'Ninette', un buen teatro
El primer capítulo de la serie de Gustavo Pérez Puig basado en las obras de Mihura Ninette y un señor de Murcia y Ninette, modas de París, no acaba de resolver el enigma del trasplante del teatro a la televisión, pero da buenos pasos.El adaptador y realizador se han planteado unas dificultades suplementarias al alargar el tiempo de la representación: dos obras cortas pasan a ocupar ocho horas de pantalla.
En este primer capítulo hay unas escenas suplementarias en Murcia y en París y no se despegan del contexto: las palabras añadidas son garbosas, y el gesto de Juanjo Menéndez interpreta por sí mismo, es decir, que paisajes y edificios sobrepasan el ornato y el recurso para convertirse en parte de la acción, gracias a los insertos de actor. Eso sí, su gesto es teatral: quiere decirse que está hecho con la exageración o el subrayado propios de quien actúa a la distancia del público que da el escenario y tiene que traspasarla a la pantalla.
La teatralidad no desaparece nunca, probablemente porque es imposible. Y además porque no hay necesidad de hacerla desaparecer. En estas obras de Mihura la condición teatral no es solamente una organización de situaciones, frases o sorpresas, sino que es una mentalidad, un valor intrínseco, y, se trate como se trate, siempre aparecerá el teatro. Sobre todo si se tiene el buen acuerdo de respetar lo escrito, como sucede en este caso.
El monólogo que dice Florinda Chico, el gran diálogo que sostienen dos grandes maestros de la interpretación cómica como son Alfredo Landa y Juanjo Menéndez, son teatrales: no sólo por la condensación de la frase, sino también porque es el de dos tipos, dos reducciones de españoles, con su ingenuidad de época y su caricaturización. Teatro de 1964. En esta escena el teatro pierde, porque la resolución monótona de plano-contraplano despoja el valor del careo; y la televisión no gana. La misma carne de teatro tiene el personaje de Victoria Abril, la reducción al arquetipo. Su interpretación está bien entendida.
El paso adelante que da Gustavo Pérez Puig no está tanto en la conversión de teatro a televisión, sino en que el teatro sea aceptable y se admita su convención. Tratado generalmente como un género menor de la televisión, con personajes rígidos y decorados inverosímiles, con actores sin ensayar y con un sentido de la adaptación que muchas veces tergiversa el sentido de la obra o injerta palabras o situaciones ajenas, se echa a perder. Pérez Puig y sus excelentes actores vienen del buen teatro y respetan el teatro, lo llevan a la televisión con flexibilidad, soltura, arte y oficio. Juzgando sólo por este primer capítulo emitido no se puede decir que sea una serie en el sentido de género narrativo que tiene ya esa palabra, pero sí que es un buen teatro cuya convención se puede aceptar y que se ve con placer.
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