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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un suceso más Líbano

EL ASESINATO de Belchir Gemayel puede atribuirse a los musulmanes libaneses, a los palestinos; pero también a otras facciones aparentemente más afines a él. Otras milicias, otras guerrillas cristianas que vagan por el país -especialmente las del Sur-, o el grupo que aún mantiene en torno suyo el ex presidente cristiano Camille Chamoun, deseaban también ardientemente la desaparición del guerrero hitleriano y fanático. Líbano. es un país surcado por barones de la guerra, por soldados irregulares, por grupos aislados con armas... El falangista Gemayel no ocultaba su nazismo, y su presidencia podría haber llegado a ser fatal para muchos. No hay que aceptar la idea de que la muerte de Gemayel abre una ¡crisis en Líbano, ni siquiera la de que la apertura de la crisis comenzase ya con su designación irregular por un Parlamenw que no puede representar a un país desgarrado, caótico y ocupado por dos países extranjeros. La crisis viene de atrás y se prolonga hacia el futuro. Sólo una idea muy simplista de la política, una inquebrantable fe en la chapuza y un sentido abusivo del poder de las armas podía sostener en Estados Unidos, en Israel y en Arabia Saudí que la colocación de su hombre en la presidencia de un país en llamas podía terminar con todo. Los judíos saben muy bien que la solución final no se consigue nunca: no la consiguió Hitler contra ellos con sus alucinantes matanzas. El hecho de que ayer mismo el Papa (cuyo papado está dando unos resultados políticos muy contrarios al sistema de ideas y de fuerzas en que se sitúa a los palestinos) recibiera en audiencia a Yasir Arafat, a pesar de las protestas ardientes de Israel y de otros grupos mundiales, indica que el Vaticano no le considera un terrorista, palabra en la que se escuda toda la intervención en Líbano, ni un hombre terminado, sino más bien alguien en cuya acción reposan todavía las últimas esperanzas de paz negociada. La crisis continúa, y aun hoy mismo Israel está disparando sobre los sirios y los palestinos de Líbano.

Lo que parece improbable, después de este asesinato, es que todo vaya a resultar como lo planeó Beguin y conío deseaba Reagan: la conversión de Libano en un país amigo, a la fuerza, de Israel -como lo es Egipto en la otra frontera-, limpio dé palestinos, con campos de concentración amplios y seguros, bien instalados para el trabajo de exterminio, para los musulmanes y para la izquierda libanesa -y para los moderados, que suelen ser las primeras víctimas-, y con el Ejército sirio regresado a su país; y, por tanto, con las garantías suficientes para que Israel pudiera continuar su expansión por las que Beguin proclama provincias de Judea y de Samaria.

La única reconversión posible de la zona sigue estando en la creación de un Estado palestino, en la aceptación por parte de Israel de que su expansión terminó con los acuerdos de Camp David, y en el regreso de Líbano al estado de norq¡alidad democrática del que partió, con reconocimiento interno de las minorías religiosas en su proporción real. Para que esto sucediera, tendría que perder el gobierno Beguin y no asumirlo, desde luego, Sharon. No parece fácil. Porque Israel está demasiado dominado por ellos y porque habría también que conseguir una reconversión de Reagan, lo cual parece muy poco probable, por lo menos hasta que se aproximen más las elecciones de su país.

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El asesinato de Gemayel no es más que un suceso dentro de esta larga guerra. Ni hubiera resuelto la situación su presidencia imposible -tan imposible que se ha abortado antes de que la empezara: su toma de posesión era el día 23-, ni tampoco la resuelve su muerte. Gemayel no era un pacificador. Era un guerrero nato, un guerrero como medieval, con sus mesnadas y su violencia implacable, y ha muerto, sea quien sea el que le ha matado, con esa muerte de los hombres que viven en la violencia y que creen firmemente en ella.

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