Apoteósico triunfo del Barça en la tanda de penaltis
Merri Wood, diseñadora de armas nucleares en Los Álamos (Estados Unidos), asegura que "una bomba debe ser construible, fiable y robusta. Debe funcionar aunque alguna cosita falle". El pensamiento de Terry Venables, segundo entrenador azulgrana que accede a la final de la Copa de Europa -el primero fue, curiosamente, su actual espía, Enrique Orizaola-, parece idéntico al que defiende uno de los herederos de los inventores de la primera bomba atómica. "Dí señas la bomba", comenta con horrible frialdad Merri, "la despachas, te sientas con las manos sudorosas y esperas a que tiemble la tierra". Barcelona y Gotemburgo hicieron temblar anoche un Camp Nou, que todos creíamos a prueba de bombas. El corazón, la fuerza y la voluntad de 26 deportistas puso la piel de gallina a 90.000 apasionados seguidores barcelonistas, que durante 120 minutos de juego y un cuarto de hora de penaltis de infarto cerraron los ojos una y mil veces negándose a presenciar imágenes de terror, ocasiones fallidas, postes, largueros, goles anulados, penaltis. Aquel señor del gol sur por poco axfisia entre sus brazos a su compañera cuando Pichi logró el primero de su serie (1) minutos). Aquella mujer de labios carnosos, extremadamente pintados de rojo, que tiene un abono en la ampliación, por poco se cae abajo reclamando el fuera de juego clamoroso de Ekstrom (34), que invalidaba el tanto sueco. Aquel anciano del puro grande con vitola, del Barça estuvo a punto de morir de un infarto cuando Alexanco despejó al larguero un centro de Ekstroni (61). Aquella señora del graderío norte morreó con apasionamiento a su marido cuando el zaragocista desterrado le metió el segundo a Wernersson (63). Aquel chiquito hijo de millonario por poco se cae de la tribuna al gritar desaforadamente el tercer tanto de Pichi, hermoso, bellísimo, de ballet (69). Aquella señora mayor, muy mayor, abandonó la tribuna porque pensó que se quedaba allí cuando Ekstroni estrelló otro disparo en la madera (98). Aquel directivo que por poco se cae escaleras abajo en el palco al reclamarle desaforadamente a Casarin el penalti a Clos (102). O aquella muchacha de pantalones ceñidos y pendientes de bisutería barata que gritó desa caradamente "¡Víctor, quiero un hijo tuyo!", cuando el todoterreno transformó el penalti del triunfo.Nadie podía inhibirse de aquel espectáculo. Los artistas se entregaban en cuerpo y alma. Los espectadores del Camp Nou vivían con tal apasionamiento e encuentro que muchos ocultaban sus rostros cuando intuían que todo podía venirse abajo en cual quier,momento. Un gol, sólo, un gol de los suecos, al estilo de los que marcó Archibald en Oporto o Turín, podía destrozar un trabajo que, aunque no fuera perfecto, se estaba realizando con amor, con dedicación, con apasionamiento. Todos pusieron su granito de arena. Venables construyendo una bomba que funcionara aunque le fallara alguna cosita: tranquilidad, paciencia, serenidad, precisión. Bengtsson, el técnico sueco, haciendo que sus hombres renegaran del conformismo y buscaran el gol que les colocara en la final y, quien sabe, si proporcionarles el título. Unos, los barcelonistas, cerrando los ojos y yendo a por todas. Otros, los suecos, el cocinero, el bombero y el mozo de almacén, desplegando uno de los sistemas más vistosos, hermosos y deportivos que se han visto en el Camp Nou. Y el público, torturándose con tanta belleza futbolística, con tanta pasión.
Fue una noche irrepetible. Todos creían que el Barça era como la VI Flota, es decir, que poseía el armamento y los recursos suficientes como para aplastar al débil, casi sin advertirle. Y todos pensaban que el débil, ese grupo de muchachos que en sus horas libres se dedican a defender con la mayor gallardía jamás vista en un campo de fútbol la bandera sueca, iba a quedarse encogido, asustado, esperando que el poderoso le forzara a enarbolar la bandera blanca. Lo malo que tienen las guerras es que siempre hay un perdedor. Anoche, en el Camp Nou, todos merecieron ganar.
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