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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La renuncia de Garaikoetxea

CARLOS GARAIKOETXEA ratificó ayer, en conferencia de prensa, su renuncia a la candidatura como presidente de la comunidad autónoma vasca en las próximas elecciones. La razón básica de esa decisión es el comprensible rechazo del actual lendakari a la unilateral modificación por el Consejo Nacional del PNV del acuerdo que le liberó, en 1980, de la disciplina partidista para la gestión del Gobierno y el nombramiento de sus más directos colaboradores. No se trata tan sólo de que el planteamiento de Carlos Garaikoetxea sea el más acorde con los usos de todos los sistemas democráticos, donde las funciones representativas y las decisiones de un presidente necesariamente han de tomar como punto de referencia a la sociedad en su conjunto. Sucede, además, que la alteración de la situación que había amparado la relativa independencia del lendakari durante la primera legislatura del Parlamento vasco implicaba, quiérase o no, una moción de censura o una expresión de desconfianza, hacia Carlos Garaikoetxea por la dirección del PNV.Con su resuelta negativa a aceptar esa inconsiderada merma de su papel institucional, Carlos Garaikoetxea ha puesto en peligro una brillante carrera política y ha dejado en claro que, para fortuna de los valores democráticos, siguen existiendo todavía en la vida pública personas capaces de sobreponer, a los halagos y los beneficios del poder, la fidelidad a los principios y el respeto a la propia dignidad. Al tiempo, sin embargo, no cabe sino expresar cierta alarma ante la tendencia de los aparatos de los partidos, simples mediadores de la voluntad popular, a destruir líderes que han conseguido conectar de manera inmediata con los ciudadanos. En este sentido, las enseñanzas que pueden extraerse de los acontecimientos en el País Vasco desbordan los límites de esa comunidad autónoma. Felipe González se vio forzado a dimitir de la secretaría general del PSOE en el 28º congreso como resultado de una ofensiva cuyos perfiles ideológicos se solapaban con maniobras de búsqueda del poder. Adolfo Suárez cayó víctima de las celadas in ternas tendidas por los barones del centrismo y por su grupo parlamentario. Ahora le ha correspondido el turno a Carlos Garaikoetxea, cuyos difíciles esfuerzos por integrar las instituciones vascas de autogobierno en el entramado de la democracia española han recibido como injusta réplica los insultos y las calumnias de la derecha autoritaria, las descalificaciones electoralistas de la izquierda en el poder y la incomprensión endurecida de sus propios correligionarios.

La renuncia del actual lendakari ha hecho aflorar, por lo demás, el larvado conflicto entre la autoridad institucional del Gobierno autónomo y el poder del aparato del PNV. Vigorosamente insertado en el tejido social y con una historia tan larga como contradictoria, el PNV presenta rasgos muy peculiares. Su composición interclasista se corresponde con una ideología cuya denostada ambigüedad (presente, por lo demás, en otras formaciones políticas de la derecha y de la izquierda) no hace sino reflejar las tensiones de su militancia y de su electorado. El nacionalismo vasco moderado, que recibe apoyo electoral de todas las clases sociales, tiene fuertes raíces populistas, ha defendido siempre valores democráticos, mantiene vestigios de su pasado confesional, se muestra conservador en las costumbres y se mueve obligadamente entre las emociones irrealizables de los grupos independentistas y los proyectos factibles de los sectores autonomistas. La proporciín de afiliados del PNV respecto a sus votantes alcanza casi el 10%, frente al 1% del PSOE en toda España y al porcentaje sensiblemente inferior de los socialistas en el País Vasco. Sus estatutos conceden un peso casi paritario a las juntas locales y hacen inviable cualquier proporcionalidad razonable en la representación de sus afiliados. Aunque las encuestas demuestran sobradamente que Carlos Garaikoetxea es el líder más popular del País Vasco, tanto por su alta aceptación como por su bajo nivel de rechazo, la mecánica interna del PNV ha creado las condiciones para su marginación. Para mayor gravedad, el actual lendakari subrayó ayer la anomalía de que las bases nacionalistas no hubieran sido informadas de su negativa, expresada hace varias semanas, a aceptar las limitativas condiciones que le exigía el Consejo Nacional del PNV para presentarse como candidato a las elecciones autonómicas.

La situación es tanto más preocupante cuanto que Xabier Arzallus, que representa el otro polo en la complicada vida interna del PNV, ha anunciado también, por coherencia con sus anteriores pronunciamientos y por respeto a las normas estatutarias de la organización, su retirada temporal de cargos de responsabilidad. De esta forma, los dos líderes nacionalistas, que habían logrado colmar el vacío dejado a finales de los años setenta por Juan Ajuriaguerra y otros dirigentes históricos del PNV, podrían quedar al margen de la actividad política durante la próxima legislatura del Parlamento vasco. Resulta muy difícil, por no decir imposible, que el PNV consiga inventar, políticamente hablando, en las escasas semanas que faltan para las elecciones, un líder capaz de producir la adecuada identificación con su figura, de una parte significativa de la sociedad vasca. Con independencia de las cualidades personales de los posibles candidatos, se necesita tiempo para que un dirigente se gane a pulso el prestigio político y el afecto de los ciudadanos, tal y como hicieron, desde 1976, Carlos Garaikoetxea y Xabier Arzallus. El resultado -conscientemente querido o involuntariamente producido- de ese fracaso podría ser una devaluación de las instituciones de autogobierno creadas por el Estatuto de Guernica y el atrincheramiento del nacionalismo vasco moderado en las diputaciones, en los ayuntamientos y en la vida interna de partido. La polémica en torno a la ley de Territorios Históricos, que privilegia considerablemente a las tres provincias respecto al Gobierno autonómico, y la incoada campaña para la reforma del estatuto adelantaron tal vez las líneas maestras de ese reflujo que, de confirmarse, resultaría desastroso para la normalización del País Vasco.

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En este preocupante contexto, adquieren retrospectivamente un significado abiertamente negativo las frívolas maniobras electoralistas realizadas en el inmediato pasado para desestabilizar, a cambio de unos miles de votos situados en el alero, al Gobierno de Vitoria y a su lendakari. La escasa volatilidad de los comportamientos electorales entre los segmentos nacionalistas y no nacionalistas del País Vasco hace improbable un reforzamiento de la opción socialista en los próximos comicios como resultado de la retirada de Carlos Garaikoetxea. El aumento de la abstención o el crecimiento de Herri Batasuna contribuirían, en cambio, a erosionar lentamente la autoridad de las instituciones autonómicas de Euskadi. De esta forma, la estrategia del café para todos, fruto de una desgraciada constelación de incomprensiones políticas, ignorancias históricas, oportunismos electoralistas y ansias de rebatiña en algunos sectores de la clase política subalterna, habría conseguido involuntariamente llevar hasta sus últimas consecuencias las implicaciones contenidas en aquellas desgraciadas premisas de laminación y homogeneización del proceso autonómico acordadas por Leopoldo Calvo Sotelo y Felipe González en julio de 1981, y desautorizadas vanamente hace escasos meses por el Tribunal Constitucional en su sentencia sobre la LOAPA.

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