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El posmodernismo hace mella en el discurso de los políticos, según Juan Luis Cebrián

El posmodernismo, un concepto vago que se distingue por su rechazo de las ideologías o de las ideas fuertes y que huye de la contemplación de un mundo dividido en dos, dialéctico o antagónico, ha servido en España para definir las situaciones más dispares y podría referirse también al actual discurso político. Sobre esta reflexión centró ayer el director de EL PAÍS, Juan Luis Cebrián, su conferencia Políticos y posmodernos, pronunciada en la tribuna del Club Siglo XXI. Cebrián fue presentado por el filósofo Fernando Savater.

El director de EL PAÍS atribuyó su presencia en el Club Siglo XXI, por primera vez desde hace seis años, a que han dejado de acudir a esta tribuna representantes de la autoridad constituída, por el simple hecho de haber hablado en ella gentes que no eran de su agrado, en concreto, el dirigente de HB Iñaki Esnaola.Entre los asistentes a la conferencia se encontraban, Nicolás Redondo, secretario general de UGT; Pablo Castellano, líder de Izquierda Socialista; Antonio Pedrol, presidente del Colegio General de la Abogacía; Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, ex ministro de Educación de UCD; Santiago Carrillo, presidente del Partido Comunista de los Trabajadores (PCT), y Pío Cabanillas, ex ministro y diputado en el parlamento europeo.

Cebrián señaló que, de acuerdo con los posmodernos, que alzan su voz para defender el derecho a la incoherencia, no es incongruente en el panorama político español "que los banqueros apoyen al Gobierno socialista o que éste apoye a los banqueros, ni que González haga una política económica liberal o que los liberales no sepan ofrecer políticas que acaben con las subvenciones y el papel creciente del Estado". No es incongruente, desde el punto de vista posmoderno, precisó, "porque esa congruencia no existe sino referida a unos esquemas ideológicos en derribo".

La condición reclamada por los posmodernos para interpretar la realidad se ha instalado en la vida española hasta tal punto que 1a dicotomía o la separación que se observa no es hoy el enfrentamiento entre fuerzas de izquierda y derecha, parecidas como un huevo a otro huevo, sino entre el aparato del Estado, superestructura del poder, y la sociedad civiV.

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Una de las contradicciones posmodernas que vive la sociedad española, según Cebrián, es el "refórzamiento decidido del aparato estatal, por voluntad del Gobierno, al tiempo que este aparato es cada vez más incapaz de dar respuesta a las demandas sociales". Esa contradicción se manifiesta en vicios de la Administración central que ya han sido copiados por las administraciones autonómicas.

Pocas esperanzas hay de que la gran cuestión pendiente, la reforma de la Administración, sea acometida por el PSOE, "incrustado en un ideologismo estatal creciente, en las reverencias y las admiraciones hacia los símbolos del Estado; pero mucho menos de la derecha actual, que es todavía una derecha hecha a la medida de los altos funcionarios que la dirigen y sus cómplices sociales".

Tras resaltar que engordan el Estado y la clase política mientras crece "el alejamiento popular respecto a las instituciones", el director de EL PAÍS subrayó la gravedad de ese alejamiento en las actitudes de la juventud, "algunas de cuyas expresiones se han manifestado ruidosamente en las calles, con gritos, modas, vestimenta y apariencias de posmodernidad".

La posibilidad de montar en avión, conducir automóviles o vivir liberadamente el sexo, que a los huérfanos de la década de los sesenta les pareció el progreso, a los jóvenes de hoy les merece, en opinión de Cebrián, otro juicio bien diferente: "Esto lo que es es una mierda". La explicación estriba en que "los ideales de solidaridad y de esfuerzo, la ilusión colectiva del quehacer común que orteguianos y falangistas persiguieron de forma simétrica han desaparecido". Para los jóvenes de hoy "no hay un mundo que salvar ni una sociedad que redimir. Hay una vida que vivir".

Según Cebrián, "no son revolucionarios, no quieren destruir el sistema, y hasta en cierta medida les interesa integrarse en él". Les arrebata "el contenido lúdico de la posmodernidad. Una manifestación es sobre todo una fiesta. aun si es violenta, o precisaimente por serlo. No hay forma a veces de descubrir la diferencia entre una charanga de carnaval o un piquete de médicos internos residentes que protesta en calzoncillos". Ante todo ello, la respuesta del poder es el estupor, que primero se traduce en palos y luego se transforma en llamadas a la racionalidad.

Si bien hay conceptos posmodernos que pueden ser útiles, resulta muy peligroso "elevar la posmodernidad a los altares", terminó Cebrián.

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