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PRESENCIA HISPANA EN NORTEAMÉRICA

En San Antonio quieren ver "cómo es un rey de cerca"

Francisco G. Basterra

¿Los reyes se eligen como aquí los presidentes?", pregunta Debbie Kingins con toda la ingenuidad y la ignorancia de un ciudadano medio norteamericano. Es domingo y Debbie lleva una hora esperando que don Juan Carlos y doña Sofía lleguen al fuerte de El Alamo, en San Antonio. Con su marido ha venido, textualmente, "a ver cómo es un rey de cerca". Y le sorprende bastante enterarse de que las monarquías son hereditarias.

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Pero lo que más le descoloca es cuando don Juan Carlos sale del Cadillac y comprueba que es muy alto y rubio. Debbie quiere saber si la Reina manda. Cuando se entera de que no, comenta en voz alta: "Como pasa en todas partes con las mujeres"."Nadie sabía que venía el Rey, por eso hay tan poca gente", dice la señora Kingins entre siglos de asentimiento de otros anglos que esperan a los Reyes bajo un calor pegajoso. Casi todos aseguran que se han enterado por el periódico del domingo. A pocos metros, un español que lleva 17 años en esta ciudad comenta que a los hispanos de origen mexicano, el 40% de la población, "el Rey les es indiferente. Ya tienen bastante con sus problemas, como la nueva ley de inmigración, y sobre todo con sobrevivir".

En la plaza de El Álamo no llegan a 1.000 las personas concentradas el domingo para ver a don Juan Carlos y doña Sofía, en único acto abierto al público cm toda la visita a San Antonio. En su mayoría, españoles y algunos anglos. Muy pocas teces más oscuras mexicanas.

Horas antes, don Juan Carlos había echado un capote diplomático al país vecino, al afirmar que Tejas se enriqueció también "con la presencia de la gran nación mexicana".

El águila, a 15 dólares

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Indiferentes a la comitiva real, los vendedores de artesanía y recuerdos continúan su negocio en la plaza de El Álamo, situada en el centro de la ciudad. El lugar preferente para poder ver, "y tocar si es posible", a don Juan Carlos y doña Sofila se ha colocado un grupo de españoles con la bandera todavía con el águila y el lema "Una, grande y libre". No saben que ya no es la enseña constitucional.

Cuentan que han pagado por ella 15 dólares en unos almacenes y que no había otra. Su conexión con España es a través de la revista Hola, y se decepcionan un poco al saber que no somos de la prensa del corazón. Pero finalmente tienen suerte. La Reina se para a hablar con ellos.

Granaderos de Gálvez

Maduros ciudadanos sudando la gota gorda, vestidos de granaderos del siglo XVIII, forman un pasillo y saludan militarmente a los Reyes. Son los granaderos de Gálvez, una institución privada formada en honor del gobernador español de Luisiana, Bernardo de Gálvez, que colaboró rnilitarmente con George Washington en la guerra de independencia de esta nación.

Ellos mantienen viva la llama de la herencia española en estas tierras y cuando pueden viajan a Madrid para ser recibidos por el Rey. El domingo se convirtieron en los protagonistas de la visita. Sus diversas ramas -también tienen la femenina, las damas de Gálvez- compitieron entre sí por entregar regalos a los Reyes.

Son las 15.30 y el servicio secreto, a pesar de sus sonotones, ha perdido el control de la situación. Introducen a los Reyes, a la comitiva y a casi todo el que quiera colarse, en unas barcas abiertas, enmoquetadas en rojo, una especie de salones flotantes con mesa puesta con pastelitos y gladiolos, y bar con champaña californiano a proa, todo ello servido por camareros negros con guantes blancos.

La barca Christina, donde navegan los monarcas, se adentra por el paseo del río San Antonio, entre frondosos árboles, altos edificios y bares y restaurantes pegados al agua. Una ratonera desde el punto de vista de la seguridad, pero un recorrido muy bello.

Hacerlo en San Antonio es como subir a Igueldo en San Sebastián o pasear en barca por el Retiro. Reina un ambiente de domingo y los norteamericanos, en shorts, disparan sus cámaras y vídeos a la comitiva y gritan vivas a España, al grupo de cuatro barcas, sin saber realmente en cuál viaja el Rey.

Un grupo de negros en la orilla toca jazz. Desde un puente, desde el que casi se podía pegar un capotazo a las cabezas de los monarcas, el Mariachi Infantil Guadalupano ameniza el paseo. Un poco más allá, música country. Hay incluso un grupo de bailarines griegos que tratan de atraer la atención de doña Sofía, que calificó el paseo de "muy bonito".

Misa en la misión

El alcalde de San Antonio, Henry Cisneros, la esperanza política de los hispanos, no se separa de los Reyes. "Qué tipo tan listo, cómo chupa cámara", comenta admirado el ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez.

Pero nada superó el domingo a la misa en la misión de San José. Con su rosetón en la fachada, está considerada como uno de los mejores ejemplos del barroco colonial español en estas tierras.

Un sacerdote mexicano, Manuel Román, sacado de una estampa de las misiones del siglo XVIII, investido de toda fuerza y dignidad de la iglesia indígena, ofició una misa como las que ya no se hacen, ayudado por un soberbio coro y una iglesia desnuda de todo artificio.

Sólo un detalle traicionó esta pureza ritual. Dos personajes, disfrazados de caballero y dama, con mantilla, del Santo Sepulcro se plantaron en la misión sin que nadie supiera muy bien por qué. Se empeñaron en leer la epístola y el evangelio y dieron la paz a los Reyes. "Éstos se han colado", comentó un miembro de la comitiva oficial.

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