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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Después de Argentina

DE REGRESO a Roma, Juan Pablo II habrá tenido tiempo para meditar sobre los contrastes de su reciente periplo suramericano. El vuelo de Santiago de Chile a Buenos Aires llevó al Papa a otro mundo. Dejaba atrás una Iglesia comprometida en la lucha por los derechos humanos y a un pueblo dividido y oprimido por un dictador católico. En Argentina le esperaba un episcopado comprometido con la dictadura anterior, silencioso ante los crímenes del régimen militar y vociferante ahora contra el proyecto de ley que regula el vínculo matrimonial y contra la permisividad de la democracia. Los obispos argentinos siguen entendiéndose mejor con la cúpula militar que con el Gobierno elegido en las urnas. Fuera de honrosas excepciones, prefieren seguir olvidando a los 10.000 desaparecidos impedir que las Madres de la Plaza de Mayo vean al Papa, disculpar el asesinato del obispo Angellini. Los sondeos de opinión reflejan el desgaste moral de la jerarquía ante la opinión pública. Apenas media docena de obispos denunciaron individualmente las torturas, los crímenes y la inmoralidad de los dictadores. A la complicidad del pasado se suma ahora la actitud oficial, beligerante contra el proyecto de ley del,divorcio, que espera la aprobación de la Cámara alta. No han faltado las.amenazas de excomunión contra los diputados y senadores que dieran su voto a dicha ley. En este enfrentamiento, Juan Pablo II se atrevió a comparar el divorcio yel aborto con la tortura y el terrorismo, y pidió a los católicos y gobernantes que tomaran una postura clara contra estos males que "vulneran la dignidad humana". Flaco servicio hizo a la consolidación democrática.Esta posición cerrada de la Iglesia oficial, es considerada como un intento de bloqueo al sistema de las libertades. El episcopado argentino podría haber escarmentado con la experiencia de semejantes actitudes en las iglesias europeas. Una cosa es predicar y orientar la conciencia de los fieles, y otra distinta exigir que el código moral de la Iglesia católica sea impuesto por ley coactiva a todos los ciudadanos. Una Iglesia que se considera guardián de un orden moral único y hegemónico no es coherente con el principiode la soberanía del pueblo y con el pluralismo político en que se asienta la convivencia democrática.

Las palabras del Pontífice en Argentina no conducen a la paz. Incitan a la intolerancia y sirven de legitimación a los nostálgicos del antiguo régimen. Se hace muy difícil comprender las leyes inspiradas en los dogmas de una confesión, aunque ésta sea mayoritaria. Los consensos y los proyectos políticos se legitiman en las urnas. Y una ley que intente imponer la indisolubilidad del matrimonio siempre constituiría un atentado contra la libertad.

Alfonsín ha escuchado palabras de reconocimiento teórico por parte del papa Wojtyla en favor de sus esfuerzos por restablecer el orden democrático. Alfonsín había incluso expresado su esperanza y su petición expresa de que el Papa contribuyera con su viaje a la reconciliación del pueblo argentino. Los cristianos críticos y sectores más amplios de la población que quieren la democracia tienen que sentirse decepcionados. Las masas aplaudieron al Papa, como lo hicieron más de un millón de españoles en la madrileña plaza de Lima. Pero muchos de aquellos mismos católicos españoles votaron dos veces al partido que les prometía la despenalización del aborto, demostrando su coherencia con el respeto tolerante a los otros ciudadanos que tienen derecho a organizar su conciencia con otros códigos.

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El pueblo argentino ha vivido tiempos difíciles. La tarea emprendida por el Gobierno democrático es reconciliadora. Tiene que cimentarse en lajusticia, en la tolerancia y en la reparación de los atropellos consumados por la Junta Militar. El Papa, ha hecho buenos servicios a la paz en el conflicto entre Chile y Argentina, y podía haber utilizado su prestigio y su respetabilidad en apoyo de la democracia de este país. Pero sus discursos de estos días pueden haber avivado la desconfianza hacia el Gobierno y alentado los focos golpistas. Y toda buena, doctrina deja de ser respetable cuando no promueve el respeto de las opiniones contrarias.

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