John Hoagland
Un profesional del peligro
Dos meses después de que el semanario norteamericano Newsweek eligiera para su portada una foto de las víctimas de los escuadrones de la muerte en El Salvador de John Hoagland, éste encontraba la muerte en una guerra en la que ya han fallecido diez periodistas extranjeros. Hoagland, fotógrafo de Newsweek fue alcanzado el viernes pasado por una bala de ametralladora en las proximidades de Suchitoto, cuando los periodistas quedaron en tierra de nadie tras una emboscada de la guerrilla. Fotógrafo tardío, con sólo 35 años, John había sido minero en California, guardaespaldas de la activista negra Ángela Davis y técnico de sonido de una cadena norteamericana de televisión en Nicaragua.
Hay una foto de John Hoagland que todos sus compañeros recuerdan: siete soldados heridos, tumbados en una camioneta. La tomó en marzo de 1982, unos días antes de las elecciones. La guerrilla había ocupado Puerto Parada después de casi un día de combate. John llegó el primero, y los guerrilleros le pidieron que trasladase a los heridos hasta el cuartel e Usulután. Disparó su cámara y luego cumplió el encargo.Esa necesidad de ser el primero, a menudo el único, hizo de él un profesional del peligro. "Pero no era ningún loco", asegura Iván Montesinos, fotógrafo salvadoreño de la agencia UPI. "Cuando uno iba al campo con él se sentía seguro, porque sabía moverse entre los disparos".
Gran sensibilidad social
John fue un fotógrafo tardío. Hasta los 30 años trabajó de minero en el desierto californiano. Luego se convirtió por un tiempo en guardaespaldas de la activista negra Ángela Davis. En esa época empezó a preocuparse de política. El afán de aventura y un cierto sentido romántico de la revolución sandinista le llevaron en 1979 a Nicaragua, convertido en técnico de sonido al servicio de una de las cadenas norteamericanas de televisión.Su primer trabajo como fotógrafo lo hizo en El Salvador, en agosto de 1980. Ese mismo día murió a su lado el periodista mexicano Ignacio Rodríguez Terrazas. Cinco meses después pasaría lo mismo con Ian Mates. Esta vez también él quedó herido, pero recién repuesto en su casa de San Diego (Estados Unidos) regresó a San Salvador. De sus colegas de entonces sólo él siguió día a día esta guerra, a la que nunca terminó de acostumbrarse.
"Tenía una gran sensibilidad social. Cada vez que fotografiaba una matanza o visitaba un refugio, regresaba alterado". La guerra era su medio de vida. Se había convertido en un fotógrafo de elite, con una garantía mensual de Newsweek de 3.500 dólares por diez días de trabajo y 350 dólares por cada día suplementario, al margen de las ventas que tuviera de su material la agencia Gamma Liaison. "Pero él creía que debía ponerse en marcha un mecanismo de diálogo para terminar con esta guerra de mierda".
Fue pionero en el trabajo de la montaña. Aún se recuerdan sus primeras fotos en el volcán Guazapa con los combatientes de la RN (Resistencia Nacional). Pero el propio trabajo le fue acercando cada vez más al Ejército, sobre todo desde que éste empezó a dar facilidades a los fotógrafos. "Como un mecanismo casi natural", explica Miguel Taberna, camarógrafo de Visnews, "terminas por considerar amigos a los que van contigo y enemigos a los que disparan desde la otra trinchera".
El coronel José Domingo Monterrosa, comandante del batallón Atlacatl y ahora jefe de la tercera brigada de infantería, era uno de sus amigos. Estaba en La Carolina, en plena operación militar, cuando se enteró por radio de la muerte de John. "No puede ser", exclamaba, dando patadas a un árbol.
Desde hace dos años Hoagland, divorciado y con un hijo de 14 años, vivía con Laura, una salvadoreña que fue azafata y que trabaja como traductora para un equipo de televisión. Todos están de acuerdo en que esta convivencia estabilizó al Hoagland airado, nervioso, violento a ratos. Tuvo no pocos enfrentamientos con la familia de su compañera, a veces por cuestiones políticas, otras porque simplemente el hecho de vivir juntos sin estar casados es ya motivo de sospecha.
El mismo día en que murió John, en un lugar de Suchitoto, donde dos años atrás había evacuado a un soldado gravemente herido, llegaban a su casa los muebles nuevos que había comprado con vistas a su boda.
Una sucia guerra
Sus compañeros de todos estos años se preguntaban entre los embalajes: "¿Qué es lo que le pasó a John, qué nos ha pasado a todos? Vinimos a este país a ser testigos de un proceso político, la lucha de un pueblo contra la opresión, y hemos terminado ocupándonos sólo de nuestro objetivo, cada vez más cerca del Ejército porque es más fácil trabajar a su sombra". Del Hoagland que protegía a Ángela Davis a este otro que murió a la orilla de un soldado hay cuatro años de una sucia guerra que no parece tener fin.
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