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Ayuda al desarrollo e interés nacional

En estos días está recibiendo una cierta atención informativa el impulso de ciertas entidades en favor de una más decidida ayuda al desarrollo por parte de España.Una serie de organizaciones no gubernamentales y hasta varios ayuntamientos están secundando esta idea ante la realidad de un mundo en el que los gastos de armamento no paran de crecer y en el que existen graves bolsas de subdesarrollo y de desnutrición que llaman en favor de la solidaridad humana.

Algunos ayuntamientos pequeños están -curiosamente- destinando recursos en favor de tal acción de solidaridad y la Generalitat de Catalunya tiene en estudio la posible creación de un fondo catalán para el desarrollo.

La máxima presión va, empero, hacia una mayor sensibilización de la Administración central respecto al trasvase de recursos reales hacia los países pobres, tanto por medio del Fondo de Ayuda al Desarrollo, creado en 1976, como por otros cauces.

Es evidente que hay razones humanitarias que invitan a tales ayudas; pero no debe ni puede confundirse todo esto con lo que en términos globales debe entenderse como la acción o, mejor, política de ayuda al desarrollo.

Ayudas idealistas

Están ya lejos los años -en que la Nueva Frontera, de Kennedy, o en que la conciencia del subdesarrollo llevaban a la creación de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) o a los primeros escasamente vertebrados decenios de las Naciones Unidas para el desarrollo.

En aquellos años se hablaba de la ayuda al desarrollo en unos términos extremadamente idealistas, y los informes Pearson, Stikker y otros propagaban la idea de que sin desarrolllo de los países pobres la coexistencia mundial sería imposible y la guerra inevitable.

Después de la crisis

Desde entonces para acá las cosas han cambiado de forma sustancial. La crisis del petróleo acabó, en forma brusca, con los años expansivos del idealismo y puso en primer plano el deseo de los Gobiernos de los diferentes países de mejorar las propias macromagnitudes aunque ello estuviera reñido con los principios de la ayuda al desarrollo.

Los datos de los últimos años, son bien elocuentes al respecto: la apertura comercial de los países desarrollados hacia las exportaciones de manufacturas de los países pobres está sacudida por los neoproteccionismos y la escasa operatividad del sistema generalizado de preferencias arancelarias en favor de los paíllo, los tipos de interés en desarrollo ,los tipos de interés en los créditos internacionales son elevados, las inversiones transaccionales se encaminan más hacia los países ricos, con amplio mercado y estabilidad garantizada, que hacia los países pobres, que las necesitan para complemento de sus recursos internos, etcétera.

Las últimas estadísticas dadas a conocer hace unas pocas semanas por el Comité de Ayuda al Desarrollo (CAD) -al que, por cierto, no pertenece España- de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) hablan por sí solas del predominio absoluto que la consideración de los intereses nacionales tiene en las corrientes financieras de ayuda al Tercer Mundo.

Según tales datos, los países pobres recibieron en 1983 unos 100.000 millones de dólares, de los que 64.000 millones eran aportaciones no liberales, sino aportes públicos (20.000 millones) o privados (44.000 millones) a condiciones de mercado; 26.000 millones de aportaciones públicas de carácter ligado, exigiendo contraprestación por parte del. país receptor, y solamente unos 10.000 millones podían entrar como de carácter desligado al encauzarse a través de organismos económicos internacionales gubernamentales (8.000 millones) u organismos no gubernamentales de carácter benévolo (2.000 millones).

El cauce

Si nos atenemos a los datos globales españoles de ayuda al desarrollo, las cosas no van mucho más lejos.

La no participación de España en el CAD antes aludida hace que no sea estrictamente extrapolable lo que antes se decía en términos globales, pero queda muy claro que la mitad de nuestra teórica ayuda al desarrollo viene constituida por préstamos concesionales ligados con la promoción de nuestras exportaciones y que la otra mitad se reparte por mitades entre la ayuda técnica, cultural y alimentaria y las aportaciones de España a organismos económicos internacionales.

Todo esto sirve para situar claramente el tema de la ayuda al desarrollo actual y posible que estamos prestando o que nuestros actuales niveles de renta nos obligan teóricamente a prestar a los países pobres.

Nosotros tenemos una larga tradición de ayuda cultural al extranjero -piénsese en el componente alfabetizador del trabajo llevado a cabo por los misioneros o en las becas pagadas a estudiantes suramericanos-, pero tenemos muy poca de ayuda financiera y de otra índole, en razón de los crónicos problemas de balanza de pagos que nos han caracterizado y de la falta de sensibilización hacia la pobreza exterior que ha existido ante -sin duda- los visibles problemas de la pobreza interna y del desempleo.

Por ello, y ante el próximo ingreso de España en la Comunidad Europea, que nos obligará a participar en los mecanismos europeos de ayuda al desarrollo, no está de más que nos vayamos sensibilizando sobre todos estos temas y propugnemos por una mayor y mejor ayuda a los países en desarrollo.

Por ello, siempre en un contexto global en el que nuestro interés nacional encuentre su cauce lógico de expresión para no caer en planteamientos desconectados de la realidad actual de la situación de nuestra economía nacional e internacional.

Francesc Granell es catedrático de Organización Económica Internacional y director general de Promoción Comercial de la Generalitat de Cataluña.

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