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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los integristas musulmanes

EL JUICIO contra los integristas musulmanes que se celebra en El Cairo coincide con las severas advertencias del presidente Chadli, en Argelia, contra sus compañeros en aquel país. Los acusados de El Cairo no lo están sólo en razón de su extremismo religioso, sino de haber participado en la conspiración que culminó con el asesinato del presidente Sadat; puede haber un elevado número de penas de muerte que se cumplirán. En Argelia, la actividad de los integristas se ha limitado a manifestaciones y proclamas: hay detenidos varios centenares. Se cuida mucho Chadli de advertir -como lo hace Mubarak en Egipto- que El Corán y la religión islárnica inspiran toda la acción del Gobierno, pero que El Corán es un código abierto que de ningún modo puede justificar el regreso a la Edad Media -son sus palabras- que pretenden los integristas.Otros grandes dirigentes de países musulmanes, y de muy distintas ideologías entre sí, repiten casi compulsivamente gestos de acatamiento a las enseñanzas de Mahoma y advertencias de la amplitud de conceptos, la tolerancia y la capacidad de adaptación de los preceptos coránicos. No les falta razón. En España, por razones de la Reconquista y de las pequeñas guerras de Africa, y en Europa, como rumor lejano de las cruzadas y de la destrucción del imperio otomano y su reparto, se ha mantenido la idea de un Islam fanático y cruel, que no corresponde a la realidad histórica. Podría decirse que, aparentemente retrógrado, el integrismo es un movimiento en muchas cosas moderno. Mirando a la historia, el islamismo fue abierto y tolerante en el triunfo y comenzó a cerrarse a cargarse de intolerancia y fuerza patética, en la desgracia y en la dominación de otras culturas.

Jomeini es un paradigma. Y su solidez creciente está alentando el integrismo islámico. Jomeini regresa, en efecto, a una Edad Media -donde la crueldad y la inhumanidad eran rasgo de todas las civilizaciones-, y sus seguidores aceptan y proclaman ese supuesto regreso a partir de la idea de que, desde entonces, la modernidad se ha sobrepuesto al Islam en forma de dominio y de explotación, cuyos beneficios han recogido otros. Los integristas egipcios, argelinos y de otros países -árabes o no, pero con amplios grupos musulmanes-, pretenden más o menos instalar teocracias parecidas a la de Irán. No olvidemos que en Irán ha habido dos movimientos simultáneos: uno, el de la lucha contra el Shah, que representaba -a los ojos de los rebeldes- la venta del país al extranjero a cambio de nada (de nada para el pueblo), y otro, interior, de la misma revolución entre los integristas de Jomeini y los modernistas de distintas tendencias. Parece que hoy Jomeini tiene la situación en sus manos; en parte, por la unidad considerable que ha producido la guerra con Irak y la situación en el golfo Pérsico; en mucho también, por el terror que ha hecho reinar entre la oposición de dentro de la revolución. Pero no parece posible negar que una gran parte del país que domina se ha impregnado del fanatismo reivindicativo. Es ese triunfo el que inspira a los integristas musulmanes de todo el mundo. En gran parte procede de círculos intelectuales, de estudiantes y hombres y mujeresjóvenes que regresan por su voluntad a costumbres abolidas por la occidentalización. No hay que olvidar que Egipto y Argelia, los dos países donde ahora hay una alarma mayor, figuran entre los más abiertos del Islam y donde la descolonización se hizo con más aportación de la modernidad. Pero el integrismo aparece también en Afganistán; y si en la zona mediterránea tiene un carácter antioccidental y, naturalmente, antisionista, en Afganistán aparece como antisoviético; y en el mismo Pakistán, desde donde se atiza ese movimiento, el general Zia comienza a temer que le sobrepase y que le reproche la utilización de recursos occidentales y de querer iripponer otra forma de civilización o de cultura. Algunas de las posibilidades de acuerdo que hay entre Pakistán y la URSS -con China al fondopara la cuestión de Afganistán tienen la urgencia de ese problema. Como la tiene el fácil entendimiento de la comisión de los siete -representantes de la Liga Arabe, presididos por el rey Hussein-, en Moscú, con Andropov, al presentarle el plan de paz de la Conferencia de Fez para Oriente Próximo. No ignoran estos países que una situación como la de Líbano (15.000 muertos musulmanes) puede aumentar la noción del integrismo como único medio eficaz de lucha por la supervivencia y que los planes de Reagan-Habib no tienen en cuenta esa cuestión de revolución interna que para ellos es primordial. De ahí su urgencia en encontrar una solución para el conflicto Israel-Palestina que permita salvar algo más que la cara en el sentido figurado: la cabeza en el sentido directo.

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