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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La tranquilidad de la clase médica

El ministro de Sanidad y Consumo, a raíz de su primer aniversario en el cargo, ha hecho recientemente unas declaraciones a una revista difundida entre los médicos, y del balance general que hace de su gestión destaca una frase: "Hemos llevado tranquilidad a la clase médica". Pasada la primera sorpresa,' uno comprueba su currículo para confirmar que ha sido médico de un hospital de la Seguridad Social durante los últimos 10 años. Luego relee la frase para asegurarse. No cabe duda: el señor Lluch cree que los médicos se encuentran tranquilos y sosegados, ocupados laboriosamente en su quehacer profesional. Entonces uno se asusta al darse cuenta de golpe del profundo desconocimiento que el ministro de Sanidad tiene de los problemas de los médicos; de que no parece darse cuenta de que, los tiene sumidos en una situación colectiva de frustración y desesperanza que les lleva cada día más cerca de estallar en una acción reivindicativa que no por ser justificada resultaría menos dolorosa.No cabe duda de que ha habido en los últimos años un profundo deterioro de la imagen de médico ante la sociedad al airearse en los medios de comunicación una serie de situaciones y opiniones desfavorables. Esto ha sido, probablemente, muy útil para los políticos que han ido pasando por los organismos gestores de la sanidad, que así han permitido, sin reacción apreciable, un deterioro progresivo no sólo de sus salarios, sino también de sus condiciones de trabajo. Mientras tanto, los enfermos han continuado acudiendo al médico, ya que necesitan su ayuda, y el médico no sólo ha seguido tomando decisiones y llevando a cabo acciones que significaban a veces la vida o la muerte para el enfermo, sino que con un gran esfuerzo han elevado la calidad de la medicina española a nivel europeo.

Y si bien es cierto que un sector de la clase médica siempre ha mirado con recelo cualquier esfuerzo de cambio en el actual caos sanitarío, otro gran sector lo ha esperado ansiosamente durante muchos años de progresivo deterioro. Muchos médicos de hospitales han estado dedicados exclusivamente a su labor asistencial, docente e investigadora en los mismos, a pesar de la falta de estímulo y reconocimiento oficiales, a pesar de los bajos sueldos y a pesar de unas ínfimas condiciones de trabajo, que han incluido, por ejemplo, la ausencia de un verdadero archivo central de historias clínicas o la falta de presupuesto para una biblioteca médica. También desde hace años han de atender regularmente a un 10%-20% de sus enfermos en los pasillos, viéndose obligados a desnudarlos corporal y anímicamente en esa especie de vía pública para obtener de todos modos unos datos necesariamente incompletos por lo inadecuado del entorno.

En estos hospitales había que atender a todos los enfermos de alguna consideración, ya que la mala organización y nula dotación técnica de la medicina ambulatoría la hacía ineficaz. Los equipos técnicos del hospital fueron sobrecargados con largas listas de espera, y cuando las averías comenzaron a multiplicarse y las reparaciones se vieron a.retrasadas, el médico tuvo que atender al paciente y explicarle, mintiéndole quizá, las razones por las que una espera interminable no debía intranquilizarle. Este médico esperaba rritucho, quizá demasiado para que su esperanza fuera razonable. Esperaba que un día cambiase la dirección de la sanidad y se prestara atención a los problemas técnicos y se hiciera un esfuerzo por solucionarlos.

Este médico recibió con enfado aquella famosa amenaza de los 500 inspectores, pero la disculpó a medias, pensando que alguien se habría equivocado. Luego comenzó el bombardeo de declaraciones de intenciones -nunca contrastadas ni orientadas por la voz de las muchas sociedades científicas capaces de aconsejar- y se atacó intensamente a los hospitales por su coste, sin tener en cuenta que eran el único recurso real de la sanidad frente a una red asistencial primaria prácticamente inexistente. Se anunció un código de derechos del enfermo sin prever ninguna medida para que los hospitales se acondicionasen lo suficiente como para dar tratamiento digno a sus pacientes; de hecho, la falta de inversiones continuadas en renovación y reparación del material pronto comenzó a hacerse notar en la incapacidad de realizar algunas exploraciones muy necesarias. Entonces, el ministerio anuncia la intención de aumentar el número de usuarios, a pesar de la reducción real de los .presupuestos.

Y cuando sesudamente este médico empezaba a preguntarse si sus esperanzas no habrían sido ilusorias después de todo, el señor Lluch declara que sobran 3.000 camas hospitalarias en Madrid. Entonces, el médico se subleva interiormente, porque, si es verdad que sobran, ¿por qué no se impide que sus pacientes sufran la vejación de vivir o morir su enfermedad en un pasillo? Por último (o quizá aún nos queden cosas por ver), se pone en circulación un borrador de anteproyecto en el que se contemplan muchos temas de un modo difuso, pero en el que se precisa claramente que se espera de médico que se dedique única y exclusivamente al hospital -cerrándose toda otra fuente de ingresos- por la suma mensual, tras deducciones, de 140.000 pesetas. Y como este médico va para los 40 años y tiene varios hijos, se siente burlado.

Ésta es la situación de tranquilidad en que se encuentran los médicos. Es tan evidente que las cosas van mal que desde la misma Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública se ha dicho que el ministerio está perdiendo a los médicos partidarios de la reforma sanitaria. Va haciéndose urgente que el señor Lluch se asome a la realidad: a los pasillos llenos de enfermos, a la práctica diaria de la asistencia en forma denigrante para el enfermo y para el personal sanitario.

Alguien tiene que decirle al señor Lluch que la situación sanitaria se ha deteriorado significativamente en el curso de su gestión y que un año de vacilaciones y pasos en falso han conseguido crispar gravemente a los médicos, a la gran mayoría de los médicos, que no son militantes de UGT ni tampoco de la CESM. No debe sorprenderse, por tanto, el señor Lluch si su actual línea de actuación le enfrenta pronto a un brutal rechazo frontal, que no será un rechazo a una reforma sanitaria, sino un rechazo a su falta de comprensión de los problemas o sensibilidad ante ellos.

Hubiera hecho falta muy poco para conseguir un sólido apoyo en un gran sector de médicos, pero el señor Lluch y su equipo no han sabido ver y oír lo que se gritaba y se escribía en las paredes. Quizá si se molestasen en preguntar...

Francisco García-Cosío Mir es cardiólogo en el Hospital Primero de Octubre, miembro de la Sociedad Española de Cardiología y fellow del American College of Cardiology.

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