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Encuestas indecentes

Rosa Montero

El libro se titula Parejas americanas y acaba de aparecer en Nueva York. Será un éxito: ofrece el resultado de 12.000 encuestas sobre sexo y es una de esas obras que, como los informes Hite, todo el mundo ojea con el doloroso afán de comprobar si la secreta normalidad de cada uno es tan anormal como uno teme.El trabajo ofrece sofisticados cuadros estadísticos, barras de distintas tramas y longitudes, un mareo de porcentajes y de datos. Una trama rayada señala a aquéllos que hacen el amor al menos tres veces por semana. Después viene una trama tan negra como un mal augurio para describir a los que lo hacen de una a tres veces cada siete días. Estrías verticales como los barrotes de una cárcel, para representar a aquéllos que se aman de una vez al mes a una a la semana. Y la barra acaba en un desolado espacio en blanco, la blancura total de lo vacío, que define a los que sólo lo hacen una vez al mes o menos. Rayas y colores para apresar los fantasmas de 12.000 vidas. Paralelas de tinta china que dibujan los inexorables desencantos, el resbalar cotidiano hacia la abulia.

Los primeros dos años de relación son opulentos: el fragmento rayado se extiende sobre el papel, orondo y satisfecho. Pero después, a medida que la convivencia se prolonga, los cuadros cambian de manera dramática. Las parejas se aman cada vez menos y el espacio blanco final engorda como un mal bicho, deshabitado e infame.

Que desparpajo, que indecencia la de estas encuestas. La pasión, esa materia fugaz e imaginaria, resulta muy poca cosa vista así, convertida en una obscena barra de estadística. Bajo el rayadillo de los porcentajes se adivina las múltiples derrotas, esa epopeya sin historia que culmina el día en que uno se decide a cambiar la cama doble por dos camas gemelas, bajo la tibia excusa de lo práctico. El libro ofrece otras interesantes conclusiones, como, por ejemplo, que la vida sexual es cada vez más conservadora y puritana. Pero todo lo demás palidece ante el desaliento de tanta pasión rota, del inconmesurable aburrimiento. De la comprobación, una vez más, de la catástrofe.

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