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Carta

Señorita Escarlata Oh Pérez:Le ruego tenga la bondad de aceptar estos simples renglones escritos por una humilde negra guineana agradecida, que quiere mostrarse solidaria con la madre patria en un momento como éste, que tan penoso ha de resultarle, dada su probada sensibilidad para con los pueblos en los que, otrora, la dulce mano misionera de su gran país se posó para sacarnos las legañas de los ojos y, a la vez, las entrañas. Como le decía tal que ayer a mi primo, el Negro Zumbón, mientras los dos hacíamos cola donde usted sabe para conseguir el Hola de hace tres semanas a 10 veces su precio, así como un tubo de pasta dentífrica El Torero a cambio de mis enaguas de roja seda crujiente, quién los ha visto y quién los ve. Éramos tan felices en Tara cuando al atardecer, usted nos enseñaba la lengua de Cervantes aprovechando que volvíamos de la plantación hechos polvo. O cuando nos hacía cantar Angelitos negros, de Antonio Machín, aquel santo, mientras leía el último correo de ultramar... Permítame que derrame una lágrima, señorita Escarlata, por el esplendor en lo negro que fue para nosotros la presencia indómita, a la par que sofisticada, del conquistador español y su señora, de cuyas virtudes tanto hemos podido aprender, y así nos luce. Abanicándoles en el porche para espantar las moscas, supimos lo que era la civilización, y por eso todavía recordamos con dolor el día en que quiso el destino adverso que tuvieran que partir, dejando tras de sí a estos pobres negros a medio cocer y con lo puesto. Claro que luego volvieron. De otra forma, pero volvieron.

Y ahora tienen que irse de nuevo, privándonos del placer que suponía para nosotros que se estrellaran sus aviones encima de nuestras cabezas, después de ejecutar a ras de tierra una fina filigrana acrobática de mérito. Mire usted, señorita Escarlata, si me sabe mal por algo es porque a Guinea le va a tardar mucho la celebración del V Centenario y no va. a darles ocasión, aunque quizá sí a sus herederos, de resarcirse de las tremendas pérdidas.

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