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El general Jaruzelski o la consolidación formal del poder

Polonia ha sido durante los últimos años centro de atención mundial por su crisis política. Desde el 14 de agosto de 1980 -día en que comenzó la huelga de los astilleros Lenin de la ciudad báltica de Gdansk, que culminaría dos semanas más tarde con la formación del sindicato Solidaridad- hasta el 13 de diciembre de 1981 -en que el Ejército polaco se hizo con el poder pan restablecer la normalidad vigente en los regímenes de la comunidad de países socialistas, a los que Polonia pertenece desde la II Guerra Mundial-, los polacos creyeron poder realizar el sueño de una revolución democrática para transformar el socialismo real en su patria.

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Tras 17 meses de entusiasmo popular, las contradicciones internas de la oposición al poder comunista y la lógica geopolítica frustraron violentamente aquel fenómeno sin precedentes en la Europa oriental de la posguerra: un sindicato independiente, democrático y realmente representativo. Pese a algunas convulsiones sociales, como las habidas tras el asesinato del sacerdote Jerzy Popieluszko, el régimen encabezado por el general Wojciech Jaruzelski ha logrado implantar una normalización en el funcionamiento político del país, ha mejorado considerablemente el suministro de bienes de consumo a la población y ha eliminado los temores de sus aliados, con la Unión Soviética al frente.El costo, no obstante, ha sido alto. Una población abúlica y resignada vive de espaldas a la vida pública e ignora todos los llamamientos del poder a cooperar para hacer frente al gravísimo problema de una economía que, aun en la escasez, vive muy por encima de sus posibilidades.

"Fueron 16 meses maravillosos. Sabíamos que no podía ser, que aquello tendría que acabar, y, sin embargo, nos negábamos a admitirlo". Aún hoy, muchos polacos recuerdan emocionados la época en que, tras la creación de Solidaridad y con un partido comunista debilitado y arrinconado, se sintieron capaces de desafiar a un sistema que les fue impuesto tras una guerra que ya había hecho de Polonia su principal víctima.

Pegatinas del Papa

Muchos guardan aún en sus casas las pegatinas de Solidaridad adheridas al espejo del cuarto de bailo o a los azulejos de la cocina, las fotos del cura Popieluszko y del Papa polaco Juan Pablo II en las repisas del cuarto de estar, y las insignias con la W y P superpuestas, símbolo de Polonia en lucha, sobre la mesilla de noche.

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Sin embargo, hoy, la mayoría, por mas que le cueste, tiene que dar la razón a los portavoces del régimen cuando éstos afirman que la época del sindicato Solidaridad es un capítulo cerrado en la historia de Polonia. El sindicato sigue existiendo en la clandestinidad: publica revistas ilegales, boletines con información sobre los presos políticos y comunicados haciendo frente a la propaganda del partido comunista.

El joven Zbigniew Bujak, que fue presidente de Solidaridad en Varsovia, sigue dirigiendo desde la clandestinidad la comisión coordinadora provisional (TKK) del sindicato. Pero el desgaste es grande y, tras cinco años de actividad ilegal en el marco de una desmovilización social generalizada, la capacidad operativa del aparato clandestino es cada vez menor.

Esto no supone una garantía de tranquilidad para el Gobierno. En Polonia, las conmociones sociales y políticas siempre han sido cíclicas en la posguerra. Tras un período de esperanza en cambios desde el Gobierno siempre vinieron por orden la decepción, la crispación, el conflicto, la depresión, el cese de ésta y de nuevo la esperanza. Así sucedió con el jefe del partido Vladislav Gomulka entre 1965 y 1970, y con su sucesor, Edvard Gierek.

Tanto la matanza de Poznan en 1956 como las de Gdarisk, Gdynia y Szczecin en 1970 tuvieron su origen en revueltas obreras por motivos salariales y de precios. También la ola de huelgas del verano de 1980 fue provocada por un alza de precios. En una situación como la polaca, en la que el régimen es consciente de que no tiene ni podría obtener la confianza de la mayoría de la población, una subida generalizada de precios, como la que se ha llevado a cabo a mediados de este mes, siempre implica un riesgo político.

La normalización política del país, entendiendo por ésta la recuperación del papel hegemónico del partido en la vida política, el fin de las movilizaciones de protesta, el funcionamiento regular de las instituciones, ha sido concluida.

Para las autoridades de Varsovia, con las elecciones del pasado 13 de octubre de 1985 el funcionamiento institucional interrumpido por el fenómeno Solidaridad y la posterior implantación de la ley marcial volvió a su práctica normal. La lucha contra la oposición política se considera zanjada y ganada en ese momento.

Ahora, el siguiente paso institucional de importancia en el país es el próximo congreso del Partido Obrero Unificado de Polonia (POUP), que comenzará el próximo día 29 de junio. El anterior congreso, el noveno, celebrado en julio de 1981, se celebró en el marco de una grave crisis, con el partido prácticamente desarbolado, y fuertes críticas por parte de la Unión Soviética a la dirección.

Entonces fue reelegido Stanislav Kania como primer secretario, y expulsados del partido el anterior jefe del partido, Edward Gierek, y varios de sus colaboradores. Jaruzelski fue ya entonces el triunfador recibiendo el mayor número de votos entre los miembros del Comité Central. Kania fue cesado apenas tres meses después.

Hoy, la posición del general Jaruzelski se ha consolidado notablemente. Desde su nuevo puesto como jefe de Estado, que ocupa desde octubre pasado, Jaruzelski ha logrado, al parecer, conquistar la confianza de la dirección del Kremlin, de la que no disfrutaba en un pasado tanto como querían creer aquellos que veían en el general un mero instrumento del poder soviético. Con la destitución en noviembre de 1985 del ministro de Asuntos Exteriores, Stefan Olszowski -que mantenía estrechos contactos con la línea dura ortodoxa de Grigori Romanov, que fue firme rival del actual máximo dirigente del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov- el general ha sintonizado su actuación con el Kremlin y, según los últimos indicios, con cierto éxito.

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