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Geografía, historia y mito

¿Tan mal estuvo lo de Lepanto? ¿Hay algún factor que diferencie cualitativamente a Lepanto de otros enfrentamientos navales y terrestres, batallas como la de Trafalgar o la de San Quintín? Casi olvidado el escarmiento del golfo de Sidra, confiaba yo en que las referencias a Lepanto como sinónimo de la agresión imperialista cesaran de una vez. No ha sido así: Lepanto es el nombre del diablo. ¿Desde qué punto de vista? Desde el punto de vista de hoy. De acuerdo, no faltaría más que fuera desde el punto de vista de aquel entonces. Pero, incluso des de el punto de vista de hoy, dando a Lepanto un planteamiento pacifista, ¿a quién correspondería el papel de agresor, a los aliados cristianos o al imperio otomano, un imperio que se extendía desde el norte de Africa hasta las puertas de Viena, y que, en las áreas del Mediterráneo que no poseía, realizaba continuas incursiones, con el saqueo y la venta como es clavos de los hombres y mujeres que apresaba. por todo objetivo? Y desde un punto de vista sexista, ¿a quién te sentaría mejor el papel de macho? Pues; también al imperio otomano. ¿Se trata entonces de que la acción de Lepanto es reprobable porque los unos eran cristianos y los otros no? Ele ser ésa la clave, confío en que haya al menos algún turco antimperiafista y antimusulmán que, en virtud de la simetría invertida del mismo principio, celebre hoy la relativa derrota que Lepanto supuso para el islam. Pero lo realmente interesante sería conocer la opinión a este respecto de un español o un alemán o un italiano de la época. ¿Qué pensaría, que éramos idiotas o que le estábamos tomando por idiota?El desconocimiento de la historia que supone el recurso a presuntos lugares comunes me parece como mínimo, preocupante. Esas referencias al imperio el de Occidente, el de Oriente, Roma, Bizancio- como símbolo de la peor opresión, por ejemplo. ¿Qué tuvo de especialmente malo Roma -pecados individuales aparte-, la Roma primero republicana y luego imperial, primero pagana y luego cristiana, una civilización que, aparte de sus innovaciones en ingeniería o en materia jurídica y administrativa, ofreció modelos culturales a hitos históricos tan dispares como el sacro imperio romanogermánico, el Renacimiento o la Revolución Francesa? ¿Qué tuvo de especialmente malo Bizancio, sobre todo si lo comparamos a las realidades históricas que le sucedieron en el área que había constituido su ámbito, ¿Significaron alguna clase de: progreso sus respectivas caídas? Ese desconocimiento, esa ignorancia respecto a lo que se dice, que propicia el lugar común más necio, es la otra cara de la moneda de lo que con tanto acierto, en estas mismas páginas, Francisco Ayala denominó el nuevo talante reaccionario. En un caso, se trata de vender como valor genuino la imagen más tópica de España, la imagen que en tiempos, de Franco llamábamos -peyorativamente, y con razón- folclórica. En el otro, se trata de llenar el vacío que implica la ignorancia de algo con un lugar común no menos falto de realidad. Y un disparate, no por progresista o reaccionaria la intención del que lo formula, deja de ser disparate.

Claro que esa ignorancia no es patrimonio exclusivo (le los españoles. Para Nabokov, uno de los rasgos característicos del estudiante norteamericano era que no supieran una palabra de geografía; y la geografía es, entre otras muchas cosas, el soporte físico de la historia: sin tal soporte, la historia se convierte en una especie de juego de azar. Recientemente hemos podido comprobar que Nabokov tenía razón: según la Prensa, la primavera pasada se produjeron en California dos momentos de pánico, relacionado con los combates en el golfo de Sidra el primero y con la catástrofe de Chernobil el segundo. Ahora bien: si aceptamos que son pocos los norteamericanos que sabrían situar a España en el mapa, vale la pena que nos preguntemos a nuestra vez cuántos españoles sabrían situar a Hungría o Birmania o Costa de Marfil en ese mapa o qué es lo que realmente saben esos mismos españoles acerca de Estados Unidos. Y quien dice un español, dice un inglés, un soviético, un canadiense. Es un mal generalizado, cuya raíz está en la parcialización de la enseñanza de historia en los planes de estudio de los diversos países y en la práctica supresión de la geografía como asignatura, en dejar la geografía, incluso la simple geografía política, en manos de especialistas. El plan de estudios en que me formé tenía al menos esas pocas ventajas: además de latín, se estudiaba historia y geografía. Aún recuerdo las preguntas de geografía que me fueron hechas en mi examen de estado: ríos de la Pampa y volcanes de Indonesia. Hoy día pueden parecer preguntas absurdas, más propias de un concurso que de un examen. Y, sin embargo, suponen un test altamente ahorrativo: si un estudiante las responde, no vale la pena seguir preguntándole.

Si la ignorancia en materia de geografía facilita la ignorancia en materia de historia, la ignorancia en materia de historia abre un abismo que con frecuencia es colmado por el mito, esa realidad tópica cuyos requisitos fundamentales son la imprecisión y el distanciamiento. La imagen tópica y por lo general contradictoria que se tiene de los norteamericanos, por echar mano de uno de los ejemplos más convencionales. ¿Son los norteamericanos como Rambo? Sólo un débil mental puede suponer que así es, quedando a su cargo la valoración positiva o negativa del hecho. No obstante, son muchos los españoles que, a la hora de opinar, coinciden en que los norteamericanos, además de ser infantiles y muy ingenuos, se caracterizan por un comportamiento individual y colectivo literalmente- diabólico. ¿Diablos, así pues, infantiles y notablemente ingenuos? En tal caso, estamos listos, ya que lo malo de Rambo no es que guste al público norteamericano, sino que, más que en Norteamérica -donde Cobra ha tenido una fría acogida en razón de su brutalidad-, gusta en el resto del mundo, empezando por España. En otra ocasión me referí a los mitos, sambenitos y tópicos que penden sobre nosotros, los españoles, al igual que sobre ingleses, alemanes o italianos. Pero lo cierto es que en esta materia cabe extenderse mucho más, ya que nadie, absolutamente nadie, escapa a la condición de víctima eventual del mito: hombres, mujeres, nórdicos, meridionales, negros, blancos, mulatos, cuarterones, zambos, y así hasta el infinito; los mitos están al alcance de todos. Un eminente médico barcelonés me aseguró hará unos 20 años, sin pestañear, que los rusos son intrínsecamente perversos.

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Hace mucho menos, la primavera pasada, coincidí en un vuelo a Madrid con un ex diputado cuya militancia política tal vez sorprenda a quienes le conocieron superficialmente 30 años atrás; sólo a quienes le conocieron superficialmente. Reconocí de inmediato aquella voz que me llegaba desde la fila de atrás, y, más que la voz o el acento, aquella tendencia a imprimir al idioma, a cualquier idioma, tina curiosa modulación monosilábica. Estaba tratando de convencer a su ocasional vecino de asiento, un inglés, probablemente hombre de negocios o funcionario, de determinados aspectos de: la realidad española. Los españoles son muy distintos a nosotros, decía. Desde un pun-to de vis-ta cul-tu-ral, el ni-vel de los ca-tala-nes y vas-cos es muy su-perior al de los es-pa-ño-les. Bien: se puede discutir lo que se: quiera sobre el nivel cultural de los catalanes, como sobre el de los valencianos o el de los castellanos. Sobre el nivel cultural de los vascos, en cambio, apenas si cabe discusión: inferior. Conozco y aprecio las muchas cualidades del pueblo vasco como colectividad, pero entre esas cualidades no se cuenta la de un especial interés respecto a lo que fuera del País Vasco se entiende por cultura: no estoy diciendo que carecen de cultura; estoy diciendo que lo que normalmente se entiende por cultura no les interesa. ¿Y el juicio del inefable ex diputado? Tal vez consecuencia de esa imprecisión y ese distanciamiento a los que acabo de referirme, efecto de los 9.500 metros que nos separaban de la superficie de la Península.

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