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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La candidatura olímpica

A ESCASOS días de la sesión anual del Comité Olímpico Internacional (COI), que se celebrará en Berlín Este del 30 de mayo al 6 de junio, el apoyo expresado por todos los grupos parlamentarios españoles a la candidatura de Barcelona como sede de los Juegos de 1992 ha marcado el punto culminante, tras el respaldo del Rey de España en su visita oficial a Cataluña, del proceso de preparación del proyecto barcelonés.España es el único de los grandes países europeos que no ha albergado hasta ahora el más importante acontecimiento deportivo internacional, y Barcelona la ciudad candidata para la convocatoria de 1992 que más veces ha visto frustrada su vocación olímpica. Estas razones históricas, así como la coincidencia con la celebración del 500º aniversario del descubrimiento de América, que da al proyecto una dimensión hispanoamericana, constituyen las principales cartas de presentación internacional de la candidatura.

La iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona abre notables expectativas para la ciudad, para Cataluña y para España. El proyecto olímpico se ha convertido en un desafío que supera el ámbito barcelonés, pero en lo que respecta a Barcelona la organización de los Juegos representa la oportunidad de recuperar un protagonismo perdido desde la celebración de la Exposición Internacional de 1929.

Con anterioridad a los Juegos de Los Ángeles, cuyas características marcaron un punto de inflexión en el planteamiento tradicional de estos acontecimientos, las últimas celebraciones olímpicas han servido, entre otras cosas, para modernizar las ciudades sede, como ocurrió en Múnich y Montreal. Barcelona no sería una excepción. Pero los Juegos Olímpicos no sólo representan la oportunidad de mejorar la infraestructura de una ciudad. Para la industria española ofrecen posibilidades de desarrollar los sectores de alta tecnología, que en la organización y complejidad de este tipo de acontecimientos encuentran un banco de pruebas de primera magnitud. Y supondrían un acicate a la inversión turística de primer orden.

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Por lo demás, el objetivo central es la cuestión deportiva. Ningún país anfitrión se resigna en unos Juegos Olímpicos a hacer el papel de comparsa en el terreno de la competición. En el caso de España, con un palmarés olímpico más que discreto, el camino a recorrer se antoja duro. Y sería imperdonable que la convocatoria de 1992 no sirviera para desarrollar el deporte de alta competición, y para impulsar seriamente el deporte de base y la introducción del espíritu deportivo en la escuela.

El coste económico de unos Juegos Olímpicos es elevado. El Anteproyecto de Barcelona 92 apunta hacia cifras superiores a los 129.000 millones de pesetas, suma que aumentará en los próximos años de conseguirse la candidatura. La experiencia económica de Los Ángeles, en 1984, ha hecho olvidar los desastres financieros de Múnich 72 y Montreal 76, y el elevado número de ciudades candidatas para organizar los JJ 00 siguientes a los de Seúl 88 pone de manifiesto el convencimiento de que la celebración de los Juegos de Verano pueden cerrarse con un presupuesto equilibrado. Los estudios económicos del consejo rector de la candidatura barcelonesa así lo demuestran. En cualquier caso, el beneficio social de un acontecimiento de la magnitud de los Juegos justifica la inversión pública necesaria. Y la obtención de la Olimpiada para Barcelona debe convertirse desde ya en un proyecto de toda España.

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