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Pinochet

Rosa Montero

Lo hemos visto todos en televisión. hace unos días: la vida imitando al arte, como diría Wilde. Hemos visto a Pinochet recibiendo el homenaje de sus generalotes, un cuadro, trágico y grotesco pintado en gris: gris de uniforme castrense, gris de mediocridad y miedo, tan gris como el plomo de las balas.Gris terciopelo el ambiente de lujo marchito, gris plata la cabellera del Augusto, más augusto que nunca en su momento de esplendor, tieso como un tentempié en medio de la sala, mientras sus generalitos tartamudean discursos mal aprendidos de memoria. Gris blancuzco el vendaje de la Mano Mártir, esa mano rasguñada por la Conjura Universal Marxista, mano-reliquia en la que Pinochet no puede pensar sin estremecerse de emoción, porque a partir de ahora ya se puede decir con toda justeza que ha derramado su sangre por la Patria. En el fondo es un sentimental, el hombre.

Los generalazos están ahí, balbuciendo loas y atrancándose cada dos por tres en su recitativo de alabanzas. Tan buenos chicos que parecen, tan leales, tan grises y tan rígidos, y sin embargo Pinochet teme que haya traidores entre ellos; la Conspiración del Mal se multiplica y su perversidad tentacular quizá haya hecho presa en el Ejército. Pero estas hondas inquietudes pueden aplazarse unos momentos: Pinochet ha dado ya las órdenes precisas, y, mientras el acto se celebra en el recinto palaciego, afuera se detiene, se martiriza, se ejecuta, se abrasa vivo al Enemigo. Bien puede permitirse el Augusto este fugaz descanso.

Aquí está Pinochet, paladeando la Gloria; sin duda la Virgen le ha salvado, demostrando una vez más que él es el elegido de los Cielos. Los generalillos le colman de zureos y él recibe serenamente el homenaje ante las cámaras de la televisión norteamericana, es decir, ante la Historia. El Augusto improvisa una breve respuesta, el perfil caprino, la sotabarba temblorosa, los ojos anegados de Patria. A su alrededor el país retumba de gritos y bombazos, pero él se siente un héroe. Y al mencionar la palabra libertad, la emoción quiebra su voz y a sus párpados asoma una gruesa lágrima gris que apesta a sangre.

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