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Visita de Juan Pablo II a España

Fuertes medidas de seguridad en una ceremonia austera

"Pakea Zuei". Paz a vosotros. Con estas palabras, largamente ovacionadas por el público, Juan Pablo II finalizó la homilía de su encuentro en Loyola (Guipúzcoa) con más de 100.000 personas, en su mayoría llegadas de las tres provincias de la Comunidad Autónoma Vasca. El Papa aprovechó la ocasión, desde el santuario que conmemora la conversión de Ignacio de Loyola, en el corazón geográfico de Euskadi, para reiterar su enérgica condena de la violencia, de la que dijo que "ofende a Dios, a quien la sufre y a quien la practica".Juan Pablo II llegó a la tribuna con tres cuarto de hora de retraso. Desde el primer momento se había rumoreado con insistencia que algo estaba sucediendo. La confirmación vino poco a poco, al conocerse que el teniente general Aramburu Topete, director general de la Guardia Civil, y Francisco Laína, director general de la Seguridad del Estado, mantenían una reunión en una de las dependencias anejas al monasterio. El papamóvil había sido trasladado desde la zona donde estaba previsto el aterrizaje a la que debían emplear los helicópteros para el despegue, en dirección a Javier. Fue el jefe de Prensa del Gobierno Vasco, José Ramón Beloqui, quien se encargó de comunicar que por indicación de los responsables en Madrid del viaje del Papa se iba a producir un cambio de horario y de itinerario.

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Hasta una hora antes, una retroexcavadora había derrochado energías mecánicas cerca del emplezamiento del altar, rodeada de fuerzas de seguridad, para extraer una piedra de grandes dimensiones enterrada a poca profundidad. Un perro de la Guardia Civil, al parecer, se sintió incómoco en aquel punto y suscitó sospechas.

Si la alteración de los planes iniciales fue debida al temor de un atentado o sirvió para entorpecer el protocolo previsto por el Gobierno Vasco, cuyo presidente, Carlos Garaikoetxea, no asistió en Madrid a la recepción oficial de autoridades por el Papa, como se insinuó entre los periodistas, no fue posible saberlo. La única explicación que recibieron los informadores es que existían para aquellas modificaciones las "causas técnicas" de rigor.

El público congregado en la parte trasera del santuario no llegó a ocupar en su totalidad las zonas acotadas. Un cálculo de las fuerzas de seguridad situaba la cifra de asistentes entre 120.000 y 150.000. En todo caso, los jesuítas, la congregación que fundara san Ignacio y a la que el Papa destacó ayer como "la mayor orden religiosa eclesial", supieron imprimir a la celebración un carácter de austeridad que la hizo distinta a otras que portagonizó Juan Pablo II en jornadas anteriores. Apenas había chapas con la imagen de Karol Wojtyla, sólo dos o tres pancartas y, pese a los esfuerzos ímprobos de dos grupos estratégicamente colocados en frente de la tribuna y a su derecha, el gentío no coreó las consignas con que se ha recibido al Papa en otras etapas de su viaje por España. Ni "Juan Pablo segundo, te quiere todo el mundo", ni "Totus tuus", ni el "gora, gora, gora, el Papa está en Loyola" con que otro reducido sector pretendió dar respuesta a los que eran considerados entre el público gente del Opus Dei. La televisión y la radio, como elementos estandarizadores de la expresión, religiosa o de cualquier otro signo, sufrieron en Loyola un serio revés.

El Papa fue recibido y despedido con el canto masivo del "agur jaunak" que se suele traducir como "adiós señor", aunque agur significa en euskera tanto saludo como despedida. La misa fue con celebrada por el Papa Wojtyla y 60 cardenales, obispos -entre los que se encontraban los de todas las diócesis de cultura vasca, incluídas las de Pamplona y Bayona (Francia)- y los superiores generales de las 12 congregaciones religiosas de fundación española, a las que el Papa deseaba rendir homenaje y hablar directamente, al pie del punto geográfico donde se transformó la vida del fundador de la compañía de Jesús, sin duda la orden que ha alcanzado mayor importancia y eficacia para la iglesia católica.

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De acuerdo con la intención manifiesta de alejar la cita con el Papa del populismo fácil, reflejado en consignas y aclamaciones a ritmo de paso doble, la celebración religiosa se inició con un rosario un cuarto de hora antes de las 8, mientras la Virgen de Aránzazu, patrona de la provincia, era transportada en andas en torno a la muchedumbre congregada desde la madrugada. A partir de ese momento, y hasta que el Papa abandonó Loyola, a las 12.30 horas, se sucedieron los salmos y preces, la misa y finalmente el Angelus, a petición de una parte del público. No hubo animador, a lo Billy Grahan. Más bien se insistió en pedir silencio durante los tiempos muertos.

Además del tono austero, la misa trató de reflejar en la liturgia la singularidad vasca. La mayor parte de los cánticos se interpretaron en euskera y la misa fue bilingüe, el acto de acción de gracias lo efectuaron dos bersolaris (imporovisadores de versos en lengua vasca) y para despedir a Juan Pablo II un grupo de dantzaris bailó el "agurra" (reverencia), en homenaje al principal celebrante. Convocar un encuentro masivo en Loyola, en torno al Papa, era todo un desafio. El santuario se encuentra entre Azpeitia y Azcoitia, dos localidades de reducido tamaño sin apenas capacidad hotelera, con unas comunicaciones muy limitadas por carretera y un ferrocarril de vía estrecha. La afluencia de automóviles privados podría provocar un auténtico colapso en la comarca, que se supo evitar con extremo cuidado. Una gram mayoría de los peregrinos fueron trasladados mediante autobuses o trenes especiales. Los que prefirieron el automóvil particular se vieron obligados a abandonarlo a bastantes kilómetros de su destino y a emplear los servicios comunes. Gracias a ello, y a la patente buena voluntad del público, a las seis de la mañana se encontraba al pie de los muros del santuario el grueso de los participantes.

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