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¿Dónde están los profetas españoles?

El VI Congreso de Teología debatió la pasada semana en Madrid el presente de la teología, en medio de una expectación que hacía presumir una conclusión polémica. El autor estima que a los teólogos presentes habría que hacerles una crítica: han evidenciado lo que él llama "agotamiento profético".

La celebración del VI Congreso de Teología, impulsado por la Asociación de Teólogos Juan XXIII, a la que me honro en pertenecer, ha dado que hablar a los medios de comunicación de todos los colores. Desgraciadamente, muchos de ellos han hablado de memoria, s in tener -en cuenta lo que allí se dijo. Se parte del presupuesto de que se trata de eso que se ha dado en llamar "progresismo católico", y a continuación se le adjetiva desde la ideología en que cada uno de los críticos se encuentra.Yo creo que habría que hacer al congreso una crítica especial, que yo llamaría de "agotamiento profético". Durante el franquismo y la época de la transición, las comunidades cristianas de base fueron valientes en sus denuncias proféticas frente a las frecuentes transgresiones de los derechos humanos o a la penuria de la todavía incipiente democracia. Pero ahora da la impresión de que el soplo profético de nuestro catolicismo de base tiene que emigrar a otros países para ejercer su vieja tarea de denuncia de tantos entuertos.

Pero ¿es que en España todo marcha a las mil maravillas? ¿Es que nuestros profetas cristianos contemporáneos no tienen nada que decir sobre el paro, sobre la corrupción de la Administración pública, sobre la manipulación a la que los ciudadanos se ven sometidos a través del manejo subliminal de los medios estatales de comunicación?

En la situación socio-política actual parece que los dirigentes quieren pactar, no precisamente con las bases eclesiales, antiguas "compañeras de viaje", sino con la institución misma, para evitar lamentables sorpresas. Y en este conato de inteligencia mutua hay algo que a veces resulta pintoresco: se trata de la llamada "religiosidad popular", de tanto arraigo en España a través de sus semanas santas, romerías y procesiones patronales. Es lógico que un Estado de Derecho dé toda clase de facilidades a una Iglesia mayoritaria, como es la católica, para que celebre públicamente sus cultos. Pero es más bien paradójico que los dirigentes de un Estado aconfesional -muchos de los cuales se declaran agnósticos abiertamente (y están en su pleno derecho)- se pirren por presidir procesiones, llevar varas de mando en ellas y lucir sus mejores galas, poco adecuadas a las siglas políticas que representan.

Y hay más. El mismo progresismo católico no las tiene todas consigo. Más de un político o sindicalista ha dicho en público que la libertad religiosa se ha de entender para la celebración de los cultos dentro o fuera de los templos; pero no para las facilidades en movimientos sociales, que deben ser gestionados solamente por partidos o por sindicatos. Volvemos con esto a una situación parecida en el franquismo, cuando los movimientos católicos -HOAC, JEC, VO, etcétera- fueron considerados corno rivales peligrosos de los grupos anejos al llamado Movimiento Nacional. Naturalmente, el panorama actual es completamente distinto: existe una mayor libertad de expresión, aunque no siempre toda la que se desea, ya que los mismos medios de comunicación se autocensuran teniendo en cuenta los tics de los que actualmente gestionan el poder.

Pues bien, de todo esto apenas se dijo en el congreso alguna palabra. La única que resonó, clara y contundente, fue la de los jornaleros andaluces, preferidos primero por las autoridades autonómicas y tolerados más tarde a duras penas por las estatales. El resto de la denuncia profética se lo llevaron Nicaragua, Centroamérica, Chile, las mujeres marginadas, y apenas nada más.

Eso sí, el congreso fue muy crítico con la institución eclesial, acudiendo para ello a la entraña del Concilio Vaticano II, según el cual la Iglesia, más que una "sociedad perfecta", es primordialmente "pueblo de Dios". Hoy, desde instancias incluso superiores, parece que se quiere borrar esta dimensión de la Iglesia, que constituyó el máximo logro de la eclesiología del Concilio.

Pero con respecto al. pueblo de España -en sus cabezas y en sus miembros-, nuestro VI Congreso de Teología ha dado a entender que, por ahora, el manantial de la denuncia profética está prácticamente agotado. Esperamos que, cuando menos se piense, vuelva a fluir a raudales, sin que los nuevos capellanes del palacio de invierno" lo impidan, llevados por el miedo de perder sus flamantes y pingües canonjías de izquierda.

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