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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La adhesión a la OTAN o el sentido de la oportunidad

EN EL Día de las Fuerzas Armadas y en las antevísperas de que se conozca la sentencia del proceso por la rebelión militar del 23 de febrero, el Reino de España ha pasado a formar parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La diplomacia del actual Gobierno, que debería de encontrarse de enhorabuena por haber consumado con éxito su principal línea estratégica, no ha encontrado las circunstancias internacionales y nacionales más favorables para defender tan trascendente como controvertida decisión.La entrada de España en la OTAN ha sido un tema controvertido y discutido por las fuerzas políticas, y no puede afirmarse precisamente que sobre la seguridad colectiva de los ciudadanos españoles haya existido un consenso de las fuerzas políticas mayoritarias. La terminación del proceso formal de adhesión de nuestro país al sistema defensivo occidental, nacido en plena guerra fría, sucede a la semana de la estruendosa derrota cosechada por el Gobierno de Calvo Sotelo en las elecciones al Parlamento andaluz. Y en este sentido no puede olvidarse que, por primera vez desde la desaparición de la dictadura, el primer partido que ha conseguido en España en una confrontación electoral -aunque sea a nivel regional- la confianza de la mayoría absoluta del electorado, se ha opuesto tajantemente a este alineamiento de la política exterior y de defensa de nuestro Estado.

En este confuso panorama de replanteamiento de las relaciones de las fuerzas políticas, con dudas y reticencias hasta en las mismas filas que componen el partido del Gobierno y la incertidumbre añadida que supone saber cuál es el precio que hay que pagar por el intento de rebelión militar del pasado año, el encargado de negocios de la Embajada de España en Washington ha entregado el instrumento de ratificación para el ingreso de nuestro país al Tratado de la Organización del Atlántico Norte (OTAN).

Pero si el panorama de la política nacional no es el más aconsejable para tomar una decisión así, la situación internacional aconseja en estos momentos ser cautos como zorros y, en el mejor de los casos, esperar a ver cuáles son los últimos significados de esa extraña, brutal y absurda guerra que se libra en las frías aguas del Atlántico sur.

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El despliegue de la fuerza expedicionaria ordenado por Margaret Thatcher no debe ser tomado sólo como un último capricho colonial; es algo que cambiará sustancialmente el panorama de las relaciones internacionales. El aventurerismo de la dictadura argentina al solucionar por la fuerza de las armas su histórica reivindicación de las islas Malvinas ha puesto al descubierto las flaquezas y contradicciones de la incorporación española a la OTAN. Nuestro país, al sumarse a este sistema defensivo, se ha colocado en un asentamiento batido por el fuego cruzado de sus especiales relaciones con Europa y el continente americano.

Pero, por si fuera poco, la posición española encuentra aún más dificultades si se ordenan en la mente las reivindicaciones marroquíes sobre Ceuta y Melilla y las apetencias panafricanas sobre las islas Canarias. No hay que ser precisamente un experto para concluir que la adhesión de ayer a la OTAN, que exigirá, como se ha podido ver en el caso de la guerra de las Malvinas, pronunciamientos inequívocos, no hará sino reducir nuestro margen de maniobra y capacidad de actuación en la escena internacional. España puede haber renunciado con este paso a jugar un papel de potencia media, aun reconociendo todos los riesgos y debilidades de esta postura.

En este terreno de las dudas razonables es en el que hay que situar la proposición no de ley planteada por el PSOE para solicitar el aplazamiento de nuestra integración en la OTAN, y de la que es obvio que el gobierno ha hecho caso omiso. Las declaraciones del diputado de UCD Javier Rupérez sobre que el Parlamento no puede volver sobre las decisiones adoptadas, no sólo suponen un manifiesto desconocimiento de la realidad internacional de nuestros días, sino que muestran un significativo lapsus sobre la soberanía incuestionable de las Cámaras. Todos los parlamentos democráticos del mundo pueden volver cuantas veces quieran sobre los temas que deseen. Sobre la OTAN convendría hacerlo en algún sentido al menos: el de no aceptar la integración en los organismos militares hasta tanto no se haya negociado suficiente y convenientemente el caso de Gibraltar. Cuantas informaciones obran en nuestro poder indican que el mando sobre la base de la Roca será hurtado en primera instancia a las Fuerzas Armadas españolas y entregado a un almirante británico. La guerra de las Malvinas, por otra parte, es un significativo aviso sobre cual puede ser el futuro de nuestro contencioso colonial con el Reino Unido. Podemos equivocarnos, pero resulta difícil suponer que Londres se vaya a desprender tan fácilmente de Gibraltar después de la sangría humana del Atlántico Sur y en medio de un ambiente emocional y de exacerbado nacionalismo en Gran Bretaña. Por lo demás un alineamiento del gobierno de Calvo Sotelo con la política otanista respecto a la guerra entre el Reino Unido y Argentina es del todo imposible si se quiere hacer honor a los deseos de mediación y a los intentos del rey en este sentido. Olvidar, como hasta ahora se ha hecho, que Gibraltar es pieza clave en este conflicto, y que desde allí salió gran parte de la flota que bombardea hoy las Malvinas puede ser un ingenioso truco diplomático, pero resulta un lamentable síntoma de torpeza política. El gobierno parece decidido no obstante a actuar en todo y constantemente como si nunca pasara nada. Ha vivido un año al margen de la colza, del 23 de febrero, de las elecciones gallegas y de las andaluzas y lo de las Malvinas resultó ser algo distante y distinto. Esta política de dontancredismo le ha llevado a una especie de hara-kirí electoral, y todavía se dice que no es preciso cambio alguno en el rumbo emprendido. Pero si nos integramos en las instituciones militares de la Alianza Atlántica sin más preámbulo, podrá decirse que se habrá entregado sin mayor problema cualquier capacidad negociadora en el asunto de Gibraltar.

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