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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La última caricatura de Castelao

Tal vez el extraordinario talento de Castelao hubiese encontrado, en las tristes circunstancias de su retorno póstumo, motivos suficientes para ilustrar un amargo cuadro caricaturesco. Porque el regreso a su tierra natal de los restos mortales del hombre al que la derrota en la guerra civil obligó a, morir en el exilio no constituyó en Galicia la jornada de homenaje que le era debida sino una estampa tan confusa como patética. En la vuelta fúnebre de Castelao, despedido con solidaridad ejemplar por la comunidad emigrante que custodió su cadáver en la diáspora bonaerense, sólo se escuchó el ulular de las sirenas policiales y los improperios de los manifestantes a la carrera. El féretro llegó a Santiago de Compostela en el fragor de una auténtica batalla, acallados por la ira y el enfrentamiento los acordes del himno que desea larga vida al hogar de Breogán. Los papeles estelares de esa irrespetuosa recepción se los repartieron, a partes iguales, la insensibilidad burocrática de las autoridades, re sueltas a metabolizar, oportunistas, en su propio provecho, el recuerdo de una vida y una obra que les son ajenas, y la manipulación sectaria del nacionalismo radical, lanzado a una lamentable operación de canibalismo ideológico. Pese a su bien demostrada capacidad para no reparar en medios en la preparación de otros ceremoniales de lucimiento, las autoridades que rigen los destinos de la comunidad autónoma se ahorraron esta vez cualquier esfuerzo de convocatoria, impidiendo incluso el acceso al aeropuerto a las gentes que habían acudido espontáneamente a ese homenaje póstumo. El paroxismo protocolario se transformó en un desaguisado organizativo, de forma que el cortejo fúnebre llegó a Santiago de Compostela como si reinara el estado de sitio. Sólo las lágrimas de la anciana hermana de Castelao, en la soledad de la pista, dieron sentido humano a un acto manipulado. Ese retorno póstumo debería haber significado, sin embargo, el final simbólico de un largo exilio, porque la persecución a Castelao, a su pensamiento y a los valores que defendió tan dignamente durante su vida, no se detuvo a la hora de su muerte, hace 34 años. Buena parte de su obra fue anatematizada hasta bien avanzada la transición; y forzoso es recordar que en esa saña inquisitorial participaron algunos de los pequeños Torquemadas encumbrados hoy en el poder autonómico gallego, que tendrían aún sobradas razones para sonrojarse a la vista de esas estampas anticaciquiles de Castelao que conservan toda su frescura. Tal vez sea ésa la razón de la sesgada intención de enterrar doblemente a Castelao, resaltando los aspectos menos comprometidos de su obra y folklorizando su figura, a costa de las dimensiones públicas de su vida y del contenido político de su pensamiento.

Pero tan condenable como esa apropiación indebida fue el intento de los nacionalistas radicales de erigirse a toda costa en los únicos albaceas, exclusivos y excluyentes, de un hombre de bien, demócrata y librepensador, que se esforzó siempre por convencer con la razón y que rechazó el energumenismo virulento de los extremistas. Castelao vertebro políticamente en términos constructivos el difuso sentimiento de amor á la tierra, defendió un nacionalismo moderno como medio de dignificar a una Galicia sometida desde fuera y desde dentro, e hizo compatible ese proyecto con la gestación de una España plural y solidaria. Derrochó tanto entusiasmo en la defensa de la legalidad republicana y democrática como en conseguir el respaldo para el primer estatuto de autonomía de Galicia. Su pensamiento engarzó ante todo con la vieja tradición ética, pacifista y humanista, dispuesta a enfrentarse con cualquier manifestación de intransigencia y sectarismo.

Por lo demás, el accidentado episodio del enterramiento de Castelao, largamente aplazado por la duración de la dictadura que le condenó en vida al exilio, ha puesto de relieve la virtualidad de sus presupuestos regeneracionistas, de su proyecto de redención moral para impulsar hacia el futuro a una sociedad con síntomas de postración o de agonía. Ante acontecimientos tan lamentables como los producidos en el retorno de sus restos mortales, la talla humana, política e intelectual de Castelao, perseverante en mil vicisitudes, contrasta, acaso con excesiva crudeza, con el comportamiento de buena parte de la actual clase política gallega. Porque, además, esa desagradable disputa necrofílica ha devaluado la importancia de un personaje que trascendió la unidimensionalidad de las luchas entre clanes. Como creador, como escritor y como artista, Castelao merecía un gran homenaje, al margen de las utilizaciones partidistas y del cinismo institucional. Un homenaje sin estridencias ni etiquetas, como correspondía al hombre sencillo que quería ser enterrado bajo la más humilde piedra de Galicia. Simplemente con su gente, la Galicia que estuvo ausente el día del retorno y a la que él quiso "despertar el alma". Descanse en paz, en tierra natal, Alfonso Daniel Rodríguez Castelao.

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