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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Vaticano y América Latina

LA SANTA Sede ha redoblado en los últimos tiempos los esfuerzos dirigidos a denunciar los errores que, desde el punto de vista de la ortodoxia católica, mantienen los llamados teólogos de la liberación. Hace bastante tiempo que Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff, dos indiscutibles figuras de ese movimiento, están sometidos a una encuesta doctrinal. El último, franciscano brasileño, ha sido convocado ahora para,que comparezca, el próximo de septiembre, en Roma ante la Congregación de la Doctrina de la Fe (el antiguo Santo Oficio). Será interrogado por una comisión presidida por el Prefecto de dicha Congregación, el Cardenal Ratzinger, y deberá justificar, en particular, la ortodoxia de su último libro, Iglesia, carisma y poder. Resulta difícil no relacionar estas medidas, referentes a la pureza del dogina, con actitudes más directamente políticas del Vaticano, tendentes a impedir las formas dé compromiso efectivo de sectores de la Iglesia con movimientos revolucionarios. Por ejemplo, la insistencia para que dimitan los sacerdotes con cargos gubernamentales en Nicaragua.Sería absurdo querer levantar una muralla entre la teología de la liberación como doctrina y la profunda mutación que se ha producido, en las últimas décadas, en la situación histórica del catolicismo en América Latina. Región en la que el número de católicos bautizados es superior al del resto del mundo. Desde la época colonial, la Iglesia ha estado asociada a regímenes de diverso tipo, incluso a los de brutal opresión. Más recientemente, el fracaso del centrismo, representado por la democracia cristiana, para hacer frente a los angustiosos problemas del hombre latinoamericano ha sido uno de los factores determinantes de esa nueva manera de entender, y de vivir, el cristianismo, que luego tomó el nombre de teología de la liberación. Su principal novedad es que no nace de una idea, sino de una situación histórica: de la toma de conciencia de que los pobres de hoy son las masas condenadas al hambre en la mayor parte de la Tierra. Por eso no tiene límites geográficos, aunque, por obvias razones, hoy se centre en América Latina. El teólogo español Alfredo Fierro ha escrito de ella que forma "el más compacto y unitario bloque dentro del panorama teológico contemporáneo".

La capacidad de impacto social del movimiento explica, sin duda, que Juan Pablo II, desde su primer viaje a América Latina, haya mostrado públicamente su preocupación por esas nuevas corrientes y haya promovido, para contrarrestar sus efectos, a prelados conservadores en muchas de las diócesis de la región. Pero ha chocado con serios obstáculos. Los episcopados de Perú y Brasil se han negado hasta ahora a pronunciar juicios sobre los escritos, respectivamente, de los teólogos Gutiérrez y Boff, a pesar de la insistencia de Roma. Entretanto, el cardenal Ratzinger ha multiplicado sus movimientos de denuncia de la teología de la liberación: en marzo del año pasado dirigió un escrito de 10 puntos al episcopado de Perú sobre los errores de Gustavo Gutiérrez; después ha reunido en Bogotá a las comisiones doctrinales de las conferencias episcopales latinoamericanas para discutir sobre el mismo tema; a comienzos de este año, ha publicado un documento, difundido en todo el mundo, en el que concreta sus acusaciones. A partir de septiembre, el debate se va a centrar en Roma en tomo al libro de Leonardo Boff.

No son pequeños los peligros de este proceso doctrinal, no ya para el cardenal Ratziriger, sino para el propio Juan Pablo II. En el terreno del pensamiento puro, según los principales especialistas, la acusación es muy problemática. Ir a un proceso de tipo inquisitorial, rebuscando una u otra frase, chocaría con el espíritu del mundo de hoy y tendría más impacto que otros casos parecidos, por el probable eco social entre amplias masas católicas, y no sólo en América Latina. Otro peligro sería que apareciese con excesiva evidencia un objetivo político en un proceso planteado en términos doctrinales. Se sentirían particularmente afectadas las iglesias del Tercer Mundo, cuyo peso es cada vez mayor en el conjunto del catolicismo.

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Es indiscutible que la teología de la liberación ha sido estímulo para una serie de experiencias nuevas, en diversos países, que buscan nuevas raíces para que la fe cristiana viva entre masas condenadas a terribles condiciones de humillación humana; pero, por otro lado, contribuye a un cue stionamiento de las estructuras internas, tan jerárquicas, de la Iglesia romana. Juan Pablo II ha representado un repliegue en relación con los nuevos vientos que se levantaron en el catolicismo a partir del Concilio Vaticano II y ha favorecido una concepción tradicional del poder de la Iglesia, tanto en orden al papel que le corresponde desempeñar en el mundo como de su vida interna. Es, pues, lógica su preocupación, no ya por la teología de la liberación como doctrina, sino por el movimiento de renovación que está asociado con ella.

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