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Reportaje:Irán, una revolución de luto / y 3

Un camino lento de reformas sociales y económicas

Los dirigentes de la República islámica aseguran que Irán ha experimentado una verdadera revolución social, aunque admiten que el ritmo de las transformaciones operado en el país ha sido distinto del seguido en la esfera de lo político o de lo cultural. La oposición niega de plano la existencia de avances sociales."La guerra impuesta por Irak -decía recientemente en Madrid Nateg Nuri, responsable de la Brigada de Reconstrucción, Jahad Sasandeqi- nos ha obligado a distraer unas energías extraordinarias de nuestro objetivo de transformación social".

Con unos efectivos de 50.000 jóvenes voluntarios, fundamentalmente estudiantes, agrupados por funcionarios de los distintos departamentos ministeriales, la Brigada de Reconstrucción ha trabajado prioritariamente en el ámbito rural. Según se asegura en un documento oficial publicado hace aproximadamente tres meses, 44.191 nuevas hectáreas de tierra se han incorporado al sistema de regadío. Como objetivo principal, la Brigada se ha fijado la meta de electrificar las aldeas, 1.055 de las cuales lo han sido recientemente.

Igualmente ha realizado obras para llevar agua potable a estos enclaves, 1.871 en esta etapa, según el texto citado, y ha construido 13.209 kilómetros de carreteras en zonas rurales, con 4.208 puentes, 2.019 presas de tierra y un total de 2.028 kilómetros de canales de irrigación. De acuerdo con el texto, otros 7.550 canales subterráneos han sido construídos para mejorar la agricultura.

En cuanto a los fertilizantes químicos, en este año se han producido 1.200.000 toneladas, frente a las 700.000 logradas en 1977. Respecto a la vivienda, se han introducido reformas que impiden la posesión, por un único propietario, de más de dos casas, y en la última fase se han entregado casi dos mil nuevas viviendas a los mostazafin, el estrato social iraní más pobre.

Distribución de medicinas

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El número de escuelas ha crecido en 2.257 unidades desde el comienzo de la revolución, y se proyecta construir 13.351 nuevas en el curso del próximo año. En este plazo se han distribuído gratuitamente casi cuatro millones de libros de texto y de formación básica, y han sido creados casi tres mil centros islámicos en el medio rural, con campañas periódicas de alfabetización.

Desde el punto de vista sanitario, y siempre según las fuentes citadas, más de cuatro mil nuevos equipos médicos han sido enviados al campo, se han construído centenares de centros hospitalarios de tamaño reducido y medio, se realizan periódicas distribuciones gratuitas de medicamentos y más de un millón y medio de vacunaciones han sido efectuadas gratuitamente en el plazo de tiempo citado. Como dato singular destaca el hecho de que las autoridades hayan suprimido las marcas de los medicamentos, unificando los precios sobre su contenido.

Para algunos observadores, estos datos resultan todavía parcos. Para otros, revelan el deseo sincero del régimen islámico de alterar las condiciones de vida de los iraníes y atajar las amplias diferencias sociales que marcaron la etapa anterior.

Sin embargo, esta meta está todavía muy lejos de conseguirse en Irán. El principal impedimento parece ser, como en la mayor parte de los países no desarrollados, la dificultad, de adecuar el aparato administrativo a las decisiones, cambiantes y contradictorias en toda situación revolucionaria, emanadas del poder.

Las prioridades políticas y económicas habituales en todo Estado, son a menudo subsumidas a objetivos ideológicos de difícil concrección, por lo cual la lentitud de la burocracia resulta, en ocasiones, desesperante.

El trasiego sufrido por la política iraní desde la destitución del ex presidente Banisadr ha sido muy intenso, y las autoridades de Teherán, no desprovistas de razón, aseguran que las circunstancias -guerra, aislamiento internacional, complós, asesinatos de importantes dirigentes gubernamentales- les obligan a distraer un buen cúmulo de energías que, en otras condiciones, podría ser canalizado a las mejoras colectivas.

Empero, el problema cardinal es el de la configuración del Estado islámico, en fase perenne -y confusa- de formación. La "moralización" de las costumbres o de la vida económica, por citar dos ejemplos, objetivo ideológico capital del régimen islámico, apareja una serie de alteraciones en el comportamiento habitual de la Administración y de las prácticas económicas, cuyo precio resulta a menudo muy elevado.

No es lo mismo extraer petróleo para "venderlo a precios justos a los países pobres del mundo" y para ,abastecernos, exclusivamente", que desarrollar su produción para competir dentro de la OPEP con otros crudos de buena calidad y precios y producción diferentes.

En el mundo del trabajo, buena parte de las más importantes empresas iranfes son regentadas por jóvenes nombrados desde arriba, "llenos de fe islámica, pero completamente inexpertos a la hora de entender qué es un balance y cómo ajustarlo", según asegura un experimentado manager.

La disciplina laboral, normalmente, brilla por su ausencia. Decenas de fiestas salpican el calendario iraní. "No hemos hecho una revolución para trabajar más", dice con sorna un joven obrero de una planta de ensamblaje de automóviles cercana a Teherán.

La progresiva nacionalización del comercio exterior iraní, prevista constitucionalmente, que implicaría la conversión de los bazaris en meros distribuidores, inquieta profundamente a este importante sector social, que factura muchos miles de millones de dólares cada año y que conserva resortes de poder fundamentales.

El Bazar tiene sus jefes, sus leyes, sus magistrados y su vida propia. Mantiene un enorme celo por conservar su carácter singular y ve con preocupación la posibilidad de que los revolucionarios iraníes giren una vuelta más la tuerca de sus reivindicaciones, sobre todo si ésta se refiere a modificaciones en el sistema de propiedad.

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