Las tareas de la oposición para 1986
El pasado 21 de noviembre, en la concentración más grande que recuerda la historia de Chile, tuve el honor de expresar el pensamiento de la Alianza Democrática sobre la situación que vive el país y ratificar la propuesta del Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia.Hace tres años también me correspondió, al salir de la cárcel declarar que el general Pinochet era el gran obstáculo para avanzar hacia la democracia. Entonces muchos consideraron que era una exageración. El tiempo se ha encargado de darnos la razón.
El Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia en Chile, que ha despertado la adhesión de la inmensa mayoría del país y que en el mundo entero ha sido celebrado como el instrumento de cambio para este Chile sumergido y castigado, buscó un interlocutor en el Gobierno militar. Sus coordinadores, hombres dotados de un patriotismo ejemplar, con valor y dignidad, intentaron por todos los medio abrirse camino para enhebrar un diálogo en esa dirección. Agotaron.hasta el desaire en su empeño. '
Fueron rechazados en forma hiriente. A ellos rindo hoy un homenaje de admiración y solidaridad, de confianza moral y política.
Por último, hemos presenciado un espectáculo único en los anales de la República. El trato dado por quien ejerce la jefatura del Estado al cardenal arzobispo de, Santiago no tiene precedentes. Muchas han sido las dificultades que se han producido entre el Estado y la Iglesia en Chile. Pero en todas se guardó la deferencia y se encontró la solución. Porque hubo grandeza y respeto mutuo.
Animado de un espíritu de reconciliación y de paz, el arzobispo inspiró el Acuerdo Nacional. A él se le ha dicho que no y se ha obstruido el entendimiento. El país ha sido notificado acerca de quién es el intransigente.
Sólo en casos muy dramáticos la Iglesia ha intervenido directamente en asuntos públicos. Desde hace años ha declarado que la democracia es la forma natural de la vida chilena. Pero ante la crisis que se agudiza, ante el poder personal que se endurece, ha buscado el encuentro en la paz pafá reunir a un Chile dividido y violentado. Por ello apoyamos desde su inicio el Acuerdo Nacional.
Rendimos nuestro homenaje de gratitud y admiración al señor arzobispo de Santiago, y estamos seguros que llegará la hora en que recibirá un desagravio nacional. Es el pueblo el que sabe distinguir quiénes son los hombres grandes que encarnan los valores superiores en los momentos difíciles. Y reconoce en el cardenal. Fresno a un chileno grande y noble en un momento de grave crisis nacional.
El Acuerdo Nacional sigue viviendo y es más necesario ahora que antes. Es un llamado a todos los chilenos, sin excepción. Se impone sobre las ideologías, las estrategias particulares y sobre las personas y ambiciones.
Este acuerdo debería transformarse en un gran frente cívico que llame insistentemente a las fuerzas armadas a un encuentro para estructurar una nación en marcha. No nos humillamos si lo pedimos en nombre de la patria, como lo dijera el presidente Eduardo Frei.
El Acuerdo Nacional es una propuesta abierta a todos los chilenos. Se autoexcluyen, como es natural, los que sirven al Gobierno y los que han creado y quieren sostener un régimen autocrático diseñado para mantener privilegios, aplastar la expresión política y cultural del país y reducimos a una desintegración como nación. Se han autoexcluido quienes sustentan estrategias violentistas estériles, que no tienen, otro destino que hacerle el juego a la dictadura.
Su autoexclusión del proceso no favorece la lucha por la democracia, su particularismo en los métodos y en el modelo de democracia que propician es profundamente dañino. No pueden participar los insensatos que consideran que el terrorismo es un instrumento lícito para lograr la libertad.
Desterrar la violencia
Sobre este tema hemos sido claros. La democracia se construye con la aceptación de ciertos principios éticos. El primero es el respeto a los derechos humanos, incluida la libertad individual con búsqueda permanente de acuerdos y límites claros para los desacuerdos. Esto implica desterrar la violencia como método y como fin. Hemos hecho serios intentos para despejar estos particularismos, pero hasta ahora vemos una persistencia que no podemos sino dejar en claro. Buscamos la integración de los chilenos y no su exclusión.
En el acuerdo hay identidades entre los suscriptores. Hay una sola estrategia: alcanzar la democracia y sostenerla como un bien superior de paz, justicia y libertad. Pero, naturalmente, hay discrepancia en ideologías particulares y en tácticas. Son consustanciales a la democracia. Sólo los totalitarios son monolíticos, pues colocan al servicio de una persona, como en Chile, o al servicio de una ideología o de un partido el destino de las personas.
Creemos que después del rechazo del acuerdo por parte del general Pinochet hay en Chile sólo dos espacios y dos actitudes: los partidarios de la dictadura y los opositores. No vemos cómo, frente a un régimen de esta naturaleza, puedan existir demócratas que aún se sienten independientes. Ha llegado para muchos el tiempo de las definiciones. Los malabarismos en política son a la postre estériles y el temor de enfrentar al pueblo es salirse de la historia.
El acuerdo es un llamamiento a todo Chile, pero lo es, particularmente para las fuerzas armadas. Éstas no pueden seguir siendo responsables del desastroso Gobierno que oprime al país, por lo que deben reencontrarse con la civilidad. Este acuerdo ha sido temporalmente bloqueado por quien confunde su calidad de comandante en jefe del Ejército y de dirigente político y ahora de candidato. Somoza, Batista, Trujillo, termiinaron en desastres personales y nacionales.
Queremos sinceramente que las fuerzas armadas reflexionen sobre esta realidad y comprendan que su rol es nacional, concreto, específico y apolítico. No es el de seguir en la acción política de quien ha fracasado como gobemante y que busca alcanzar medio siglo de dominio personal.
La violencia no construirá la paz y fatalmente se terminará por responsabilizar a todos. Esto será inevitable.
Chile no puede esperar
Sostener el acuerdo no es quedar esperando que por razón misteriosa Pinochet cambie de parecer. Estamos convencidos que no lo hará. Tampoco podemos esperar porque la situación económica del país está muy lejos de ser la que el ministro de Hacienda ha descrito recientemente. Hace 12 años que hacen vaticinios optimistas que son destruidos por la decadencia persistente de la nación.
No existe credibilidad. Para 1985, el equipo económico anunció en el plan trienal un crecimiento del 6%. A poco andar, el pronóstico se bajaba al 4%. Terminamos el año con una economía estancada. La realidad desmiente al ministro de Hacienda. Fomento Fabril declaró hace pocos días que el crecimiento industrial en el año 1985 ha sido cero.
Las perspectivas para este año son sombrías. El Departamento de Economía de la Universidad Católica de Chile señala que si los precios siguen como están el crecimiento será cero para el año. En todo caso habrá una fuerte reducción en el gasto social, particularmente en las viviendas. El terremoto de marzo del año pasado no movilizó ni al Gobierno ni al país.
Un tercio de los hogares no tiene ingresos como para cubrir el consumo minimo que una persona o una familia necesita. Este porcentaje triplica el índice de 15 años atrás. Porque el gasto nacional por habitante corresponde hoy a un porcentaje del producto nacional equivalente al que ya tenía en el año 1960. Veinticinco años de retroceso en el desarrollo social del país. Por ello, toda economía fundada sobre esta inmoralidad está condenada a crear una inmensa rebelión o una decadencia irreparable.
Así, no hay destino para la juventud ni para los pobladores. Por ello la violencia, la droga, el robo, la desesperanza. Pareciera que el Gobierno buscara agravar los problemas y provocar la polarización.
Sostener el Acuerdo Nacional
Haremos todos los esfuerz os para sostener y profundizar el Acuerdo Nacional. Seguirá siendo una oferta abierta a todos los chilenos y a las fuerzas armadas. Llegará el día en que habrá negociación y lograremos la paz en la democracia.
Bloqueado hoy el camino de la negociación, haremos de 1986 el año de la movilización de toda la sociedad. Estamos en pleno trabajo. Todos tendrán que asumir su responsabilidad. Unidos los partidos, unidos todos los organismos sociales, profesionales, estudiantiles y gremios lograremos un acuerdo social que exprese la demanda nacional por el cambio. Recibimos con sumo interés la propuesta de nuestros aliados socialistas por el Acuerdo de la Justicia Social.
Asumiremos los problemas reales de la juventud, los trabajadores, los cesantes, las mujeres, los deudores, los gremios, para darles un contenido unitario. Iniciaremos el proceso de unificación de la nación, en la reflexión, estudio y propuestas responsable, a fin de convertirla en una inmensa fuerza movilizadora, pacífica, pero con toda la presión de un pueblo que se organiza para ser dueño de su destino.
Nos movilizaremos en todos los niveles por las medidas inmediatas del Acuerdo Nacional. No habrá temor de enfrentar la legislación represiva para lograr que esas medidas se conquisten para que todo el pueblo conozca la verdad.
Estamos envueltos en un mundo de falsedades y de manipulaciones. Exigimos transparencia, no sólo de la escandalosa economía, sino de las restricciones a la información, comenzando por la conquista de la libertad de información en los canales de televisión y el ejercicio de los derechos de reunión.
El parque O'Higgins, con la presencia multitudinaria del pueblo, aterró al Gobierno. Haremos nuevas concentraciones triplicando el número de los asistentes en Santiago y en provincias.
Para 1986 debemos luchar por un Congreso libremente elegido, dotado de facultades constituyentes.
Éstos son los objetivos.
Pinochet cometió un error garrafal. Al rechazar el acuerdo, el pueblo siente que debe movilizarse con objetivos concretos. Lucharemos por la democratización real del país.
En este empeño triunfaremos sin violencia, pero sin temor; sin rencor, pero con voluntad inflexible. La patria lo demanda.
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