor de críticas y comentarios. Mientras la vida cultural, por llamarla así, transcurre entre sombras sólo a veces ligeramente iluminadas en casi furtivas secciones de los periódicos, la radio, y la televisión.Es por lo que resulta tan notable el caso de nuestro estimado colega Antonio Gala, cuya vida como escritor teatral -el escritor teatral que, ay, ha perdido el teatro español- también se produjo en términos de insólita notoriedad, pues sus estrenos gozaban de un cierto seguimiento, como suele decirse, y por lo menos yo me he enterado siempre de que Antonio Gala preparaba una obra y luego de que era más o menos inminente su estreno, y, por fin, de que éste iba a tener carácter mundial en Bilbao, lugar al que acudía y en el que era "asediado", como también suele decirse, por los periodistas, ante los que decía cosas bellas e ingeniosas y todo eso.

Y todo eso, a pesar de lo cual Antonio Gala nos dice ahora, con esa cierta melancolía, que el teatro español pasa por malos momentos y que él ha decidido abandonarlo. ¿Y quién es Antonio Gala y qué es lo que abandona cuando él abandona el teatro? No son estas preguntas tan baladíes como pudiera parecer en un principio, al menos para quienes, como espectadores y/o gentes del oficio, hacemos el teatro, aunque sea de cuando en cuando, y por ello nos las planteamos seriamente; y con la misma seriedad tratamos ahora de responderlas en poco más que cuatro palabras.

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El teatro español, que es una de las instituciones más reaccionarias que a uno le ha sido dado conocer, ha contado casi siempre, en lo que va de siglo, con algún autor de mayor calidad que la ordinaria de su sisterila mercantil, al margen de cualesquiera modos de ruptura, insólitas imaginaciones, nuevas formas. Ésta es la línea, creo yo, de Benavente, Casona, Gala. Ellos han hecho siempre lo mejor que se ha dado en el teatro mercantil. Ellos han legitimado la historia del teatro español como algo presentable en el foro de la cultura internacional. Lo otro era, ha sido siempre, la línea más o menos decidida, y hasta agresiva, de la ruptura con esos modos (como ejemplos valgan Azorín o Valle-Inelán). Consideradas así las cosas, Alfonso Paso fue, durante un período, una especie de ersatz / caricatura de este autor presentable y que para nada desbordaba el marco del teatro mercantil y de sus peores hábitos. Antonio Gala -que ahora se le va al teatro español- fue una aparición feliz para el teatro institucional-privado, o sea, para lo que siempre fue el teatro español. Su abandono es, sin duda, una mala noticia para quienes así lo han abandonado a él, y no creo que sea una buena noticia para nadie. En cuanto a quienes hemos tratado de romper, mejor o peor, con lo que hay, ningún problema nuevo se nos presenta: el abandono es nuestro ser, y su ejercicio forma parte de nuestros hábitos.

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