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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Córcega

EL SEPARATISMO corso, como el de Irlanda del Norte, surge de una situación antigua y no remediada de subdesarrollo, al contrario de otros contemporáneos, cuya principal preocupación parece ser la de no hacer el vertido de sus riquezas en favor de una comunidad general más pobre. Una gran parte de la población corsa está en desacuerdo con el separatismo absoluto, elevado ya des de hace años a la categoría de terrorismo y que desde este mismo ha importado el sistema de impuesto revolucionario; y no está de acuerdo porque la independencia de la isla árida sería probablemente inviable. Hay, sin embargo, una miserable acomodación y complicidad invisible con el terrorismo para intentar forzar al Gobierno, por esa vía, a mejorar su ayuda a la comunidad esquilmada. Hay estadísticas escalofriantes: una población escasamente superior a 100.000 habitantes y, en cambio, unos cinco millones de corsos dispersos por el mundo (principalmente en la Francia continental y en Italia) en busca de trabajo. Los principales ingresos de los isleños son, por ahora, las pensiones de jubilación y las ayudas enviadas por sus emigrantes. Los intentos de industrialización -como la fábrica de extracción de amianto de Canari- apenas retienen a los jóvenes (salen cada año de Córcega unos 5.000); la producción agrícola -vino y olivos- es insuficiente, y los intentos de revalorización del turismo no han dado los resultados apetecidos: en parte, por su escasez; en parte, porque la situación de incomodidad de la lucha armada refluye el turismo. Los sucesivos Gobiernos franceses desde 1768 -fecha de cesión de la isla a Francia por la República de Génova- han procurado paliar la situación mediante desgravaciones fiscales, subvenciones a los precios -más caros que en el continente en razón del transporte- y una concesión de estatutos. Mitterrand y el Gobierno socialista de Francia han aumentado en el último año las condiciones autonómicas de la isla de Córcega, han reforzado la existencia de sociedades mixtas para la explotación de recursos agrícolas y turísticos, han primado la industrialización: hasta ahora, el resultado ha sido muy escaso. Dos siglos de pauperización no se borran en un año. La atención del Gobierno central a este problema no le impide, sin embargo, anunciar las más severas medidas para luchar contra el terrorismo corso, que se realiza no sólo dentro del ámbito isleño para cobrar el impuesto revolucionario a quienes se supone colaboracionistas con la colonización -como en toda zona de gran pobreza, hay grandes fortunas junto a la miseria-, sino en el propio continente. Lucha difícil. Córcega es una isla abrupta, con una población bronca y viejas y contemporáneas historias de bandidaje. La gendarmería no será suficiente si las medidas de corrección del desequilibrio económico no son veloces y efectivas.

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