_
_
_
_
_

Escepticismo en el barrio de Malasaña ante la vuelta de los serenos

Amelia Castilla

La entrada en funcionamiento del servicio de vigilantes nocturnos, que estaba prevista para enero de 1986 en el distrito de Centro, se retrasará al menos tres meses debido a la avalancha de instancias presentadas. Los vecinos y comerciantes de la calle de San Vicente Ferrer, en el barrio de Malasaña, una de las puntos que tendrá vigilancia nocturna, se muestran en general escépticos ante la eficacia de esta medida, que, en su opinión, sólo supondrá un nuevo desembolso para los vecinos.

Más información
A partir de marzo, en la calle

El barrio al que se ha definido como el Bronx madrileño presenta por las mañanas un paisaje de jubilados, niños que salen de los colegios y señoras mayores cargadas con las bolsas de la compra. A esas horas, los pubs están cerrados y los camellos no se han levantado aún. En la esquina de San Vicente Ferrer con la Corredera de San Pedro -lugar conocido como iranian corner (esquina iraní) por la masiva afluencia de vendedores de droga de esta nacionalidad- los vecinos han colocado una pancarta en la que piden que se vayan de Maravillas, como ahora vuelven a llamar al barrio, "los ruidos, los porros y las jeringuillas".El farmacéutico de San Vicente, un hombre bajito, con estrecho bigote y gafas, se muestra al público parapetado tras una barras metálicas que protegen todo el local. En el mostrador hay un montón de panfletos en los que se anuncia una manifestación de protesta por la muerte de Elisa Alonso, secretaria de una administración de fincas de la calle de la Palma, que recibió un disparo en el corazón durante un atraco.

El farmacéutico, que parece una persona muy preocupada por el incremento de violencia que sufre el barrio, no quiere oír hablar del servicio de vigilantes nocturnos y expulsa a los periodistas del local.

Los hermanos Martín regentan la tienda de comestibles de la esquina, Doña Francisquita. Vicente, el mayor, tiene 70 años y casi no recuerda cuándo empezó a trabajar en el barrio. Viste delantal blanco y aún usa una balanza para pesar el azúcar.

No considera especialmente conflictiva aquella zona. "En todas las ciudades del mundo", explica, "existen barrios chinos y a nosotros nos ha tocado vivir en uno. Hace unos años esto era una delicia. El barrio se llenó de gente joven que abarrotabá los bares. También había vendedores de droga, pero era gente afincada aquí que no planteaba excesivos problemas. Después llegaron los iraníes y los negros, tipos mal encarados que se apostaron en las esquinas ofreciendo su mercancía de muerte y acabaron con la tranquilidad".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Vicente no cree que los vigilantes nocturnos solucionen los problemas que no son capaces de resolver los policías. A su juicio, la vuelta de los serenos lo único que supondrá es la creación de un nuevo impuesto para los vecinos.

La mala prensa del barrio en los últimos tiempos no parece asustar a José Rey, un zapatero conocido como J. R., que acaba de instalar su negocio en San Vicente Ferrer. "Lo único que me asusta es que en mi casa no haya dinero para comer", asegura. El zapatero está a favor de la seguridad, pero no cree que los comerciantes, deban pagar 5.500 pesetas al año para financiar el cuerpo de vigilantes nocturnos.

"Mire", explica, sin soltar el tacón que está reparando, "en este país tenemos más policías que en cualquier otro de Europa.' ¿,Para qué crear más? Si los que hay se emplearan como es debido, bastaría". J. R. desconfía de la eficacia de los serenos y se pregunta "qué va a hacer una persona sola por la noche". "Les darán un estacazo y les quitarán de en medio", predice.

Intentar hablar con las vecinas que recorren la estrecha calle de San Vicente resulta difícil. El miedo a ser asaltadas se refleja en su rostro en tensión.Pilar, de 58 años, se para un momento y asegura que la calle de San Vicente se convierte por la noche en un nido de víboras. "Los drogadictos se matan entre ellos. Todos los días hay tiroteos y sangre; esto está imposible".

Las protestas de los habitantes de Malasaña, que se manifiestan todos los fines de semana en la esquina irani para pedir la expulsión de los traficantes de drogas, han tenido una respuesta inmediata por parte del comisario de Centro, Jaime Céspedes, que ha decidido incrementar la presencia de la policía en las calles del barrio durante la noche.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_