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Tribuna
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Sexo

Manuel Vicent

Si el hombre se esconde a la hora de copular con su pareja no es por pudor, ni por medio a hacer el ridículo, sino por una simple precaución que viene de muy lejos. Durante el acto camal el macho pasa por un breve estado de imbecilidad, con la guardia totalmente baja, y en tiempos de las cavernas ese momento de dulzura era aprovechado por el enemigo para darle al Romeo troglodita un garrotazo fatal por la espalda. Desde entonces; el reflejo condicionado permanece. El mensaje del sexo unido a la muerte está grabado, como un binomio inexorable, en el cerebro de los amantes. Los enamorados modernos aún buscan un buen refugio para celebrar el coito fuera del alcance de la policía, de cualquier asociación católica de padres de familia o del navajero forestal que emerge en la oscuridad del parque por detrás de un seto. Nada hay más indefenso ni antiheroico que un novio en erección. El amor lo convierte en un ser extremadamente amable.En cambio la cultura no ha tenido inconveniente en aceptar otros hechos impúdicos que el hombre ha realizado siempre en público. Todavía pueden verse en el ágora de Atenas los restos de unas letrinas al aire libre donde Sócrates, Platón y Aristóteles defecaron en círculo, escrutándose el rostro mutuamente, mientras hablaban sin descanso acerca de la belleza. La historia está llena de semidioses, profetas, reyes y guerreros que vaciaron juntos el vientre en el primer descampado en un acto de hermandad. Y por otra parte el rito deprimente de la mesa, mediante el cual los hijos de Dios se someten a la indignidad de introducirse una lechuga, una costilla de cerdo o una sardina por un agujero de la cara, se considera una fiesta social y en ocasiones algunos se visten de etiqueta para ejecutar esta indecencia.

Pero el trabajo del sexo, origen de la danza, hay que oficiarlo todavía a escondidas porque se trata subliminalmente de un ejercicio antimilitar. En las sociedades heroicas no se permite otro falo ardiente que la lanza, el cañón o el misil con cabeza atómica. Sólo cuando comienza la decadencia, o sea, los largos tiempos de paz, un macho reclinado en los dulces brazos de su amada deja de ser tomado por un sujeto vulnerable. O por una pieza de caza.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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