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Reportaje:Preparativos de los juegos de los Ángeles

El nacimiento de la 'furia española'

La elección de la ciudad de Amberes para acoger a los Juegos Olímpicos fue una decisión política del COI, que inicialmente había designado a Hungría, una de las naciones perdedoras en la guerra. Pero esta circunstancia no impide al barón de Coubertin presentar oficialmente la bandera olímpica. "Estos cinco anillos (azul, amarillo, negro, verde y rojo) representan las cinco partes del mundo unidas en adelante en el olimpismo y prestas a aceptar las fecundas rivalidades. Además, los cinco colores y el fondo blanco combinados representan los de todas las naciones, sin excepción".Una de las grandes innovaciones de los Juegos Olímpicos de Amberes es el romántico juramento olímpico. El fantasma del piel roja James Francis Thorpe planea sobre el estadio cuando el esgrimista y waterpolista Víctor Boin, periodista de profesión, pronuncia estas palabras: "Juramos que nos presentamos a los Juegos Olímpicos como competidores leales, respetuosos de los reglamentos que los rigen y deseosos de participar en ellos con espíritu caballeresco, por el honor de nuestros países y la gloria del deporte".

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Paavo Nurmi

Y gloria deportiva alcanzaron Aileen Riggin, Paavo Nurmi, Joseph Guillemot y el español Ricardo Zamora, que destacaron sobre los demás. Riggin, un estadounidense de 14 años, se convirtió en el más joven campeón olímpico al obtener la medalla de oro en saltos de trampolín.

Nurmi obtuvo también una de oro en los 10.000 metros, pero todo el mundo le recuerda por su final en los 5.000, en pugna con el francés Guillemot, que acabó siendo el vencedor. Fue una final idéntica a la de Estocolmo. En aquella ocasión, los protagonistas se llamaban Kolhemainen y Bouin. El martes 17 de agosto, la lucha también estaba entre un francés y un finlandés. Antes de tomar la salida, Guillemot recibió a un emisario del rey Alberto. "Su majestad espera verle triunfar, porque una victoria francesa sería, en espíritu, una victoria belga, tales son los lazos de amistad que unen a los dos pueblos".

El francés, nervioso, pide a su entrenador, Alfred Spitzer, un calmante. Recibe todo lo contrario: agua y ron. El brebaje le da alas para vencer a Nurmi y exclamar: "Bouin ha sido vengado". Nurmi conocía la primera derrota en su corta experiencia deportiva. Se tomaría el desquite en la prueba de 10.000 metros y asombraría al mundo más tarde conquistando cinco medallas de oro en los Juegos Olímpicos de París (1924), y una de oro y dos de plata, en los de Amsterdam (1928).

La nota simpática de los Juegos Olímpicos la protagonizó el italiano Ugo Frigerio, finalista en los 10.000 metros marcha. Extrovertido y simpático, la música era su estimulante, y música le pidió al director de la orquesta que se encontraba en el estadio. Amenizado con piezas napolitanas, Frigerio entró vencedor en la meta, con 300 metros de ventaja sobre su más inmediato seguidor y entre el jolgorio general.

'El Divino'

Por el contrario, el hombre más rápido del mundo en aquellos momentos, el estadounidense Charles Paddock, defraudó, aunque fue el vencedor de los 100 metros lisos con el mediocre tiempo de 10.8.

Pero fue en el fútbol donde destacó especialmente España. Paco Bru, técnico español, seleccionó, en medio de una gran polémica, a 13 vascos, 4 catalanes y 4 gallegos. Entre ellos, Ricardo Zamora, un guardameta que pasaría a la historia del fútbol mundial con el apodo de El Divino.

"Inclino el cuerpo hacia la izquierda, marco el sitio. Sin una milésima de retraso, justos, coinciden el balón y mis manos. Críspanse los dedos atenazando el cuero. ¡Mío, mío, míol ¡Nada más que mío! Absoluta posesión de lo que me pertenece, de lo que nadie puede disputarme: el balón ¡No ha sido gol! ¡No ha sido gol!". Son frases del epitafio futbolístico que escribió Zamora, una noche de junio de 1936, en un hotel valenciano. En Amberes hizo eso y más: asombró a un público que inicialmente había denominado a la selección como "los pobres pequeños españoles".

España debutó frente a Dinamarca, finalista de las dos últimas ediciones. Nadie dudaba de la victoria danesa, fundamentalmente porque la selección española era una perfecta desconocida. La primera parte finalizó con empate a cero. En la reanudación, Patricio marcó para España ante el asombro de los espectadores. Dinamarca buscó afanosamente el empate, y entonces surgió el gran Zamora, que puso al público en pie con espectaculares intervenciones.

Los últimos minutos fueron dramáticos, porque España jugaba con 10 jugadores por lesión de Samitier. Al final, El Divino logró mantener imbatida su meta y fue sacado a hombros. La Prensa belga comenzó a fijarse en él, porque el equipo español era el próximo rival de Bélgica. En España se siguió con inusitada expectación la actuación de la selección, que fue incapaz de vencer a los belgas (3-1).

"Sabino, a mí el pelotón"

El comité organizador decidió entonces que los cuatro equipos eliminados en cuartos de final jugaran un torneo de consolación para determinar su lugar en la clasificación final. Suecia fue el primer rival de España, un miércoles 1 de septiembre, la fecha de nacimiento de la furia española. A los 27 minutos, España perdía por 01. Eran las cinco de la tarde, y en las gradas había unos 8.000 espectadores, que se inclinaban más bien por los suecos. El partido era duro y bronco, pero nadie esperaba que finalizase en una auténtica pelea barriobajera.

Sabino iba lanzado con el balón, a los dos minutos justos de comenzar la segunda parte, cuando Belaúste, rodeado de contrarios dentro del área adversaria, le gritó: "Sabino, a mí el pelotón, que los arrollo". Y efectivamente, los arrolló: Belaúste, varios defensores suecos y el balón entraron en la portería contraria. Era el gol del empate. Después llegó otro de Acedo, y también un espectáculo deplorable, pues para españoles y suecos el reglamento dejó de existir ante la complacencia de un árbitro italiano, Mauro. Suecia falló un penalti y Samitier se rió ostentosamente del fallo de Ohlson. La victoria fue para España, que actuó de telonera junto a Italia en la final olímpica. Y ahí la selección española se impuso a la italiana por 2-0, a pesar de jugar durante bastantes minutos con nueve hombres por lesión de Pagoza y expulsión de Zamora, que propinó una patada a un contrario.

La final, entre Bélgica y Checoslovaquia, no concluyó, por retirada de los checos tras múltiples incidentes dentro y fuera del terreno de juego. Los belgas, que vencían por 2-0, fueron proclamados campeones, y los checos, descalificados. Como la medalla de plata no podía quedar desierta, tanto el COI como el comité organizador decidieron que Holanda, semifinalista, y España, vencedora del torneo de consolación, se la disputasen.

Domingo 5 de septiembre. El estadio de Amberes se llenó por última vez. Jugaban España y Holanda, consideradas como las dos selecciones revelación del torneo de fútbol. Y esa final, que los aficionados bautizaron como la otra, fue para España de forma nítida: 3-1, con goles de Sesúmaga y Pichichi. Al finalizar el encuentro, los jugadores españoles fueron aclamados tanto por el público como por sus rivales. Habían conseguido una medalla de plata en su estreno internacional, de carambola, sin esquema de juego, con un fútbol anárquico basado en la improvisación. Éstos fueron los protagonistas: Zamora; Vallana, Arrate; Samitier, Belaúste, Egulazábal; Moncho Gil, Sesúmaga, Patricio, Pichichi y Acedo.

"Falta menos de un minuto. Centra Señor desde la banda derecha... y ¡goool! ¡Gol de Maceda!". Sucedió hace escasos días en Francia. Como hace 64 años, como cuando el gol de Zarra ante Inglaterra (Maracaná, Río de Janeiro, 1950), como el gol de Marcelino frente a la URSS (Santiago Bernabéu, Madrid, 1964). Es la furia española, destapada en Amberes.

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