Un viaje libre hacia la risa negra
Fue en el otoño de uno de los últimos años sesenta, en un cine barato del barrio de Argüelles de Madrid, hoy cerrado. El reclamo era una película norteamericana olvidada. Como complemento del programa doble se anunció en letra negra otra película, El extraño viaje, de un tal F. Gómez, deconocida. Ni un solo antecedente. Así se estrenó en Madrid.Había sido rodada en 1964, en un pueblo cercano a Madrid, Loeches. Unos años antes, en Mazarrón, se había descubierto un crimen rodeado de circunstancias singularmente siniestras, una especie de caricatura del macabrismo ibérico. Luis García Berlanga olfateó en el lúgubre asunto una película. Un guionista, Pedro Beltrán, junto con Ruiz Castillo, emprendió la tarea de hacer de aquel despropósito una película policíaca... a la española.
Boicoteo contra el talentoUnos productores leyeron el guión y lo encontraron chistoso, con suspense y... comercial. Pensaron que le iba a Berlanga, pero éste estaba por entonces en otros proyectos. Y pusieron el tomo de folios en manos de Fernán Gómez. Este, que se escurría de la ruina que siguió al boicoteo de censores y exhibidores contra El mundo sigue, necesitaba trabajo y aceptó el proyecto.Fernán Gómez fue poco a poco personalizando el encargo hasta hacerlo suyo al punto de que, hoy, es El extraño viaje el filme que da una idea más precisa del talento específico de este cineasta, tal vez el más dañado de todos por la censura franquista. Al hundirle comercialmente aquellas películas en que más riesgo moral y profesional corrió, a Fernán Gómez le ahogaron la iniciativa ante la industria y le pusieron a su merced.
Con La vida por delante, El mundo sigue y El extraño viaje, Fernán Gómez demostró ser un director de cine de excepcional talla y con imaginación fértil y abierta. ¿Por qué políticos y exhibidores frenaron en seco su carrera, convirtiendo a sus principales obras en películas prácticamente proscritas y obligándole a partir de entonces a dedicarse a proyectos más domésticos? Hay, a mi juicio, una razón clamorosa.
Fernán Gómez no hizo nunca cine intelectual, jamás volvió la cara hacia el refinamiento y, mucho menos aún, hacia compromisos ideológicos, al menos de manera explícita. Hacía, por el contrarío, comedias de consumo, melodramas tópicos, esquemas argumentales de aceptación común, novelones, esperpentos. Y esto impedía a los censores pillarle antes de que sus películas estuviesen realizadas.
En sus guiones leídos se advierte un fondo de escepticismo, un raro humor, una visión pesimista de su alrededor. Pero todo ello de manera velada, sin esos clavos ardientes que eran la agarradera, la pera en dulce, para la cirugía censorial. Los censores leían sus guiones y matizaban o pedían revisiones, pero, al final, aceptaban y daban el permiso de rodaje. Y luego, cuando veían la película ya hecha y escrupulosamente fiel al guión, se llevaban las manos a la cabeza. No era para menos, pues aquellos perros guardianes del orden se percataban de que habían dado su permiso explícito a filmes que eran una forma aguda de desorden y , por lo tanto, tal vez sin proponérselo, de subversión.
Humor y libertad
Y ese es el secreto a voces por el que el cine de Fernán Gómez fue hundido después de hecho. Es cine tan auténtico, que resultaba imposible detectar su alcance antes de verlo materialmente en imágenes, porque son éstas, su sucesión, la condición puramente cinematográfica de las situaciones que contienen, las que otorgan violencia, subversión y ácido escéptico a la película como tal.
El orden de los burócratas franquistas ni olía, ni sospechaba, ni después soportaba, la fuente de subversión del humor negro, las oscuras e inaudibles carcajadas que Fernán Gómez, como Quevedo, Goya o Gutiérrez Solana supieron arrancar de los miserables tiempos en que les tocó vivir. Estas carcajadas negras son patrimonio exclusivo de los hombres libres, y Fernán Gómez es uno de los espíritus más libres de su tiempo y su país.
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