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Tribuna
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Universidad y tormento

Un caso entre muchos, y no más: recientemente, un grupo de estudiantes de la universidad de Somosaguas, tan nutrido en sueños como escuálido en número, trató de oponerse a la rígida estructura de exámenes, junto a los antipedagógicos métodos de enseñanza de una de sus asignaturas. En realidad, no pedían demasiado: formas más flexibles de aprendizaje, un espacio abierto a la lectura, el trabajo personal, la creatividad y también la posibilidad de la crítica. Asimismo, deseaban liberarse del aprendizaje memorístico de los consabidos malos manuales cuya imposición se ampara en el sistema bastante generalizado de exámenes cuartelarios. La contestación, como es natural, no se hizo esperar: se prohibieron explícitamente los trabajos personales de recensión y crítica como método de valoración de las capacidades de los estudiantes (un privilegio que las escuelas primarias más civilizadas conceden a los niños), e implícitamente se dejaron abiertas las puertas al postulado más terrorísta de la enseñanza superior española: los exámenes-test, la imposición reglamentada del aprendizaje memorístico.Tras los sinsabores de semejante medida preventiva contra la inteligencia reinaba y reina la imposición soberana del correspondiente manual de la asignatura, mal apañado por su titular jurídico. Bajo la inquisición siempre hay un catecismo. Se trata de tres pesados volúmenes, mal edítados y peor redactados, que lucen el título Psicología del pensamiento y el lenguaje. Su autor bien puede pasar por anónimo, pues, aun poseyendo nombre propio, diluye su identidad en la oscura nebulosa de apuntes mal confeccionados y manuales de baja realidad, tan extendidos en la Universidad española.

El tipo de manuales al que pertenece la mencionada obra constituye un género de tan castiza como desafortunada tradición entre nosotros: las memorias. Son éstas compilaciones del estado del conocimiento de una disciplina académica, y se distinguen de los tratados y de las obras científicas porque no presuponen ni desarrollan, ni permiten ninguna investigación, por primitiva que sea, y ni siquiera una actitud activa en el proceso de aprendizaje. Las memorias son refundiciones, la reproducción más o menos ordenada de investigaciones o construcciones teóricas elaboradas por terceros. Su razón de ser no es, en realidad, el conocimiento. Las memorias fueron precisamente los requisitos burocráticos exigidos jurídicamente para la adquisición de la titularidad de una asignatura. Son el símbolo de una vieja universidad anquilosada, sin tradición de investigación y sin vida intelectual.

Pero la obra que tengo el dudoso honor de comentar es un grano de sal. Posee el ominoso talante del refrito, y une la ausencia de rigor didáctico con la mala redacción y la deportación de todo espacio reflexivo. Se encuentran en estos volúmenes párrafos, si no páginas enteras, que cualquier ente razonable sería incapaz de comprender. Su precio, nada módico en términos de moneda de cambio, no es tampoco un detalle despreciable, ni lo es que su imposición disciplinaria se sirva de una concepción rígidamente jerárquica, por no decir caciquil, de la cátedra que lo sostiene.

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La publicación de estos libros corre a cargo de una institución señalada: la universidad Nacional a Distancia. No me parece precisamente un exceso de perversidad pensar que dicha universidad publica este y semejantes manuales porque ninguna editorial que se precie sería capaz de llevarlos a la calle. Pero este detalle editorial añade una nueva dimensión sintomática al problema de la enseñanza superior en España que indirectamente planteo. No se trata solamente de la escalofriante cifra de estudiantes de dos universidades que deben pasar anualmente por el tormento antipedagógico de semejante método. Lo que este notorio ejemplo pone en cuestión es, sobre todo, la irresponsabilidad de esta universidad que, dada la naturaleza especial de sus estudiantes (su dispersión por todo el territorio nacional y la imposibilidad de un contacto directo con los profesores), debería preocuparse muy principalmente y más que cualquier otra por un sistema de información científica flexible y claro, y por un lenguaje asequible.

Los términos de este relato muy bien pudieran haber sido el objeto de aquellas invectivas contra sabios y sabidurías aparentes que en su día esgrimió el padre Feijoo. El problema de fondo es el mismo: el atraso, y no tanto como condición económica o tecnológica, sino como una disposición o una actitud intelectual deficientes e inoperantes frente a nuestra realidad humana y social. Pero no menciono las Cartas eruditas del ilustrado español a título de erudición. Sólo pretendo con esta mención llevar de la mano al lector a lo que considero el centro de la cuestión: la falta en muchos casos, o la debilidad en otros, de un sentido crítico y una voluntad didáctica en nuestras instituciones de enseñanza superior. Debería recordarse a este respecto el lamento nostálgico de Ortega por lo que llamó la fatal ausencia de un espíritu crítico y didáctico en la cultura científica y filosófica española. Y debería recordarse la Institución Libre de Enseñanza como un intento de renovación intelectual ni mucho menos acabada, y de la cual la renovación efectiva de nuestras instancias políticas sólo constituye la condición más o menos propicia, y no un fin en sí misma.

Por último, el caso que relato me parece ilustrativo, en el sentido esclarecedor de la palabra, sobre las tareas intelectuales (y no solamente administrativas) que hoy plantea la conflictiva situación de la Universidad española. Sobre su misión humanística se habló mucho. En torno a su función social, económica y política se han labrado diversas orientaciones estratégicas. Quizá sea ya el momento de discutir sus problemas de orden científico, los criterios de investigación y de enseñanza, los medios de información y los incentivos de la crítica y de la imaginación creadora. Sin duda, los problemas económicos que hoy se perfilan en la Universidad española (desde el paro hasta la adecuación de la enseñanza y la investigación a cambiantes exigencias económicas y tecnológicas) son graves; pero sus deficiencias intelectuales no lo son menos. Una nueva actitud más acá de las intrigas corporativistas, y de las infranqueables inercias de la vieja concepción autoritaria de la enseñanza en nuestro país, se hace hoy imprescindible si realmente se quieren superar sus profundas limitaciones.

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