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Las clientelas de la enseñanza superior

En España, ¿hay muchos o pocos universitarios?Pues depende. Depende de quien pregunte y de quien conteste, porque en este asunto, como en tantos otros, cada grupo de interés tiene una cierta idea de las dimensiones que debería tener la enseñanza superior.

A partir de los años cincuenta se empezaron a formular hipótesis teóricas. Hasta entonces no había ni siquiera que pararse a pensar en ello. En España, como en Francia o en Estados Unidos, ser universitario tenía que ver con ser otras cosas; ser rico, hijo de universitario, etcétera. Pero la expansión escolar y la inercia del sistema educativo -a más primaria, más secundaria, y a más secundaria, más superior- incitó a los protagonistas principales de los grupos de interés a buscar criterios para incrementar, mantener o adelgazar, generalmente esto último, la población universitaria.

El primer criterio, la adecuación del sector universitario al mercado de empleo de graduados, nació en el seno de la planificación económica -keynesiana y socialista- y fue prontamente adoptada por las profesiones liberales y el mundo académico. Sin embargo, pese al aparente rigor conceptual de los planificadores y a la fuerza de sus grupos de apoyo, treinta años de experiencia han demostrado que la funcionalidad del sistema educativo al productivo no es operativa, ni siquiera en los países de mayor control gubernamental de la oferta de empleo. El mercado de trabajo depende de factores más importantes que la mano de obra disponible. La mejor noticia que podríamos tener en España al respecto no es que haya muchos universitarios ni que estén muy bien preparados, sino que se ha descubierto petróleo o que los jeques árabes han decidido invertir en este país y llenarlo de explotaciones agrícolas, fábricas, servicios, etcétera.

El otro criterio es la aceptación de la inercia del sistema, y consiste en decidir que una cierta cantidad de bachilleres debe consumir una cierta cantidad de enseñanza possecundaria. Por ejemplo, el 70% de los bachilleres norteamericanos consume al menos tres años de enseñanza possecundaria, algo sólo superado, aunque levemente, por los bachilleres rusos.

Este criterio es básicamente un reconocimiento de la dinámica expansiva de los servicios sociales, y sucede normalmente más como consecuencia que como causa del desarrollo económico. Sin embargo, el criterio se está aplicando también para ampliar lo que yo he llamado aparcamiento de menores, es decir, para utilizar el sector universitario, aunque devaluado cualitativamente, como represa para demorar la entrada de jóvenes en el mercado de empleo y evitar así más conflictos sociales de los que ya hay. Es un tema clásicamente tercermundista y se duda cuánto puede durar la añagaza sin que explote todo el asunto.

Pero por debajo de los criterios están las realidades. Analizar el flujo de la enseñanza media a la superior es el contenido de una investigación que estamos haciendo en la Complutense y cuyos primeros resultados estamos enjuiciando. La deficiente situación en que se halla nuestra estadística oficial, enmascara y complica el análisis, pero casi nos estamos acostumbrando a ello, como cualquier profesional se acostumbra a tener malas herramientas.

De todas maneras, podemos afirmar que aproximadamente sólo seis de cada diez españoles que empiezan la EGB reciben al final de ella el título de graduado escolar, que habilita para matricularse en bachiller. Los demás o se ponen a trabajar, o se matriculan en formación profesional, o adquieren alguna otra habilidad en el mercado de la enseñanza. Por tanto, ya en la EGB hay una primera determinación del flujo hacia arriba. No entremos ahora en las causas de esto que se ha venido en llamar el fracaso escolar. Al llegar a la enseñanza media -los que llegan- se produce un fenómeno distinto, y es la exageración de la repetición. En España, una vez ingresados en el bachiller, pocos alumnos tiran la toalla. Nuestros bachilleres disfrutan mayoritariamente de ese privilegio que marca la entrada en la burguesía y que consiste en que los padres extienden indefinidamente su protección a los hijos.

Nuestros bachilleres repiten y repiten, y terminan casi todos por pasar a la enseñanza superior.

El colectivo universitario español ha engordado de manera sustancial desde 1964 hasta situarse en alrededor de los 600.000, en que está hoy, aproximadamente el 20% de la población en edad universitaria. Seguirá creciendo y en 1985 probablemente habrá unos 900.000. Pero la cuestión no es si eso es mucho o es poco, sino la estructura del sector, el para qué sirve, en una palabra, el progresivo clientelismo de la enseñanza superior española.

De acuerdo a nuestras hipótesis, habrá un sector noble, los profesores superiores, que establecerán una progresiva selectividad en el acceso a facultades y escuelas superiores, especialmente Derecho, Medicina y algunas ingenierías. Dentro del sector noble habrá un subsector nobilísimo que marcará distancias mediante la utilización de la enseñanza superior de elite y la obtención de posgrados en el extranjero. Aquí está todo el tema de los altos ejecutivos de las burocracias públicas y privadas, equivalente a las profesiones concesionarias de poder público (notarios, abogados del Estado, etcétera).

Inmediatamente por debajo del sector noble hay otro menos noble formado por las clientelas del sector científico y educativo, es decir, los investigadores y los docentes, que tiene a su vez una cúpula de excelencia con los catedráticos de universidad y los científicos bien conectados con el sistema productivo. Este sector científico educativo tiene unos modos de cooptación parecidos al sector noble, y por consiguiente será también relativamente pequeño, sobre todo si se confirma la reducción progresiva de las escuelas del magisterio.

El sector siguiente es el mayoritario, y está constituido por un mundo universitario progresivamente devaluado, compuesto por el primer ciclo, sobre todo el descentralizado en colegios universitarios de ciudades pequeñas, los primeros cursos de las facultades humanísticas de las grandes ciudades y las escuelas universitarias. Dentro de este sector está la educación a distancia que se está transformando de la primera idea -una segunda oportunidad para los que no tuvieron la primera- en destinataria del antiguo alumnado libre. Este último sector, modelo italiano o tercermundista, será el que verdaderamente se expanda en los próximos años.

Los modos de constitución de estas clientelas universitarias son un reflejo más o menos fiel de los mecanismos de creación y modificación de las clases sociales y las estructuras profesionales españolas, y no parece que ninguna acción gubernamental puede modificarlas sin modificar otras cosas que están fuera del sistema educativo.

Los pactos y reajustes de posturas a que se ha llegado en la negociación de la LAU son precisamente un reconocimiento de esta debilidad sustancial del sector educativo. Todos sabemos muy bien que, cuando se habla de autonomía universitaria, el político o el académico se refiere a cuestiones de administración y de gestión, y no a las cosas verdaderamente importantes.

es sociólogo. Investigador en el ICE de la Universidad Complutense.

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