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Reportaje:VIAJES

La Arena de Verona

El escenario fantástico, sonado por Dante y Verdi

Todos los años, desde principios de siglo, se convierte la Arena de Verona en el escenario perfecto que un día soñaron Verdi o Puccini. Todos los años, de julio a septiembre, las calles de la ciudad se llenan hasta los topes de turistas a la busca y captura de una entrada en el anfiteatro más gigantesco del mundo romano después, naturalmente, del Coliseo de la mismísima Roma.Cerrando la magnífica plaza Bra, la Arena atestigua no sólo los orígenes romanos de Verona, sino el siempre azaroso paso del tiempo sobre ella. Fué ruedo circense primero, paseo en tiempos medievales la época de mayor esplendor de la ciudad, cárcel en años de guerra, sala de conciertos para los reyes europeos de la Santa Alianza, estadio hípico, y hoy, desde 1913, sede de una de los festivales líricos más importantes de la lírica Italia. Levantado a finales del siglo I, tiene la edad exacta de nuestra era, la medida de la historia

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INDICACIONES PRÁCTICAS

Al pie de los montes Lessini, allí donde se abre el valle del Adigio, pegada como una lapa a la curva del río, adquiriendo como él su forma retorcida y esquinada, se extiende la ciudad de Verona. Su situación ha sido desde siempre estratégica, como el mejor paso que era hacia el mundo transalpino, y causa, por tanto, de convertirse en objeto del deseo de las más fuertes y nobles familias del Véneto, en camino de invasores y pieza clave durante el imperio austro-húngaro. Tales características geográficas la convirtieron durante la Edad Media en una plaza fortificada con todas las de la ley, en un recinto en cuyo interior se libraban las más crueles batallas domésticas. Fueron, por encima de todos, los Della Scala quienes gobernaron durante más de un siglo la ciudad, los que hicieron grande a, Verona. En esos años que van de 1262 a 1387 se levanta el gran castillo junto al Adigio, Castelvecchio, el puente sobre el río, y se configura definitivamente el trazado de la ciudad sobre el primitivo de tiempos romanos.

Una ciudad en rosa

Verona va adquiriendo ese decisivo tono rosa en sus piedras, revocos y mármoles que hoy marca la ciudad. El mismo color rosáceo de esas montañas que vigilan de lejos anunciando los Alpes. El punto de partida para ambos es la plaza Bra, ajardinada, cerrada por grandes edificios de corte clásico, apuntalada por la Arena romana, viva, habitada, recorrida una y otra vez por veroneses y turistas a lo largo del Listone, la única acera propiamente dicha, paseo repleto de tiendas de recuerdos, cafés, restaurantes y todo lo que el viajero puede necesitar. Una vez hecha la visita de rigor al anfiteatro, se puede tomar la Vía Mazzini, cuajada de comercios, paraíso, como las calles adyacentes, de las compras (de siete italianos, uno calza zapatos de Verona, leí en algún lugar), animadísima a todas las horas del día, parte ella misma de la antigua ciudad medieval. La calle lleva directamente a la Piazza delle Erbe, el centro por excelencia, trazada sobre el antiguo Foro romano, para mí, sin duda, lo más bello de toda la ciudad. Formando un espacio casi perfectamente rectangular se levantan palacios y edificios públicos, casi todos de origen medieval, remozados y transformados algunos en siglos posteriores, perfectamente desordenada y desigual, reuniendo los colores del blanco al ocre oscuro, pasando por el amarillo tierno, el rosa suave, formando, por un extraño milagro, un conjunto rojizo, revuelto y, al mismo tiempo, absolutamente armónico. Y entre todos los edificios, la curiosa Casa Mazzanti, en la que aún perviven unos hermosos frescos mitológicos del siglo XVI. En el espacio abierto, el mercado cubierto de toldos a la manera de gigantescos paraguas, con olor a frutas, verduras y flores, el mismo que dio origen al nombre de la plaza. Un paso más y se entra a la Piazza del Signori, el centro público, silenciosa, magnífica, solemne, con la hermosísima Loggia del Consiglio, abierta en arcadas perfectas, rematada su comisa con estatuas, ardiente de ocres. En sus frentes, también, el antiguo palacio de los Scaligeri y el palacio del Comune, cuyo patio interior hay que visitar. Muy cerca de la plaza, el cementerio de los antiguos señores de Verona, Arche Scaligere, con magníficos mausoleos góticos. Más allá, y buscando siempre el Adigio, se revuelve una ciudad que se hace provinciana e íntima en sus calles estrechas de origen medieval. Allí se alza el Duomo, la catedral, levantada sobre un antiguo templo a Minerva, con preciosa fachada románica, nave gótica y torre clásica, casi pegada al río. Allí también la iglesia de Santa Anastasia, gótica, con un hermoso campanario.

La visita en dos paseos

Y de nuevo en la inevitable plaza Bra, habrá que dirigirse ahora hacia Castelvecchio, el castillo que levantara Cangrande II della Scala, y que los sucesivos señores de la ciudad fueron reforzando y transformando hasta adquirir ese aspecto de mole inexpugnable que hoy tiene, formando un solo conjunto con el primitivo puente, hoy reconstruido, sobre el río. En su interior, un interesante museo en el que destaca la colección de pinturas, con cuadros de Bellini, Veronese, Mantegna, Tiepolo y Tintoretto. Maravilloso el paseo que bordea el río y se dirige hacia San Zeno, sin duda el templo más notable de Verona, uno de los mejores ejemplos de románico de todo el norte de Italia. Es realmente espléndido tanto en su interior como en su exterior y la máxima gloria de Verona junto con el anfiteatro. Habrá que visitarlo de punta a punta, detenerse en la fachada, contemplar las puertas e bronce, entrar en el claustro y extasiarse con las pinturas de las naves, sobre todo en ese tríptico de Mantegna del altar mayor.

El primero, a Dante, protegido de los Scaligeri, presente su recuerdo en la ciudad que él tanto amó (no hay más que asomarse a la Piazza del Signori para encontrarse con él cara a cara). El otro el inevitable, a Shakespeare. La presencia de un Romeo y una Julieta recreados para los turistas es algo que se hace constante, cuando no insidioso. Una casa del siglo XIII ha sido atribuida como vivienda de Julieta (calle Capello, junto a la Piazza delle Erbe). Otra, muy próxima (calle delle Arche Scaligere), a Romeo. Y hasta los guías enseñan en el claustro de los Capuchinos la tumba de Julieta: cuatro piedras de indudable antigüedad que seguramente serían un abrevadero. La verdadera historia de Romeo y Julieta no se encuentra en las calles de Verona, sino en las páginas de Shakespeare.

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